El privilegio de ser periodista es que tienes la suerte de los fontaneros. Entras en casa de todo el mundo, y suele ser por poco tiempo. Ves muchas cosas, y explicas algunas. Gente completamente desconocida un minuto antes te abre confiada su domicilio, que es una manera de acogerte en su alma. Es así como acabas infiltrándote en palacios, prisiones, hospitales, tanatorios, escuelas, embajadas, pasarelas. Cuando alguien entra en tu casa, las defensas disminuyen. Estás expuesto. Recuerdo muchas casas donde he estado solo unas horas. El encantador refugio del padre de la inteligencia emocional Daniel Goleman, en medio de la nieve en Massachusetts. La de la Susana Tamaro en medio del campo, con animales y abejas, muchas abejas. La de la Rosa Maria Pich en Sarrià, madre de 18 hijos, que se acaba de quedar viuda. Las casas repletas de recuerdos de Paloma Gómez Borrero, en Roma y Madrid. La mansión con perros por el jardín en Madrid de Tamara Falcó –bien, la de su madre, Isabel Preysler. El ático y la pipa del cardenal Cheli en el Trastevere. La casa del entrañable Jean Vanier, fundador del Arca en Francia. La villa del embajador japonés en Roma, que cada vez cambia de aspecto por el feng shui. Y la luminosa casa de Pablo d'Ors.

Esta casa la tengo mucho presente. Y a él, más. D'Ors es el fundador de los Amigos del Desierto. Su abuelo era Eugeni d'Ors. Nacido en Madrid en 1963, este sacerdote y escritor dedica mucho tiempo a meditar. La atracción de su silencio es magnética. La entrevista que le hice fue de alta intensidad. A mi primera pregunta –que ni recuerdo-, se impuso su silencio. A mí, se me hizo largo. Me miraba, yo aguantaba la mirada, no se sentía nada. Y él pensaba la respuesta. Al contrario de los mediáticos televisivos que dispensan sonrisas y respuestas confeccionadas a diestro y siniestro, Pablo d'Ors no es de este tipo. Mi madre lo calificaría de hombre con "mucha vida interior". Es verdad, seguro. "Estoy convencido de que hay enfermedades del alma, heridas que tenemos por dentro, sombras, que solo pueden sanarse con silencio, por la vida espiritual", fue una de sus primeras respuestas.

Mientras evoco a Pablo d'Ors, estoy mirando la extraordinaria película de Malick, Tree of Life. El árbol de la vida evoca la pérdida de un hijo, uno de los ejemplos que me puso d'Ors en la entrevista. "Por la vía de pensar y actuar, esta herida no la solucionarás. La herida solo la podrás disolver –no resolver- por la vía de la contemplación y de la pasión". La herida, el mal, el dolor... son temas que solo salen en entrevistas con gente que tiene ganas de llegar al fondo, de exponerse, de ponerse en juego. Como el amor. No todo el mundo te habla, y bien, del amor. Para este escritor, amar es la capacidad de dar y de recibir, y no solo de dar, y en una cultura como la cristiana se ha subrayado hasta la saciedad la importancia de darse a los otros, ayudar a todo el mundo, y se ha olvidado la parte de "como a uno mismo".

Pablo d'Ors ya viene de una familia artística y reflexiva. Tuvo como madre a una filóloga y como padre, a un médico que dibujaba. Su maestro es el monje Elmar Salmann, una eminencia benedictina alemana afincada en Roma, uno de aquellos profesores de filosofía y mística que todo el mundo querría escuchar un rato. El itinerario vital de Pablo d'Ors lo ha llevado a estudiar en Nueva York, Roma, Praga, Viena... Pero también a ser cura de hospital. Escribe, pero sobre todo medita. Es un hombre de la palabra, pero cada vez más es un hombre del silencio. El Vaticano lo ha querido como consultor del Pontificio Consejo para la Cultura, una decisión que a algunos católicos les ha parecido desacertada: hay quien ve en Pablo d'Ors a un cura poco ortodoxo, demasiado libre, indómito, poco gregario.

Hoy, cuando el periodismo tiene tan mala prensa, reivindico la suerte que tenemos los que nos dedicamos a él de tropezar de vez en cuando con Pablos d'Ors. Fontaneros de la escucha y la palabra, tenemos el privilegio de cruzar nuestras vidas, por un rato, con gente de gran profundidad. Y llevarlas al gran público. No somos elitistas, sino gente que tiene la suerte de topar con personajes de categoría. Gente que calla, que piensa, que te habla de las heridas interiores y que declina la conversación con esperanza. Curas que no "van" de sacerdotes altivos y autosuficientes, sino buscadores que tantean contigo y se detienen, en silencio, donde hay un poco de claridad.