Es de justicia distinguir mensaje y mensajero. El magistrado Pérez de los Cobos omitió referir su condición de militante del PP cuando accedió al Tribunal Constitucional, pero sabía que en el fondo es un lapsus que se prohíba a los miembros del poder judicial compatibilizar cargo y militancia y que no se haga lo propio con el TC; y es que no son jueces, pero tienen tal estatus (de hecho, la reciente sentencia del TS sobre el 9-N llega a equiparar su jurisdicción a la ordinaria, así que lo será también para las prohibiciones, ¿no?) Y Pérez de los Cobos lo sabía; se amparó en la letra de la ley sabiendo que obviaba su espíritu. ¿Nos recuerda tal actitud alguna cosa? Quizá sí, solo debemos preguntarnos qué motiva a una persona a orillar el sentido de una norma aparentando respetarla, porque en esa razón puede residir la moralidad de ciertos incumplimientos. Y reivindico desde ese punto de vista, y en ese nivel, una cierta razón de estado, el verdadero Maquiavelo.

Sea como sea, ahora que deja la presidencia del TC, Pérez de los Cobos ha dicho que "la democracia no consiste en votar sobre todo y cuando uno quiera", y lo que dice el emisor, le guste o no a la gente, es verdad. No todo se vota, y debemos añadir, que ni falta que hace. En Italia el Tribunal Constitucional ya dijo en su día que incluir en un referéndum varias preguntas inconexas, una de las cuales fuera, por ejemplo, el voto favorable de la gente a bajar sus impuestos, violaba la neutralidad de la pregunta, porque la gente asentiría a todo para conseguir la rebaja fiscal. En nuestro contexto cultural, donde cada nuevo deseo se transforma en un derecho reivindicable, acabamos contemplando sin comentario alguno cómo una mujer tiene hijos a los 64 años al tiempo que el aborto se ha convertido en un derecho de la madre, porque se ha elevado a categoría, incluso moral, lo que se le haga insoportable como circunstancia personal. Y así es difícil imaginar la madurez política suiza (que votó en contra de la bajada de impuestos), necesaria para distinguir el interés personal del bien común y elegir este último.

No votamos a nuestros jueces (y nada asegura que hacerlo mejorase el sistema) ni se hacen aspavientos por el hecho de que no se vote quién ha de ocupar la plaza de funcionario público; aceptamos que haya partidos que no hagan primarias, y por supuesto hay que acallar las risas que nos entran cuando se anuncian resultados “aritméticos perfectos” en formaciones que sí las hacen. Quienes hemos estudiado qué significa históricamente el referéndum y el papel que juega en él la pregunta, sabemos lo fácil que es manipular a la población para que responda de acuerdo con el interés de quien la formula, por lo que en general más la derecha que la izquierda ha defendido el papel de esta forma de democracia, escondiendo su alergia por la representación política bajo ese mantra del populismo que es votar preguntas directas, a blanco y negro, sobre cuestiones que son en el fondo grises y matizables como la propia vida.

Si éste no es el momento de preguntar en Catalunya qué grado de vinculación afectiva conserva con la Constitución de 1978, ¿cuándo lo será? 

Pérez de los Cobos habla desde la democracia entendida en sentido procedimental: si no se permite por quien puede permitirlo (de acuerdo con una ley que fue votada), no se puede votar. Y añade que tampoco es democracia votar cuestiones trascendentes cuando se quiera, porque todo tiene su momento. Pero si éste no es el momento de preguntar en Catalunya qué grado de vinculación afectiva conserva con la Constitución de 1978, ¿cuándo lo será? ¿cuando ya sea (si es que ya no lo es) tarde para quien pretenda mantener la unión? Porque la unión en el siglo XXI y en el contexto europeo solo va a caber desde la libertad, y la necesidad de saber si libremente se quiere seguir en esa unión se hace tanto más imperiosa cuanto más crece la duda sobre la respuesta.

Porque la coletilla a lo que afirma con verdad Pérez de los Cobos tal vez le duela. Sí, la democracia no consiste en votarlo todo cuando se quiera, porque la democracia es antes que nada y sobre todo el espacio del pluralismo político y en ese espacio la única intolerancia cabe en lo que repugne a la moral. Y no repugna a la moral preferir Catalunya, España, Europa o Marte, aunque pueda herir los sentimientos. Solo la dignidad humana y la democracia misma son los límites a las opciones. No todo se vota, no siempre se vota, pero siempre debe estar abierto el debate de las ideas… un debate que se inicia (no acaba) en preguntar (quien puede) al gobernado (hegelianamente señor gobernante) si quiere seguir tejiendo la historia común que hace posible la existencia misma del Estado.