Que la Unión Europea está en crisis es un hecho difícilmente cuestionable. En los últimos años ha mantenido una clara política orientada a devaluar las condiciones de vida de sus ciudadanos y ciudadanas e institucionalmente es un barco a la deriva. Internamente, ha ganado el dogma de la austeridad, y externamente, se está potenciando la venta de los principios rectores de su fundación, como la defensa de los derechos humanos y el estado del bienestar, a través de diferentes señales, y una de las más claras y concisas la encontramos en los diferentes acuerdos comerciales que está negociando. Nombres como el TTIP (acuerdo UE-EE.UU.), el CETA (con Canadá) o bien el acuerdo comercial con China, están actuando como un verdadero caballo de Troya dentro del modelo social europeo.

Los acuerdos comerciales no son una rara avis en nuestro marco económico. Del 2005 al 2016 se firmaron 163 acuerdos de comercio preferencial. Pero lo que estamos hablando tiene muy poco que ver con lo que todo acuerdo comercial a priori debería contener. Desde el final de la segunda Guerra Mundial, los aranceles en el mundo han pasado del 30% al 5% por término medio. O sea, no nos encontramos ante acuerdos clásicos, nos encontramos ante pactos que buscan cambiar y volver nuestra concepción social.

Los tratados que están en negociación tienen como objetivo fundamental pasar de la protección de los consumidores y trabajadores como eslabón débil de nuestra sociedad, a la protección de la inversión como bien supremo. Un caso paradigmático de este nuevo marco mental ya se lo ha encontrado Barack Obama, con el fallido acuerdo para construir un oleoducto entre Canadá y Estados Unidos, que costará a las arcas americanas 15.000 millones de euros de indemnización a la empresa promotora. De la protección social y la seguridad social entramos a la era de la gestión del riesgo, del individualismo, en el que los tribunales privados dirimirán cualquier controversia.

Cuestionar los servicios públicos, la contratación pública, la seguridad alimenticia, las denominaciones de origen... son elementos de la nueva agenda comercial mundial. En un momento en que tendríamos que tender a avanzar y convergir con el mundo en derechos sociales, la agenda neoliberal apuesta por la convergencia empresarial bajo la máxima de que cualquier norma no se traduce en seguridad, sino que es un obstáculo. Se ha escrito mucho sobre la opacidad de las negociaciones, pero el secretismo y la falta de transparencia con que se han aplicado sólo son un elemento más para la desconfianza.

La segunda gran anormalidad la encontramos en la asimetría de las negociaciones en los tres grandes acuerdos que están encima de la mesa. Con respecto al TTIP y al CETA, Europa no juega en las mismas condiciones. EE.UU. sólo ha ratificado 14 de los 189 grandes convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Acuerdos fundamentales como el derecho a la negociación colectiva, el derecho a las condiciones salariales, no han sido ratificados por el gigante norteamericano. Con respecto a China, está en juego que la OMC declare al país asiático como economía de mercado. Y aquí está en cuestión, especialmente, la industria siderometalúrgica europea.

Hablamos, en definitiva, de igualdad: no podemos estar hablando cara a cara en las mismas condiciones con un país que no respeta las normas de la OIT, del mismo modo que las industrias siderometalúrgicas europeas no pueden establecer negocios con las mismas condiciones con un país como China, en que el Estado subvenciona la industria cuando no es la propietaria.

O blindamos el estado del bienestar, la seguridad alimenticia y la protección social, o damos por hecho que el capitalismo de casino ha ganado

Y en estos momentos, tendríamos que estar exportando al mundo nuestro modelo social, y no americanizando a Europa. La elección es fácil: o blindamos el estado del bienestar, la seguridad alimenticia y la protección social, o damos por hecho que el capitalismo de casino ha ganado. Esta es la cuestión. Parece que la movilización ciudadana ha hecho rectificar a los gobiernos nacionales y el TTIP está tocado de muerte. Pero el peligro viene del CETA: con el acuerdo comercial entre EE.UU. y Canadá, conocido como NAFTA, las empresas norteamericanas tendrán barra libre a través de Canadá. Y este acuerdo, el más peligroso de todos, está a las puertas de aprobarse en el mes de febrero. Porque a través de complejas negociaciones, siglas y confusiones, están malvendiendo nuestro modelo social.

En el otro lado del Atlántico, el ascenso de Donald Trump parece que también ha tocado de muerte el TTIP. Trump está virando hacia el proteccionismo norteamericano. Pero no porque piense que las empresas norteamericanas tienen que poder competir con igualdad de condiciones con las mexicanas o las europeas en condiciones laborales y sociales, sino por puro proteccionismo y nacionalismo. Parece que la estrategia le está saliendo bien, porque la Ford ya ha anunciado la paralización de inversiones en México para llevarlas a Michigan.

Decía el expresidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que el estado del bienestar tendría que ser patrimonio de la humanidad. Y aquí tenemos a Europa: como Saturno, devorando a sus propios hijos, devorando nuestro mundo.