Este domingo por la noche, Raimon dará el último concierto en el Palau de la Música, y con él seguramente se despedirá de los escenarios uno de los grandes de la música catalana.

El día que hice dieciocho años, en casa me regalaron el Integral de Raimon, un recopilatorio inmenso de su discografía. En el tocadiscos de la familia se iba alternando indiferentemente Lluís Llach, Quico Pi de la Serra, Tomeu Penya y Raimon. Con él aprendí la belleza de Ausiàs March, de sus "Veles e vents"; la inmensidad de Espriu en esas palabras insuperables que dicen el "Salvat el poble, ja l’amo de tot, no gos mesell, sinó l’únic senyor"; o el sarcasmo y el amor cortés de los trovadores y poetas del siglo XV, como Jordi de Sant Jordi y Anselm Turmeda.

Muchos podrían pensar que Raimon es patrimonio de las generaciones anteriores. Pero no es verdad. Ha saltado edades y clases, procedencias y culturas, y es un poco de todo el mundo. Muchos hemos aprendido más de literatura catalana con él que en ninguna escuela o instituto. Nos ha enseñado que nuestra patria también pasa por las calles blancas de Xàtiva y que no se acaba en el Ebro, que en el País Vasco caben todos los colores del verde y que, de una salida en moto, puede salir uno de los himnos más importantes del país como es "Al vent". Reivindico Raimon no sólo como el cantautor de mis padres y de la lucha antifranquista y la transición, sino como el juglar singular que ha hecho que nuestra autoestima hacia los clásicos catalanes se incrementara exponencialmente, y como la persona que ha cantado al amor, pero también a la muerte; al país, pero también a las clases sociales más bajas. Que ha puesto letra y música a un país que muy a menudo no sabe expresar sus emociones y vivencias. Y él ha ayudado. Y sobre todo, lo reivindico también como cantautor de mi generación. Es cierto que hoy tenemos a Feliu Ventura, Cesk Freixas, a Joan Rovira o a Roger Mas. Ellos significan la evolución de la música catalana. Ellos se han unido a nuestro patrimonio ya consolidado, lo hacen evolucionar y sobre todo le garantizan el futuro.

En tiempo de dudas inacabables, con un punto de desorientación y miedo, entre estadios de un viejo mundo y uno nuevo, es cuando necesitamos más que nunca la inspiración de hombres como él

Los pueblos necesitamos himnos. Y no hablo de los oficiales. Estamos sedientos de expresar de forma coral todo aquello que nos singulariza como sociedad. Aquel hilo invisible que nos une. Y todos los pueblos del mundo necesitan a sus poetas para que pongan nombres y apellidos a sus deseos, a sus frustraciones y a sus esperanzas. Seguramente Raimon se va en el momento menos indicado, aunque entiendo los motivos y el cansancio. En tiempo de dudas inacabables, con un punto de desorientación y miedo, entre estadios de un viejo mundo y uno nuevo, es cuando necesitamos más que nunca la inspiración de hombres como él. Necesitamos a alguien que con aquella voz potente y contundente nos cante aquello de "Negaré decepcions, continuaré esperances".

El domingo estaré en el Palau de la Música. Con cada nota del concierto se acabará un poco del relator invisible y humano de mi crónica vital. Pero su legado es más actual y necesario que nunca. Porque somos la generación que tiene que romper el silencio antiguo y muy largo del cual venimos, somos la gente que –seguro— lo romperá, y sobre todo, estamos obligados a continuar lo que él ya había continuado. Larga vida, Ramon Pelegero.