La religión de las personas como motivo principal de los conflictos es una manera de desviar la atención de otros factores, como la incapacidad humana de aceptar la alteridad, la superioridad occidentalizante, el capitalismo salvaje deshumanizador, el racismo camuflado o incluso una eugenética refinada intelectual clasista que desprecia todo lo popular y considerado irracional. Esta idea recurrente de que los males que nos afligen son consecuencia de las religiones se amplifica con tesis como la del choque de civilizaciones, o CAC (Clash of Civilitzations), la célebre expresión del estratega de los Estados unidos Samuel Huntington.

La idea es simple y poderosa. Estamos ante la predicción de un choque entre identidades culturales, especialmente entre religiones, que serían las causantes de los conflictos que afligen a la humanidad. En 1992 esta hipótesis surgió primero en una conferencia en el American Enterprise Institute, fue publicada en la revista Foreign Affairs un año más tarde y pareció que quedaba confirmada con las reformulaciones del orden mundial que ha extendido el terrorismo. Estas ideas sustituían las de los bloques ideológicos de la Guerra Fría. La respuesta de Huntington era de hecho una réplica a las tesis de su estudiante Francis Fukuyama (El fin de la historia). En 1996 la obra de Huntington toma forma de libro, en un momento en que el mundo todavía no se había revuelto con los atentados del 11-S.

La tesis principal del autor, que inicialmente era demócrata, pero muy duro con el multiculturalismo, es que sería vana cualquier tentativa de extender el universalismo occidental y que no se podría exportar la democracia. Por lo tanto, el panorama del destino sería la confrontación. Las propias identidades se pondrían en peligro a causa de los procesos de multiculturalismo. En el fondo, Huntington hace saber a EE.UU. que sus valores no pueden ser hegemónicos y que el mundo es plural y diversificado. Y considera demasiado inocente la idea del diálogo como fuente de entendimiento entre las personas. "El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas divisorias entre civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro", escribió. Los neoconservadores (neócons) se inspiraron para señalar al 11-S como la confirmación de las funestas teorías. Había un nuevo enemigo, identificable, que en vez de ser denominado terrorismo tomó el nombre de Islam.

Naturalmente, en cuanto un Huntington ufano pronunció sus vaticinios, surgieron voces que se oponían. Unas de las más conocidas son la de Tariq Ali, con El choque de los fundamentalismos, y Edward Saïd, con El choque de las ignorancias. Con la ruptura de las alianzas clásicas y ante la necesidad de recoser un mundo rasgado formuló Zapatero la idea de "la alianza de las civilizaciones".

"Choque de civilizaciones" deriva de la expresión "choque de culturas", que ya se había utilizado en época de las colonias y que algunos literatos e historiadores habían utilizado anteriormente. Hoy asistimos perplejos a crecientes alianzas de ignorantes, de racistas y de mentes obtusas que no entienden que la coexistencia no es una opción. A terroristas que liquidan con la muerte sus frustraciones. Discursos de odio que envenenan la convivencia.

Todo el mundo choca con las ideas de los otros y cada vez encontramos a menos gente "leída", como decían las abuelas. Se ha impuesto la ignorancia pretenciosa y arrogante ante el juicio. Las mismas palabras que utilizamos son agresivas. El término nazi se pronuncia con demasiada ligereza. No se trata de cogernos todos las manos, cerrar los ojos a la realidad y hacer del mundo un campamento de hippies. Existen muchos problemas y miserias, gente con un corazón enorme y otros muy faltos de él. Los criminales no son una minoría. La revancha, la rabia, la maldad están bien presentes. La realidad es muy afilada. Pero el escenario en el que vivimos sube de temperatura y nosotros también somos responsables de ello, con el uso de nuestra libertad.

Barcelona acaba de ser víctima de un feroz atentado. Condena radical a cualquier violencia. Y también pregunta. Preguntémonos qué está pasando en el mundo, en las culturas y civilizaciones, en la capacidad de acogida, en la respuesta que damos a la miseria, en la falta de oportunidades que genera un mundo insostenible. Haría falta dedicar muchos más esfuerzos a entender por qué la gente joven se radicaliza. Qué busca, qué deseos tiene, qué la frustra. No reprobemos culturas y religiones alegremente, y revisemos las actitudes internas. Y quizás algún día chocaremos, frontalmente, contra nosotros mismos.