Desde que tengo colgada una fabulosa diana en el comedor, reflexiono diariamente sobre los dardos. Dardos envenenados, dardos con piel de cordero, dardos con forma de beso de Judas. Dardos. Como los que querrían disparar al Papa. Hay una legión de personas equipadas con dardos verbales que han puesto en el centro de la diana su rostro. Que Bergoglio generaría detractores, un niño de P3 lo podría deducir. Cualquiera que se mueva tiene enemigos. Y el papa Francisco no pasará a la historia como el Papa momia que no actuó. Sino al contrario. Se mueve incluso cuando duerme. Sus enemigos no son solo los que cometen masacres en Egipto días antes que él vaya. Estos son enemigos de la humanidad, no del Papa. Jorge Bergoglio tiene al enemigo en casa. Ha desmontado tanto el chiringuito, que la revuelta interna en forma de centrifugadora ha sido descomunal. Y salpica a todo el mundo. Después de las duchas vaticanas, esta semana se ha inaugurado una lavandería para las personas sin domicilio fijo (se niega a decir "sin techo" o "barboni"; lo encuentra despectivo). En el Vaticano pronto habrá también sitios donde almacenar las bolsas de los vendedores ambulantes y donde se dispensarán productos básicos de higiene personal. Estos detalles no son notas folclóricas a pie de página, sino el catalizador de una manera de hacer del Papa "progre", "peronista" y desestabilizador, que ha reconocido "no haber sido nunca de derechas". Estamos asistiendo a un pontificado excesivo, desbordante. Se sale de los límites y deja exhaustos a sus colaboradores, que con la lengua fuera de ya sufren por las nuevas ocurrencias pontificias.

Los disidentes no se esconden. Uno es el profesor Roberto de Mattei, que descalifica al Papa porque cree que incluso "duda de la validez de los diez mandamientos". Este estricto pensador defiende que la ley moral "o es absoluta, o no es nada" y, por lo tanto, no se pueden hacer excepciones. En cambio, por desgracia, el Papa es el rey de las excepciones. Él mismo es el paradigma excepcional en la historia reciente de la Iglesia. Un papa argentino en la cátedra de Pedro. En un contexto globalizado y donde todo parece posible, esta eventualidad la digerimos como si nada, pero en la milenaria tradición de la Iglesia, este "detalle" escuece, especialmente a los italianos. Las piezas del puzzle están muy cambiadas. Argentina en el corazón de la multinacional católica del espíritu no es un dato inocuo. Este Papa no provenía de la curia vaticana y, por lo tanto, no llevaba incrustrada la manera de hacer secular romana. Ahora, cuatro años después de haberlo desbaratado todo, la curia ya es "franciscana", no solo porque se ha despojado de futilidades y anacronismos, sino porque el Papa interviene sistemáticamente.

Cuando empezó con Benedicto XVI la rocambolesca historia del mayordomo (coincidiremos todos en que no actuaba solo ni motu proprio), las conjuras vaticanas fueron cogiendo forma. Dentro de las cubiles de poder siempre hay fuerzas ocultas y desestabilizadoras. Y el Vaticano tiene todos los ingredientes para una conspiración de este tipo. Ahora, en época de Bergoglio, las intrigas no llegan tanto de mayordomos, que cada vez tienen menos trabajo con un Papa autosuficiente y poco protocolario, sino de los príncipes de la Iglesia o cardenales. Estos son ya otra categoría. Los asesores del Papa, sus consejeros más próximos, como Burke, Caffarra, Meisner o Brandmüller, están desorientados por esta "confusión" vaticana y quieren "corregir fraternalmente" al Papa. Desobedecen y reclaman explicaciones. El Papa sigue su camino y no retrocede. Bergoglio no se deja intimidar por los que quieren cerrar filas en el seno del catolicismo. Piensa a lo grande, y sabe que el cristianismo no tiene la vara imperial ni se puede imponer replegándose en sí mismo. Morirá el Papa con el resultado de contar con más católicos afiliados, personas que ahora ni se plantean ser creyentes, pero a quienes su discurso no dejará indiferente. Sepamos, sin embargo, que a la hora de su muerte también destacarán algunas bajas de católicos, desertores de esta manera de hacer tan poco ortodoxa.

La monja exclaustrada temporalmente Teresa Forcades, que acaba de escribir un libro sobre la revolución del papa Francisco, piensa que la estrategia de Bergoglio es la "descentralización". De hecho, el Papa descentraliza, pero también sigue manteniendo poder en el centro, en Roma. Descentralizador, pero también depurador. No hay sitio para catolicismos formales. Es un poder con olor a oveja, el de la ropa sucia que se acumulará en la lavandería vaticana. Sofisticado no es, este pontífice huraño. Y en su diana mental sabe muy bien cuál es el centro.