Qué fácil es ir a la manifa independentista, cuando se es estudiante y nadie te descuenta el día de huelga, y además la policía mira de lejos para no ser acusada de antidemocrática, mientras alguno se pregunta quién será el “paganini” de este disparate (tú, sin duda, como siempre)… Suerte y a insistir, que ya os falta poco para que os den el prestigioso Nobel de la Paz por lo tranquila que se va a quedar Cataluña cuando se vaya la última empresa que quedaba.

El autor de lo que se lee más arriba no participa en tertulia alguna, lo suyo es solo un comentario al pie de una noticia sobre el seguimiento de la huelga convocada para ayer. Pero la clava: ni lo de ayer fue huelga, ni resultará gratis, ni los comportamientos de muchos de los concentrados para manifestar su disgusto por la situación política se atuvieron a las mínimas condiciones de legalidad para efectuar sus concentraciones, sobre todo cuando decidieron, en número ínfimo pero estratégicamente colocados, cortar las vías del ferrocarril y otras infraestructuras viarias que son eje de la movilidad ciudadana. El derecho a la manifestación de unos pocos sobre el derecho al trabajo (y tal vez a otras cuestiones aún más graves) de muchísimos, un tiro en el pie de la mejor calidad, la estrategia del caracol y casi, si me apuran, la absurda del escorpión. Si no pueden hacer huelga (porque no pierden salario) ni parados, ni jubilados, ni estudiantes, ni autónomos, ¿cuántos trabajadores había hoy en la “huelga”? ¿Y qué tienen que ver con las huelgas los Comités de Defensa de la República?

“Sí se puede”, decían, y pudieron. ¿No hay mayor muestra de que el sistema los ampara también a ellos?

El autor del comentario no es analista político, y no sé si experto en nada, pero supera en criterio personas que bajo una de estas dos categorías, o bajo las dos, se permiten afirmar sandeces como la de que las elecciones del 21-D pueden ser un tongo, porque “las condiciones de legalidad de las elecciones en España han sido puestas en duda por la OSCE”. Siendo cierto que en ocasiones este organismo internacional, al que España pertenece desde su creación, ha dicho que en este y en tantos otros países hay condiciones electorales mejorables, pensar que nos encontramos en la situación de aquellos pucherazos que deslegitimaban resultados o construían ficticias alternancias durante la Restauración o en la indigencia democrática de tantos estados contemporáneos se contradice con el hecho contrastado de que esos críticos ocupan ya escaños en todos los Parlamentos de la España que consideran tan negra. “Sí se puede”, decían, y pudieron. ¿No hay mayor muestra de que el sistema los ampara también a ellos?

En fin, que como ya sospechaba desde que se convocaron las elecciones prenavideñas, no hay como concurrir a ellas con la siguiente opción: si gano, he vencido a un adversario armado con las más pérfidas argucias. Si pierdo, el resultado no es legítimo porque se ha conseguido con temor, con trampas y con recuentos misteriosos de Juntas electorales de parte y robo de votos exteriores. David contra Goliat; Goliat pierde en cualquier caso, pero obsérvese que diciendo esas y otras lindezas es difícil que, ganando, un programa electoral que incluya un referéndum acordado tenga la más mínima posibilidad de ser cumplido. Y quien pierde, entonces sí en global, seguro que es Catalunya. La estrategia es, cuanto menos, dudosa.