Este artículo nace de un puñetazo en el estómago. Un puñetazo que hace especialmente daño porque fuera de mi habitación llueve y eso siempre me hace estar con la moral bajo cero. No sé si es exactamente un puñetazo, o tan sólo el fantasma de varios puñetazos que fui recibiendo a medida que me adentré en el mundo de los feminismos en Catalunya.

En los círculos feministas catalanes he conocido gente maravillosa, que trabaja de lo lindo y que han sido mi principal puerta de entrada al pensamiento feminista, un mundo de conocimiento calidoscópicamente diverso. Porque feminismos, que no os engañen, hay muchísimos. Tantos como personas que se consideran feministas hay en el mundo. Y es precisamente por este motivo, porque este conocimiento y experiencia y la gente que los crea la aprecias de verdad, hasta el punto que forman parte de ti, que cuando recibes una buena paliza, la paliza hace un daño de gónadas.

Según mi opinión, los feminismos tienen tres retos inmensos delante. Uno es la visibilización del agravio, conseguir que el resto de la sociedad vea y entienda las opresiones que sufren las mujeres. Por eso, reivindico el papel de la feminista aguafiestas que describe Sarah Ahmed: necesitamos mujeres que creen una historia de la infelicidad, que digan que no están contentas con el tratamiento que han recibido a lo largo de los años. Y que a todo el mundo le quede claro que esta situación las revienta.

Feminismos, que no os engañen, hay muchísimos, tantos como personas que se consideran feministas hay en el mundo

El segundo reto es conseguir reflejar diferencias de clase, raza, religión, género, edad, diversidad funcional u orientación sexual sin que esta atomización suponga la destrucción total del feminismo mismo, al no tener ningún sujeto para reivindicar. ¿Y eso por qué? Pues porque, y aquí viene el tercer reto, no es suficiente con reconocer que estamos fastidiadas de maneras diferentes, y que algunas lo tenemos mejor que otras, sino que tenemos que construir una solución factible a los problemas que analizamos.

En Catalunya, he asistido a actos donde la manifestación del agravio ha robado tiempo a la construcción de soluciones. Esta situación degenera hasta el caos y la destrucción en las redes sociales, donde la violencia simbólica que ejercen algunas feministas de varias ideologías entre ellas puede llegar a ser muy intensa. Como recuerda Sarah Ahmed, asumir que la indignación nos da la razón es un error, porque el enfado, envuelto con según qué discursos que lo vinculan a la moralidad, puede ser opresivo.

En otros casos, la sensación de tener razón a causa de tu condición de oprimida ha dado pie a una tradición literaria de artículos periodísticos que, hibridando la reivindicación de la liberación femenina con un memorial de agravios, son perfectamente intercambiables entre ellos, hablen de lo que hablen. El uso acrítico de conceptos como patriarcado o empoderamiento femenino –a veces aliñado con una antología de citas célebres de emergencia de Simone de Beauvoir; o Judith Butler si eres moderniqui- quita el espacio a cualquier reflexión crítica sobre la situación concreta denunciada. Estos artículos tienen mucha salida, porque permiten al medio quedar bien sin tener que plantearse si sus procesos de producción de noticias perpetúan algunas de las desigualdades denunciadas a los artículos.

Asumir que la indignación nos da la razón es un error, porque el enfado, envuelto con según qué discursos que lo vinculan a la moralidad, puede ser opresivo

Ante esta situación, reivindico un mayor uso, en círculos feministas, de la teoría. La aburrida teoría, sí. El riesgo de la teoría es que a menudo se asocia exclusivamente con el mundo académico, un mundo que, tal como recuerdan Audre Lorde y Arda Kilomba, ha privilegiado a las mujeres blancas. Bell Hooks explica que eso ha provocado que muchas mujeres se hayan distanciado de un conocimiento académico y teórico que, añade la autora, en muchos casos ha sido secuestrado por una serie de académicas que han escrito, precisamente, con la voluntad de ampliar el cisma entre la academia (la teoría) y el activismo (la práctica). Hay que decir que Hooks fue, para mí, toda una revelación, al reivindicar una teoría que se construya también desde la experiencia directa del individuo y que reconoce las aportaciones de las personas que han sido excluidas de los circuitos de pensamiento emanados de la educación formal. Para ella, cuando reorientamos la teoría hacia procesos de recuperación y liberación, no existe ninguna rendija entre la teoría y la práctica.

Opino, pues, que la teoría nos ayuda a entender nuestras opresiones, pero también las de las otros, y que cuando se vincula a objetivos concretos (desde la liberación hasta la generación de conocimiento sobre acontecimientos determinados) puede reducir las posibilidades de fricciones que vayan más allá del puro intercambio de ideas. Y eso, en un juego de equilibrio de posiciones como son los feminismos, es fundamental. Si queréis, tenemos un cuarto reto: cómo conseguir hermanar la academia con el activismo, la teoría con la práctica. La universidad con la calle, el Twitter, la prensa y los talleres del centro cívico.

Lo tenemos que intentar. No tenemos que olvidar que, allí fuera, hay centenares de personas encantadas de banalizar el nazismo tildándonos de feminazis y mostrarnos como un grupo de histéricas que no saben lo que quieren, porque mira como se pelean entre ellas. Y ya sé que todo movimiento tiene sus hooligans –pretender que los feminismos no tienen es un acto de prepotencia intelectual. Y que cualquier cosa que decimos, por más razonado que esté, es candidata a ser rechazada sin ningún tipo de consideración. Pero pienso que todas podemos hacer más de lo que hacemos para desactivar muchos de estos discursos. Si alguien tiene que quedar explícitamente como intolerante, como cerrado a nuevas ideas, como destructor, que sean ellos (y ellas). No nosotras.