Cuando me pongo a escribir, cada vez me cuesta más encontrar, ya no las palabras, sino los pensamientos, en el agua absolutamente turbia que es mi cabeza. Vivir en el Estado liminal lo hace todo confuso. Urgente. Incierto. Intenso. Con la siguiente acometida de la historia, los pensamientos, las emociones y las palabras se disuelven en cuestión de minutos. De segundos. Quedan obsoletos con una facilidad inusitada. Incluso para la era digital. ¿De qué sirve escribir nada? ¿De qué sirve opinar? ¿De qué narices hablamos en el trabajo? ¿En la peluquería? ¿En el bar? Si no sabemos nada. Nada. De nada. Las noticias son arena. 155. DUI. Elecciones. Parlament. Vivimos en fragmentos, pero el tiempo se estira como un chicle. Lo que hicimos en septiembre, lo que éramos en septiembre, forma parte de la eternidad.

Estamos cansados. Cuesta leer. Cuesta concentrarse. Posponemos actos. Convocamos reuniones de última hora. Vivimos con un ojo en la tele, una oreja en la radio y unos cuantos dedos en el móvil. La carne ya es plastilina, soldada a los aparatos de difusión de información. Somos cíborgs. Cíborgs catalanes. Todo aquello que hacemos que no tenga relación con eso parece que no acabe de encajar, que sea un fragmento de aquella realidad desmenuzada al chocar con la otra realidad. Parece que estaremos todavía más tiempo. Cada vez más agotados. Cada vez más cansados.

Escribo eso y no sé qué pasará en media hora. Sólo sé lo que he vivido y recuerdo. Somos cíborgs de carne con prótesis mediáticas, pero seguimos teniendo piel. Y, por lo tanto, memoria. Pase lo que pase. No olvidemos. No olvidemos que el Estado no nos ha exigido un paso atrás, sino humillarnos. Que nos ha querido disciplinar. No olvidemos quién ha excusado la represión. No olvidemos los que han explicado la momentánea (yo ya no lo sé) convocatoria de elecciones como una muestra de diálogo por parte de Puigdemont mientras han ignorado la represión presente, y la muy probable futura, que ha podido condicionar la decisión. No olvidemos cómo muchos medios estatales han cuestionado por motivos ideológicos la profesionalidad de los trabajadores de los medios públicos catalanes. No olvidamos que han querido, y todavía quieren, quitárnoslo todo. No olvidemos nada. Recordémoslo todo. Para construir un futuro tan inclusivo, abierto y pacífico como sea posible.

Toca dejar de ser plastilina. Toca aclarar la mente. Toca serenidad para salir adelante y construir lo que queramos

No olvidemos que mientras el país nos tenga a nosotros, tendremos país. No sólo nos hemos convertido en plastilina enganchada a prótesis mediáticas, sino también a otros cíborgs como nosotros. Seguimos cuidándonos, seguimos disfrutándonos y seguimos haciendo aquello que nos gusta para desahogarnos. Yo me cuidaré dejando de escribir sobre el procés durante una temporada. Ha sido divertido. Ha sido liberador. Como todo lo que hemos hecho este mes. Confieso que nunca lo he tenido claro. Había una vocecilla dentro de mí que me decía que los catalanes, después de tantos años sometidos, acabaríamos conformándonos con las migas.

Siempre he pensado que lo que ha pasado en los últimos siete años es similar a cuando sales un sábado a las cinco de la tarde para tomar alguna cosa con los amigos y esperas cenar a las nueve e ir a dormir a las diez, pero que, no sabes cómo, te vas liando, liando, y acabas cerrando la discoteca a las seis de la mañana. Empezó con la mani del Estatut, vimos que nos iban diciendo que no, y al final estamos donde estamos. Supongo que ver como gente de todas las edades estaba dispuesta a que le rompieran la cara para defender unas urnas me hizo ver que, al menos a nivel de calle, la mentalidad de peix al cove se había, cuando menos, agrietado. Sé que, en el ámbito de política institucional, la estrategia hace que las emociones y los embates se maticen. Y que no podremos saber el qué hasta que todo esté en el saco y bien ligado.

Soy una cíborg plastilínica de mente turbia. Me aguanto toda entera con un hilo. Ya no es la vocecilla que antes hacía eso tan catalano-manresano de risa irónica y encogerse de hombros mientras decía "qué queréis, chicos, si es que al final somos catalanes". Ahora es un estribillo que se repite, constante. Una canción. Uprising. Revuelta. Muse. Toca dejar de ser plastilina. Toca aclarar la mente. Toca serenidad para salir adelante y construir lo que queramos. Pero no quiero que el estribillo calle nunca. Porque ya es parte de mí. "No nos forzarán. Dejarán de degradarnos. No nos controlarán. Nos alzaremos vencedores".