La vicepresidenta del Gobierno central ha dicho que la mayor parte de los catalanes tiene su vista puesta en el día 2 de octubre. Quizás entendió que con esa afirmación despreciaba el día 1, pero a mi juicio lo que hizo fue elevarlo a categoría, reconocer que ese día, de un modo u otro, algo tiene que pasar y, más incluso, que con los datos de ese día se debe construir también el siguiente, al menos en parte. Sin duda ese debate es una piedra en el zapato del Estado, pero con su actitud y sus declaraciones, quizás de forma más querida de lo que sus propios votantes desearían, el Gobierno español contribuye a tensar la cuerda y hacer más tangible, a corporeizar el día D, el momento M de la política española de las últimas décadas y uno de los más graves del siglo XXI español.

Contribuir a tensar esa cuerda no me parece conveniente para nadie que pretenda situarse en el día 2. En cambio, creo necesario visualizar otra, igualmente bipolar, pero mucho más trascendente para la vida cotidiana. He dicho en más de una ocasión que, para los no esencialistas de fronteras, banderas y patrias, la identidad se construye  con modelos de sociedad, con comunión de valores, o con la defensa de principios en la medida en que se entienden irrenunciables. Desde ese punto de vista, no existen más que dos posiciones ideológicas. Macron y quienes ahora hacen de él icono (antes lo hicieron de Obama, pero ya no se acuerdan o intentan olvidarlo en la medida en que se van descubriendo sus errores), quienes ahora se llenan la boca con el indefinido Macron, pretenden que el centro existe, pero el centro es solo (y no significa que sea poco) una actitud para encarar esas dos posiciones: una posición es la que preconiza la izquierda, pivotando sobre la intervención, el control y lo público como panacea; la otra es la defendida por la derecha, que gravita sobre la libertad y, en consecuencia, sobre la iniciativa privada. La moderación de ambas tendencias radica en la aceptación por parte de la izquierda de un mínimo espacio de mercado y de emancipación civil; y por parte de la derecha, de la igualdad de oportunidades y la justicia social.

Tenemos de saber quién y cómo pilotará el país a partir de entonces, y ya sea pilotado por los de aquí o por los de allá, el modelo está virando a la izquierda y de forma concomitante a una relativización creciente de los principios básicos de la identidad occidental

El tiempo que llega, será de república independiente o de comunidad autónoma, pero en él la tendencia creciente a la izquierda en numerosos espacios institucionales acabará condicionando la actividad económica permitida, y ello sucederá en múltiples sectores empresariales que incidirán a su vez en muchos más. El efecto sobre las posibilidades de recaudar impuestos en razón de la riqueza generada y su consiguiente reparto en proporción a las necesidades y al infortunio, puede ser de tal calibre que recuperarse cueste décadas. No niego la buena intención de quien cree que el reparto de pan acaba con el hambre para siempre pero del fiasco de las medidas socializantes tenemos ejemplos repartidos por todo el mundo, sin olvidar que el  precio en libertades civiles suele ser parejo a la miseria generada.

Por eso, y no por “desaceleraciones de procesos”,  el día 2 es importante. Tenemos de saber quién y cómo pilotará el país a partir de entonces, y ya sea pilotado por los de aquí o por los de allá, el modelo está virando a la izquierda y de forma concomitante a una relativización creciente de los principios básicos de la identidad occidental. Sin duda en buena medida por irresponsabilidad de una derecha mediocre, indigna de tal nombre, cleptocrática y desdeñosa del verdadero significado de la palabra libertad (que no es solo ni sobre todo económico). Pero sea como sea, la tendencia parece inevitable. Ése y no otro es el polo sobre el que debe ofrecerse una alternativa. A uno y otro lado de las fronteras, las ideologías existen.