Este domingo se emitirá el último programa Trinxeres de TV3. Durante diferentes emisiones hemos podido seguir la Guerra Civil española en primera persona. De forma humana y recorriendo las heridas y las cicatrices que permanecen a lo largo y ancho del territorio de Catalunya. Del Pirineo al Ebro, pasando por Barcelona, y siguiendo finalmente la hilera del exilio. A lo largo de los episodios conocemos historias de derrota, pero también de valores –muchos- y de esperanza, entrelazadas con la ternura infinita de los presentadores. Trinxeres es, sencillamente, una delicia que rezuma humanidad y nos pone a todos juntos ante el espejo de un país que demasiado a menudo piensa que si no hablamos de las cosas, dejan de existir. En este sentido, el programa ha significado una catarsis perfecta. La Guerra Civil sigue muy viva en cada casa, en cada calle, en cada sótano. Y todavía más importante, en la memoria de las familias de nuestro país.

Uno de los puntos fuertes de Trinxeres, a mi entender, es también que no vuelve a explicar las historias de los protagonistas habituales del periodo más oscuro de nuestra historia. De los Franco, los Azaña y los Companys ya sabemos muchas cosas. Trinxeres es un viaje al pasado de los sin nombre, de aquellas personas anónimas que forman parte de nuestra memoria colectiva. Y cada microhistoria personal aquí explicada se suma, como una pieza más de este engranaje gigante que es nuestra conciencia colectiva. Las vivencias anónimas que nunca saldrán en los libros de historia, pero sin las que nos será del todo imposible entender la Guerra Civil, desde el brigadista chino que fue a luchar a la batalla del Ebro hasta la jugadora de baloncesto que vino a participar en la Olimpiada Popular y acabó defendiendo la República, pasando por el niño a quien una bomba arrancó a la madre y que todavía cada año vuelve al lugar donde murió para honrar su memoria.

En los últimos tiempos he tenido la oportunidad de visitar algunos de los espacios de la Guerra Civil, muchos de ellos dignificados gracias a la tarea ingente del Memorial Democràtic. He visitado el pueblo viejo de Corbera d'Ebre, la cota 705 de la Serra de Pàndols, el Centre d'Interpretació 115 dies de Corbera y el MUmE (Museu Memorial de l'Exili) de La Jonquera. Hace pocos días tuve la oportunidad de visitar el recientemente restaurado refugio antiaéreo de Benissanet, en la Ribera d'Ebre. Situado en el centro de la ciudad, el conocido refugio de la Font Gran fue construido gracias a soldados republicanos y a las mujeres que quedaban en el pueblo para poder proteger a la población civil. Permaneció cerrado durante 70 años, hasta que finalmente hoy ha vuelto a ser abierto al público para conocer su historia.

Quedan todavía más historias por explicar, como la del bombardeo de Tarragona por parte de los fascistas italianos o de las muertes en Granollers. Es necesario explicarlas

Ahora bien, durante estos años en que he ido recorriendo los escenarios de las batallas hay una realidad dolorosa que se repite: la pérdida de financiación del Memorial Democràtic. ¿Os imagináis Francia o Inglaterra cerrando los espacios de memoria por falta de dinero? Imposible. Para ellos, la imposición de una transición por parte de las élites no significó la obligación al olvido. En nuestra casa, este hecho nos ha disminuido seguramente la autoestima como país. Y hay que ser exigentes: nuestra historia no puede depender de la fragilidad presupuestaria coyuntural.

El último capítulo de Trinxeres, que se emitirá este domingo, está dedicado al exilio. Recorrer sus caminos es necesario, una obligación. Se ha estudiado mucho y hablado mucho de la vida de los exiliados del mundo de la política o de la cultura. Pero la obligatoriedad también pide hacer un seguimiento exhaustivo del exilio de los miles y miles de personas anónimas que se vieron obligadas a huir a toda prisa para sobrevivir. El exilio de estas personas anónimas fue lo peor. Ellas y ellos tuvieron que volver a empezar de nuevo muy lejos de casa, como extranjeros. Hoy en día, sus nietos y nietas ya son ciudadanos de terceros países. Esta es la cruda realidad. Hay que explicar sus historias. No provoquemos que el olvido caiga por segunda vez sobre estas vivencias que también tienen nombre y apellido, aunque no sean conocidos por la mayoría.

Las historias que se narran en Trinxeres son las de muchas familias que demasiados años han permanecido en la sombra. En el silencio de los vencidos. Muchos han cavado una fosa común en su memoria porque a veces este dolor inacabable es de mal recordar. Hace falta, más allá del dolor, que hagamos un esfuerzo para salvar sus historias. Hace falta que la televisión pública catalana apueste por una nueva temporada de Trinxeres. Es la memoria de todo un país. Quedan todavía más historias por explicar, como la del bombardeo de Tarragona por parte de los fascistas italianos o de las muertes en Granollers. Es necesario explicarlas. Y lo tenemos que hacer ya. Nos queda demasiado poco tiempo para poder explicarlo en primera persona. No nos despistemos, pues, y aprovechémoslo.