Tocados y hundidos. Los custodios inflexibles del Catecismo de la Iglesia Católica como texto inalterable y estático lo tienen francamente mal. El Papa ha hecho saber en el 25º aniversario del Catecismo que este es "la expresión viva de un depositum fidei, de una tradición eclesial que crece y madura en el tiempo". O sea, que cambia. Que se puede modificar. Que progresa. La Tradición en mayúscula (la Iglesia Católica se basa en la Escritura, la Tradición y el Magisterio) también se adapta. Uno de los aspectos más controvertidos del texto es el que deja la puerta abierta a la pena de muerte.

La pena de muerte no rehabilita y se basa en la venganza y para el Papa es "contraria al Evangelio". Francisco entiende que en el pasado pudiera ser una "consecuencia lógica de la aplicación de la justicia", hecho que la legitimó también en los estados pontificios. Pero hoy ya no es sostenible, asegura el pontífice. Por fin un Papa hablando claro en este aspecto, claman sectores que se afanaban por una condena sin ambages. El 30 de noviembre tendrá lugar la Jornada Mundial de Ciudades por la Vida y contra la pena de muerte. Ciudades como Roma iluminan edificios emblemáticos, en este caso el Coliseo. Sería bueno que Catalunya, que está en proceso de repensamiento de quién es y quién quiere ser de mayor, se sumara con muchas más ciudades contra la pena de muerte.

Con la pena de muerte se suprime siempre una vida humana que es sagrada a ojos de Dios

Porque la pena de muerte es cruel y degradante. Inhumana. Siempre, sea cual sea el crimen o el método de ejecución. Desde una perspectiva creyente, con la pena de muerte se suprime siempre una vida humana que es sagrada a ojos de Dios. Ha habido un progreso —lento— con respecto a la pena de muerte en el seno de la Iglesia Católica. El Papa actual ha dicho que hay que afirmar "con fuerza" que la condena a la pena de muerte es una medida "inhumana". A nadie se le tiene que quitar la vida ni la posibilidad de un "rescate moral y existencial".

La visión antropológica que hay detrás de esta afirmación del Papa es que, ángel y demonio, el ser humano es capaz de cambio, de redención y de mejora. Si no fuéramos tan tajantes, dogmáticos, de blanco y negro, entenderíamos que las personas somos así. Lo ha explicado de manera sublime el antropólogo Lluís Duch estos días en la Cátedra Ferrater i Mora en la Universitat de Girona. Escuchemos más a los sabios, y bajemos los decibelios a los atronadores pseudo-tertulianos de receta. El mundo iría un poco mejor. Y quizás ahorraríamos errores garrafales, y, en tantos casos, errores mortales.