La religión, cuando la escogí como tema de especialización, parecía un ínfimo trozo de la realidad, una excentricidad que nos interesaba a cuatro gatos. Me hago cruces, dos décadas después de aquella opción vital, de cómo la religión impregna el día a día no de mi vida ––previsible–– sino de la vuestra. Esta semana, por ejemplo, "misal" y "madre superiora" han sido conceptos buscados, inhumados, escrutados y debatidos hasta la saciedad. Tengo la ventaja de ser de aquel colectivo que no tenemos que buscar en Google qué es un misal, porque dispongo de varios ejemplares del artilugio en casa. Y tengo también claro qué es una madre superiora y, por el honor y la estima que les tengo a las madres superioras de verdad, les quiero dedicar este artículo dominical.

Madres superioras hay de todos los tipos, como de progenitoras. Buenas y malas. Agarrotadas y dulces. Vengativas y amorosas. Madres como la mía, tremendas y solventes, y madres como las de amigos míos, ausentes y deficientes. Las madres superioras, esta figura de orden que está al frente de las comunidades religiosas, son escogidas. Y habitualmente no es un cargo vitalicio. Podríamos argumentar que una madre lo es para siempre, pero también podríamos añadir que una madre superiora es algo diferente de una madre de familia. Esta maternidad espiritual se declina de muchas maneras: con autoridad, compañía, discernimiento, escucha, mano firme.

Reivindico con fervor el uso del misal, que sirve y da esperanza a mucha gente. Y quiero que nos devuelvan el concepto de "madre superiora"

En Roma hay una entidad que engloba a todas las superioras generales del mundo, la Unione Internazionale di Superiore Generali, UISG. Es un lugar fascinante, justo delante del Ponte Sant'Angelo, donde ves a las mujeres reales de la Iglesia que cortan el bacalao. En una formación que hice a un grupo de generales sobre comunicación, una de ellas, una auténtica líder de los Estados Unidos, se fijó en mí y quería saber por qué no consiguen transmitir su carisma. Le respondí que de entrada tenían que encontrar un sinónimo de "carisma", porque eso ya no se entendía. Y que tenían que confiar más en los periodistas, e invitarnos a su casa, porque eran muy autosuficientes y cerradas. Y le dije que hablando la gente se ententiende, y que la vida religiosa hay que explicarla más. Demasiado tiempo han seguido la dicha de que Nuestro Señor todo lo ve, y, por lo tanto, no hace falta explicitar nada ni ponerse en los focos mediáticos. Lo dijo en público aquella tarde, y causó efecto: durante unos años me pasé muchas tardes invitada a visitar curias generales femeninas en Roma, una de las experiencias que más me han marcado. Cuando se me pregunta sobre la invisible aportación de la mujer a la Iglesia no puedo evitar pensar en estas líderes, en cómo están hasta el final en situaciones límite donde todo el mundo se marcha, menos ellas. Estas mujeres son buenísimas, determinadas, asertivas, dirigentes, espirituales pero también empresarias. Mujeres necesarias.

Escribo estas líneas desde Ávila, donde aquella mujer de nombre Teresa demostró que sabía fundar y ejercer autoridad. Es por eso que me parece de mal gusto que alguien usurpe el santo nombre de las madres superioras. Reivindico con fervor el uso del misal, que sirve y da esperanza a mucha gente. Y quiero que nos devuelvan el concepto de "madre superiora". Como si no fuera suficiente con la Marine Le Pen que rapta a Santa Juana de Arco y la utiliza como símbolo de sus consignas racistas, ahora Marta Ferrusola nos secuestra a las madres superioras. Qué coincidencia temporal, Le Pen y Ferrusola. Qué mujeres, Señor, qué mujeres. Las dos pretendidamente trabajando por el bien del país, las dos madres de familia numerosa. Que Nuestro Señor, que todo lo ve, las coja confesadas.