Sólo media cerveza. El cardenal Martínez Sistach es un audaz hombre de juicio, y no me permitió colmarle el vaso cuando la otra noche nos fuimos de tapas. Él y una docena de estudiantes universitarios de Blanquerna estuvimos conversando sobre la vida y la muerte, de noche y con bravas y cervezas, que es cuando estos temas salen mejor. Por proximidad con la facultad escogimos el bar Moritz para una nueva sesión del programa "Teotapes", un formato en que un líder religioso se reúne con estudiantes, fuera de la Universidad, por la noche, en un local con gente. Porque la vida se declina también en estos ambientes, y los representantes de las religiones necesitan el contacto con la realidad nocturna, secular y joven. Suele durar una hora, en la que sale de todo, y todo es todo. El cardenal estuvo cómodo y no escatimó ninguna respuesta. Y es que Lluís Martínez Sistach, ahora que se acerca a los 80 años, se está desincrustando de la pátina institucional. Emerge la persona. El contacto con el papa Francisco es evidente. En su nuevo libro, que acaba de aparecer, Un cardenal es confessa (Proa), Sistach suelta perlas muy en la línea papa Francisco. "Es urgente salir del templo para ir adonde se encuentra la gente. No podemos esperar que vengan", reconoce, dando por agotada la época de la cristiandad. Y añade: "En la Vieja Europa hemos vivido una historia religiosa muy larga y no siempre gratificante".

El arzobispo emérito de Barcelona, nacido el 29 abril de 1937, se doctoró en Roma con una tesis sobre el derecho de asociación de los laicos y en sus memorias, esta preocupación por que los laicos sean protagonistas es evidente. "Aquí se ha pecado y todavía se está pecando, por los dos lados. Los pastores, al no reconocer siempre el papel que corresponde a los laicos en la Iglesia, y estos, al renunciar a su responsabilidad por falta de una mayor generosidad o por creer que los pastores lo harán mejor que ellos". También se refiere mucho al exceso de clericalización de la Iglesia, y reivindica el papel de la mujer. Cuando habla de corrupción, hace frases que no deberían molestar a los militantes antisistema: "La voz profética de la Iglesia clama por la justicia, por la eliminación de las desigualdades, por la superación de la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera". El cardenal, Medalla d'Or de la Generalitat, está constantemente en Roma, donde es miembro de varios organismos. Se mueve como pez en el agua en varios ambientes, donde comparte intereses por Gaudí, justicia social, grandes ciudades, participación de los laicos, etc. Ahora está ocupado preparando un congreso sobre grandes ciudades y ecología en Brasil, en verano. En el prólogo, su amigo el cardenal Gianfranco Ravasi reconoce que Martínez Sistach disfruta de "creatividad pastoral", que es una manera de decir en lenguaje vaticano que es de los que "hacen cosas útiles para evangelizar".

En cuanto a a las problemáticas de la sociedad, el "jubilado activo" -el cardenal Ravasi habla así de su amigo Sistach-, reconoce que hoy "hay un déficit de amor en las personas", y piensa que "hay" que hablar más de Jesús que de Iglesia", mientras constata que "tenemos muchos bautizados pero pocos evangelizados".

Cuando se le pregunta sobre Catalunya, explica que se tiene que tomar con lucidez y prudencia, y dice concretamente que "el Evangelio no está casado con ninguna opción concreta". Es interesante que mencione que los catalanes "somos muy autocríticos" y comenta que cuando va por el mundo siempre le preguntan "por la Sagrada Familia y por el Barça".

Este cardenal, que no es alérgico como otros a los medios de comunicación, los define como "la versión moderna del púlpito". Sistach confiesa que no ha sufrido "noches oscuras", como algunos místicos, y recomienda pensar que moriremos: "Hay que pensar en la muerte, porque la muerte es maestra de vida". Palabra de cardenal.