Es un espectáculo ver cómo la simple idea de vincular la independencia con una urna sigue triturando todo aquello que se interpone en su lógica diez años después de ponerse en marcha. Ni siquiera el rey Felipe VI se podrá salvar de la masacre política que está haciendo el referéndum si sigue emitiendo declaraciones contra Catalunya.

Ver cómo el diario El País echa a Joan B. Culla y Francesc Serés, después de que el Grupo Plisa se declare en quiebra técnica, me llena de gozo. Igual que me llena de gozo la deriva del PSC, que cada día parece más una caricatura de la Liga, y que los últimos años ha ido traicionando a la vista de todo el mundo los ideales que en 1980 ya había traicionado en los despachos.

El Estado español se desangra en Catalunya. Cuanto más se resista a reconocer el resultado del referéndum, más solos se van a sentir los unionistas, por más que el Rey intente confortarlos. El referéndum es inapelable. Los soberanistas que no entiendan que no pueden manipular el resultado a favor de sus intereses personales también irán cayendo de la esfera pública.

La única esperanza del Estado es que Catalunya se deje arrastrar por la mezquindad de sus dirigentes. Para que pueda haber muertos y represión, primero el Estado necesita que perdamos el honor, que permitamos a nuestros líderes pervertir el sentido del referéndum a favor de sus prejuicios y negocios, con la excusa del miedo.

La mezquindad de los líderes catalanes ya llevó a la dictadura de Primo de Rivera, a la absurda Segunda República, que se declaró en Barcelona como un sucedáneo de la independencia, y también al franquismo y a la estafa de la Transición. Esta vez, gracias al pacifismo, la escuela e   Internet tenemos la partida mejor planteada.

El proceso es una guerra psicológica porque la sangre marea a la gente, incluso en España. Todos estos unionistas que dicen que tienen miedo del independentismo en realidad sólo temen que Madrid haga alguna burrada que no puedan justificar. Han dicho muchas veces que son pacíficos y demócratas y de lo que tienen miedo, en realidad, es de acabar teniendo que odiar su propio país y a ellos mismos por no haber reaccionado a tiempo a las declaraciones neoserbias de sus líderes.

El lunes el Parlamento debería declarar la independencia sin falta. La mediación, si no se honran los votos del referéndum, sólo servirá para que vuelvan los aprovechados. En la Transición, ya vimos cómo los listillos de la clase aprovechaban los miedos de la gente para colocarse en una buena posición a cambio de salvar al ejército de pasar por los tribunales.

Ahora los malotes también utilizan a los muertos de la Guerra Civil y las torturas del franquismo, pero el objetivo es evitar la declaración de independencia. El estado necesita ganar tiempo y hace creer a algunos líderes del proceso que a quien necesita tiempo es Catalunya. Los discursos que enfatizan el diálogo, como los discursos económicos, están pensados para dar aire a los carroñeros que viven del dolor ajeno y de mantener los conflictos bien abiertos.

La comunidad internacional está preparada para recibir Catalunya. Los que no están preparados para ver Catalunya independiente son los caraduras que han vivido de la herida abierta por 300 años de represión española. No regalemos la victoria a Josep Oliu, Santi Vila o Ada Colau, que durmió en casa mientras la gente defendía las urnas de la policía. No cometamos los mismos errores que en los años treinta.

La historia y el capitalismo nos esperan. Será divertido ver cómo el mundo nos redescubre y nosotros nos avergonzamos de haber estado pronunciando discursos bizantinos durante tantos años. Con respecto a todos estos pedantes que quieren convertir el diálogo y la mediación en la última trinchera de la infamia, ahora veréis qué es un tsunami. Espero que sepáis nadar.