Teresa de Ávila había sido presumida, de jovencita. Está bien en la vida de los santos que haya algún elemento distorsionador como este, para que no todo suene a flautas y violines. La perfección es enemiga de la santidad. Es mejor haber tenido una vida convulsa, y después convertirse. O ser muy bueno por naturaleza, pero tener mal carácter, o algún otro defecto notorio. Teresa de Jesús o de Ávila (hoy santa) era una mujer asertiva que por ejemplo no se gustaba en el cuadro que un pobre pintor carmelita pintó cuando ella tenía 61 años: "Lo perdono por haberme hecho tan fea", le soltó. Era el siglo XVI. El cuadro es el típico que si ponemos "Teresa de Jesús" en un buscador nos aparecerá: con el hábito de carmelita, huraña, y con una paloma incrustada en la cabeza. Esta mujer prodigiosa, doctora de la Iglesia, pequeña en apariencia y gigante en fuerza interior, consiguió hacer lo que quería con mucha habilidad. Y hablaba sin sutilezas. Era una mujer con habilidades directivas diáfanas. Si ahora ya es complicado para una mujer abrirse camino en la Iglesia, imaginémonos entonces. Sabía, como siglos antes lo había intuido Hildegarda de Bingen, que en un mundo dominado por los hombres, sólo hacerse pequeña podía serle útil para llegar donde quería. Las dos eran mujeres con visión. Hoy las empresas hablan de la visión y la misión. De hecho, Hildegarda de Bingen es conocida como una visionaria, profeta, científica, compositora, astrónoma... y Teresa es la mística por excelencia. Ambas eran dos mujeres conscientes, con los pies en el suelo, y con fabulosas dotes de una particular diplomacia que las llevaba donde querían. Tenían un pensamiento holístico, que unía cuerpo y alma. Se ponían enfermas a menudo. En ellas la referencia al cuerpo es muy evidente. El éxtasis de santa Teresa de Bernini es todo un canto al cuerpo y a su expresividad. Que sean dos mujeres extraordinarias no quiere decir que fueran heroínas, porque si sobresalen de la media no es sólo por su valentía. Sobresalen porque son muy buenas, son conscientes y se saben escogidas. Cuando nace Teresa, el 28 de marzo de 1515, estamos en el momento de la Reforma protestante. Ella será también una reformadora y una pionera en la manera de entender la vida religiosa femenina. Sabe qué tiene que construir, y busca la manera.

Hildegarda, por su parte, hace 900 años ya era muy consciente de lo que llamaba elementos, y que para nosotros sería la naturaleza. Los elementos pueden destruirnos si no los cuidamos. Alertaba del orgullo, el egoísmo y la envidia. Estas mujeres son muy actuales, rabiosamente actuales. Nuestros problemas no difieren tanto de los suyos. Lo que sí que es muy diferente es el motor. En ellas, todo surgía de Dios, y todo iba para su gloria.

Hay mujeres inspiradoras en el pasado, pero haría falta que no tuviéramos suficientes manos para contar a las mujeres inspiradoras que surgen del cristianismo hoy

Entre Bingen, en Alemania, y Ávila, en Castilla, hay centenares de kilómetros de diferencia. Las dos tierras, sin embargo, han visto las huellas de dos mujeres profundamente espirituales, perseverantes, tozudas, inteligentes, e incluso con capacidades refinadas para que la voluntad divina que pasaba a través de sus visiones fuera una realidad y no una entelequia del espíritu. Tuvieron resistencias internas. Y ciertamente externas. Pero sabían a dónde iban.

Naturalmente fueron puestas a prueba y sospechosas de herejía. Sus mensajes y visiones, sin embargo, disfrutaron en todos dos casos de la confianza y complicidad de grandes personajes masculinos que supieron ver más allá de lo que con ojos puramente humanos eran pretensiones y ambiciones, delirios de grandeza y falta de humildad.

Las dos consiguieron fundar sus monasterios y salieron adelante con la suya. La vida religiosa femenina es un espacio de libertad conseguido con el tesón de estas fundadoras iluminadas que rompieron esquemas. Hoy, donde persiste la idea de sacralidades anquilosadas (la Constitución no se toca, el Catecismo es inamovible, etc.), encontramos ejemplos esperanzadores. El papa Francisco esta semana ya ha dicho que el Catecismo se toca, y cómo, porque tiene que quedar inequívoco que la pena de muerte y el Evangelio son una contradicción de términos.

Volviendo a las mujeres que nos ocupan, la vida y las visiones de Hildegarda y de Teresa son motivo de alegría y de preocupación: tuvieron que luchar titánicamente y con habilidades superlativas, y salieron adelante. Pero una era de 1098 y la otra de 1515. No es normal que sean los dos grandes nombres cuando pensamos en mujeres en la Iglesia. Sí, añadamos a Caterina de Siena, Edith Stein, Teresa del Infante Jesús. Da igual. La llamada cuestión femenina no está resuelta. Lo ha dicho el Papa, lo han pronunciado los últimos papas uno detrás del otro. Hay mujeres inspiradoras en el pasado, pero haría falta que no tuviéramos suficientes manos para contar a las mujeres inspiradoras que surgen del cristianismo hoy. Yo pienso en ello hace décadas, y lo confieso: no las encuentro. Me cuesta mucho presentároslas. Que Dios haga más que nosotros. Y mientras tanto, releemos estas mujeres que han dejado no sólo perlas de la literatura, sino un testimonio de resiliencia prometedor en tiempo de dificultad. Si fuera por mí, Hildegarda y Teresa serían los nombres que pondría a las niñas que se conciben estos días turbulentos. Amén.