La patrona de la Guardia Civil, conocida como la Benemérita, es la Virgen del Pilar, fiesta que tiene lugar a bombo y platillo dentro de cuatro días, especialmente en la basílica de Zaragoza. Se bailarán jotas y sonarán los tambores festivos y todo será muy bonito. Habrá abuelas y niños, un ambiente de fiesta mayor como es debido. Desde 1913 el cuerpo policial tiene esta protectora. Cuesta sin embargo armonizar la imagen de agresividad de estos días en Catalunya por parte de la GC con los cantos emocionados que se cantan a la "mañica". Se rogará a la Virgen que proteja a su pueblo y se le dirigirán súplicas y agradecimientos. Quizás también se le tiene que pedir perdón por la violencia injustificada, que no es ciertamente la mejor carta para quien se llama cristiano.

Sin salir del marco del santoral, ayer era el día de otra advocación mariana, porque María es una, pero tiene muchos nombres repartidos por la geografía mundial. Así, el 7 de octubre es el turno de la Virgen del Rosario, día del rosario. En Barcelona, en la catedral, entrando a mano derecha, está el famoso Cristo de Lepanto. Siempre hay gente. La batalla de Lepanto, la batalla de 1571 en que la cristiandad (porque era el régimen de la cristiandad) derrotó a los otomanos, también conocidos como turcos o musulmanes en el imaginario popular. El papa Pío había pedido que se rezara el rosario para la victoria. Es por ello que el rosario, que es una plegaria que tiene mala fama por ser repetitiva, pero que resulta bien sana y parecida a las que hacen los budistas y todo el mundo encuentra tanto fascinante, se ha utilizado como "arma" por parte de católicos en muchas ocasiones. No me gusta el nombre pero sí la idea de combatir la violencia meditando. La aportación católica en estos momentos excepcionales, pero también la de otras religiones, se tiene que medir con plegaria, compromiso, profetismo y no violencia. Más que nada, en el caso católico, si se quiere ser coherente y seguir el mensaje evangélico, no hay muchos otros caminos. Los gritos, las reyertas, las agresiones, no son la vía del cristianismo. El silencio, tampoco. Resulta insultante ver los besos y las devociones a la Virgen y después quedarse con la desolación del dolor que ha dejado la violencia. La instrumentalización que muchos hemos criticado por parte de los terroristas que invocan el islam cuando hay ataques también se da en el catolicismo cuando se vulneran derechos y los creyentes callan. No se puede apalear a la gente y rezar padre nuestros como si no pasara nada. Tampoco tiene sentido la calma cómplice de los católicos de misa de doce que no se quieren ensuciar las manos denunciando lo injustificable. El pecado de omisión está presente estos días con un silencio atronador.

Óscar Romero, que murió asesinado mientras decía misa, había denunciado la corrupción política en El Salvador. Su fe lo llevaba a la palabra y a la acción. Muchos otros católicos callaron. Ahora, en Catalunya, los obispos y abades, laicos de todas condiciones y muchos colectivos religiosos se han pronunciado. A partir de hoy, también hace falta un trabajo pedagógico, mucho juicio y humildad y recordar, a los que aman tanto a la Virgen, que el principal mensaje que hay detrás de la religión cristiana es el de la salvación de todos (todos, enemigos también) y el del perdón. Los monasterios catalanes han mencionado al papa Francisco cuando escribe en Evangelii gaudium 183 que "nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos, y sin influencia en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil."

Actitudes beligerantes no ayudan. Condescendencias cobardes, tampoco.