Estados Unidos tiene un pecado original, y se llama racismo. Después tiene otros defectos y mil virtudes, pero hoy nos quedaremos en el primero de la lista. Hace unos días he vuelto de la Costa Este de Estados Unidos, teóricamente más educada y multicultural que otras zonas más interiores o con un pasado sudista y racista. Da igual. La sensación de país racista ha sido muy contundente. El virus racista no ha sido todavía aniquilado. He detectado brotes de racismo en la Iglesia Católica, que es donde me he movido. No ha sido directamente, pero aparecía en las conversaciones, en la modo de hacer, en el ambiente. Preguntas cuántos obispos católicos afroamericanos hay y te miran como si hubieras perdido el juicio. Preguntas por qué los que esperan que se les aplique la pena de muerte no son casi nunca blancos y les parece una cuestión políticamente incorrecta. He visto parroquias donde me decían que "casi nunca" ha habido afroamericanos, porque son esencialmente "evangélicos" y no se han interesado mucho por el catolicismo. Sospecho que tal vez podría ser también que el catolicismo no se haya interesado por ellos. He estado en iglesias en cuya nave principal celebraban los blancos e irlandeses, y los hispanos se encuentraban en el sótano, porque "les gusta más hacer comunidad juntos aquí abajo". Por suerte he conocido a gente e instituciones que precisamente luchan contra estos estigmas. Pero la lucha implica su persistencia preocupante.

Estados Unidos es un país que nace de un deseo de ser un espacio en que la libertad y la igualdad sean los paradigmas que regirán un nuevo comienzo. Pero desde un principio, personas de raza negra, indígenas e incluso los latinos fueron excluidos de estos ideales. El experto en estudios hispanos Hosffman Ospino, que me ha acogido en Boston, diócesis que se está recuperando del escándalo de los sacerdotes pederastas, me explicaba que con el tiempo se ha ganado terreno como sociedad, especialmente con la abolición de la esclavitud, los movimientos en favor de los derechos civiles y otras iniciativas de transformación social. que han ayudado a la nación a reconocer el hecho horrible de la discriminación. Al mismo tiempo, surgen de vez en cuando movimientos como el Ku Klux Klan o movimientos raciales supremacistas, que insisten en que la raza blanca o las personas de origen caucásico son mejores que las otras. Claramente, "la posición es una aberración social, cultural e incluso psicológica", en palabras del experto Ospino, que suscribo, y añado que también son una posición espiritual inaceptable. Estos son casos extremos. Pero en el fondo de las interacciones sociales norteamericanas, sigue presente una convicción, explícita en ciertas ocasiones, escondida en muchas otras, que asume la supremacía de la raza blanca. A eso hay que añadir matices culturales como aquella idea de que solo hace falta hablar inglés, cuando millones de personas en el país hablan más de una lengua aparte del inglés, o la idea de que ser de origen europeo concede un status mejor que ser de América Latina o de Asia o de África. También hay que añadir matices socioeconómicos que privilegian a personas que son de raza blanca. No es ningún secreto que la mayoría de líderes políticos, personas ricas, académicos, personas con posiciones de decisión en el mundo de los negocios, entre otros ambientes, son de raza blanca. El racismo sigue arraigado en esta sociedad porque en muchos sectores se asume que ciertos privilegios sociales, raciales y culturales tienen que ser como tienen que ser. También es desafiante que a menudo se haga difícil hablar de temas como el racismo y otros prejuicios socioculturales, porque inmediatamente son filtrados por los prismas políticos e ideológicos que dividen a la sociedad norteamericana, tan acostumbrada al blanco o negro, nunca mejor dicho. Mi colega, que dirige el grado de Estudios Hispanos y Ministerio en el Boston College, me decía que "cuando una sociedad no consigue definir con claridad y con un sentido de universalidad conceptos fundamentales como el bien común y la dignidad inalienable de todo ser humano, sin excepción, problemas como el racismo seguirán rasgando el tejido social y haciendo daño a mucha gente". Y así está siendo. Trump ha dicho finalmente que "el racismo es el mal". Pero el papel lo aguanta todo, incluso frases como esta, que contradicen la realidad, su acción y su política.

El racismo discrimina en base a la raza o a la etnia, y nadie está vacunado contra esta deriva. Se sigue haciendo daño partiendo de una premisa totalmente equivocada y contraria a los derechos humanos. Nadie asume que es racista. Pero algunos de los que lo niegan gobiernan el mundo.