Estamos a 26 de noviembre, el día después del 25, Día Internacional de las Violencias contra las Mujeres. Las luces se han apagado. Ayer, manifestaciones, actos institucionales, conjuras para erradicar esta lacra... y hoy la vida continúa, y desgraciadamente, las mujeres seguiremos sufriendo todo tipo de violencias. Las peores, las físicas, pero en un mundo lleno de sutilezas, las violencias son multidimensionales. Nos da asco y horroriza cada día que una hija, una amiga, una vecina o sencillamente, una de nosotras, pierda la vida. Este es el clímax de cualquier violencia.

Pero en nuestro día a día las violencias cogen formas múltiples. Desde el día 8 de noviembre y hasta que acabe el año, las mujeres trabajamos gratuitamente, sufrimos silenciosamente acoso sexual y por razón de sexo en el trabajo, nos convertimos en invisibles en los medios de comunicación, la maternidad nos penaliza... y un largo etcétera. Desde hace muchos y muchos años el diagnóstico lo tenemos hecho. Sabemos lo que falla. ¿Por qué no lo arreglamos? ¿A quién interesa que eso continúe así? Preguntas que tienen muchas respuestas y muchos, demasiados intereses, por en medio.

Creo en los hombres. En unos hombres educados en unos roles y que ahora se encuentran en una sociedad dinámica y cambiante. Los necesitamos como aliados. Necesitamos que levanten la voz, a nuestro lado. Porqué, en el fondo, trabajar para la igualdad es luchar por la humanidad. El camino hacia la igualdad no lo podemos ni lo tenemos que querer hacer solas. Porqué este hecho nos situaría a la defensiva y en una situación de superioridad que es lo que precisamente ahora sufrimos. No queremos ser como ellos. No compartimos su sociedad patriarcal. Pero tampoco queremos una matriarcal. Queremos una sociedad que nos dé las mismas oportunidades sabiendo que el punto de partida no es el mismo. Reconociendo que las circunstancias no son iguales. Y que la visión endocèntrica del mundo —la economía, la política, los derechos sociales... — tiene que cambiar. Todo está hecho bajo su prisma. De cómo conseguimos pasar de la visión machista del mundo a una visión que incorpore hombres y mujeres depende el futuro.

Soy de una generación nacida en democracia. A nosotros nos prometieron el paraíso. Estábamos convencidas de que estudiando, formándonos, llegaríamos donde quisiéramos. Pero ahora, ya adultas, nos damos cuenta de que aquellas esperanzas se han visto frustradas. La brecha salarial se incrementa y el maldito techo de cristal sigue allí. Personalmente, me he encontrado un montón de veces que los hombres van a los sitios por derecho, y tú eres una simple cuota puesta en el sitio únicamente y exclusivamente porque no es políticamente correcto que no haya ninguna mujer. Tú, que eres la mejor formada e informada del tema te acabas convirtiendo en una simple concesión graciable en un mundo políticamente correcto. Y ésta es la vida de las jóvenes que lo éramos hace unos años pero ahora ya somos adultas. A nosotros nos toca luchar por la igualdad sin concesiones. Para que las jóvenes que vienen detrás no sientan nuestra frustración.