Quedan tres semanas para las elecciones y ya comenzó la lluvia de encuestas. Durante quince días van a caer sobre nosotros de todas las clases, colores y valores. Algunas muestran la realidad, otras la imaginan y algunas –aquellas a las que se considera más influyentes– contribuyen a crear la propia realidad.

El día 20 se cerrará el telón demoscópico para el público en general. Durante los últimos días –esos en los que, según el CIS, casi un tercio de los ciudadanos deciden su voto– usted, ciudadano común, estará condenado por la ley a la oscuridad y privado de información, pero los partidos políticos y los que puedan pagarlas seguirían haciendo encuestas y usándolas para influir sobre su voto. Una prohibición anacrónica, injusta y abusiva que debe desaparecer cuanto antes de nuestra muy arcaica legislación electoral.

En este fin de semana hemos conocido tres: una la ha publicado El País, otra El Mundo y la tercera el periódico digital El Español. Una lectura combinada de los datos que aportan nos permite conocer la situación cuando ya estamos a punto de entrar en la campaña oficial (en realidad, esta campaña comenzó en la noche del 20 de diciembre de 2015).

Lo más llamativo de las encuestas que se están dando a conocer es el desfase entre la realidad estática que pintan desde un punto de vista puramente aritmético y el escenario político previsible que se desprende de ellas, que anuncia grandes cambios.

Quizá lo más relevante, inicialmente, es que se predice un descenso notable de la participación

Quizá lo más relevante, inicialmente, es que se predice un descenso notable de la participación. La cifra más mencionada es el 68%, lo que supone que casi dos millones de personas que acudieron a votar en diciembre dedicarían el ese domingo de junio a otras actividades.

Si hacemos la media de los estimaciones de voto de estas tres encuestas y las comparamos con el resultado del 20-D, parece no haber pasado casi nada: 

Aparentemente, calma chicha: El PP sube menos de medio punto y Unidos Podemos reproduce exactamente la suma de lo que obtuvieron en su día Podemos, las confluencias e Izquierda Unida. Eso sí, primera observación interesante: desmintiendo al prejuicio generalizado, parece que la alianza de izquierdas ha sido capaz de aglutinar el 100% de los votos previos de sus integrantes.

El PSOE desciende 1,3%, que es precisamente lo que sube Ciudadanos. A primera vista, parecería que el único movimiento significativo es un pequeño desplazamiento de voto entre los dos socios de la investidura fallida, favorable al partido de Rivera. En todo caso, magnitudes pequeñas, nada que haga pensar en un cambio sustancial del escenario político resultante.

Para que el resultado sea igual, hace falta que los contendientes sean los mismos

Pero los números son muy mentirosos en ocasiones. Los que se han pasado cuatro meses augurando que si se repitieran las elecciones la relación de fuerzas sería la misma y se reproduciría la situación del 20-D, olvidaron un pequeño detalle: que para que el resultado sea igual, hace falta que los contendientes sean los mismos. Y aquí se ha producido un cambio en la alineación inicial que basta por sí sola para provocar un reparto de escaños muy distinto al de la abortada legislatura anterior.

Suponiendo que la distribución territorial de la fuerza electoral de cada partido se aproxime a la de hace seis meses –y nada hace pensar que no sea así–, las estimaciones de voto de este fin de semana darían el siguiente Parlamento: 

¿Qué pasó?

  • El PP, pese a crecer en votos, pierde 7 escaños.
  • El PSOE pierde pocos votos, pero paga un alto precio en escaños: de 90 a 79, además de verse relegado, por primera vez en la historia de esta democracia, a la tercera posición.
  • Ciudadanos obtiene una renta muy magra de su mejora en votos: sólo 1 escaño más. Lo que hace pensar que si regresara al resultado del 20-D, aquellos 40 escaños de entonces quedarían lejos de su alcance.
  • Y en la otra cara de la luna está Unidos Podemos: una raquítica décima de punto más que la suma anterior de sus integrantes le reporta la gigantesca recompensa de 17 escaños de ganancia y una cómoda segunda posición.

El impacto de la alianza entre Iglesias y Garzón es espectacular:

  • Obtendría escaños en todas las provincias excepto en 7 (6 de ellas, en Castilla y León).
  • En 7 provincias sería la candidatura más votada y en 15 más alcanzaría la segunda posición. Rebasaría a Ciudadanos en todas las provincias excepto una.

Pero el éxito de Unidos Podemos descansa sobre todo en las tres circunscripciones más pobladas de España: Madrid, Barcelona y Valencia. De esa tres provincias provendrían el 35% de todos sus votos en España, y en ellas obtendría 25 escaños; además de ser la fuerza más votada en Barcelona y en Valencia. También volvería a ganar las elecciones (ahora con más amplitud) en el País Vasco, y se situaría en una excelente posición en Galicia de cara a las elecciones de otoño.

En cuanto al escenario parlamentario:  

De conformarse esta tendencia, la situación sería mucho más propicia para formar una mayoría de gobierno de izquierdas (una vez más, el apoyo de los nacionalistas sería clave, pero ahora sería suficiente con una abstención). Eso sí, siempre y cuando los diputados socialistas estuvieran dispuestos a votar la investidura de Pablo Iglesias como presidente, lo que a día de hoy se me antoja impensable sin provocar un cisma en el PSOE.

La situación sería mucho más propicia para formar una mayoría de gobierno de izquierdas

Son sólo encuestas, ya lo sé. Falta toda la campaña, por supuesto. Pero si estas primeras encuestas estuvieran apuntando en la dirección correcta, parece que aquí los únicos que han hecho el negocio de su vida con la repetición de las elecciones son Pablo Iglesias y Alberto Garzón. A los demás, de momento, les queda reflexionar y remar, remar mucho de aquí al 26-J. Casi mejor, que lo hagan al revés: primero que remen con todas sus fuerzas para ver si salen del embrollo en que se han metido –y nos han metido–, y después que reflexionen.