No es solo que la socialdemocracia se haya quedado sin ideas y sin respuestas propias para los problemas de nuestro tiempo. Es que se ha quedado también sin líderes de referencia en el mundo. Con Obama sale de la escena el último líder global del progresismo, y con la derrota de la que estaba llamada a prolongar su legado se apaga el último faro que en los últimos años, entre las brumas de la crisis, señaló un camino razonablemente transitable.

Cuando en Europa se te caía el alma a los pies ante el dominio aplastante de la derecha austericida, la apocada mediocridad de los dirigentes socialistas y el desmoronamiento de la Unión Europea (en la que tanto soñamos); cuando mirabas a Latinoamérica y sólo veías kirchnerismos, chavismos y demás ralea apoderándose del continente y exportando su mercancía populista; cuando volvías la vista hacia oriente y encontrabas al sátrapa ruso, exjefe del KGB, empeñado en reconstruir el imperio de los zares, o a los impávidos mandarines de la dictadura china, ultracapitalistas en lo económico y comunistas en lo político; en esos momentos de zozobra, te metías en YouTube, escuchabas el último discurso de Barack Obama y te ibas a la cama con el alma reparada, pensando que no todo estaba perdido para la causa. Bueno, pues el 8 de noviembre los bárbaros tomaron la Casa Blanca y ya no queda ni eso.

Aquellos que creemos en la democracia representativa como sistema político, en una economía de mercado regulada como método de creación y distribución de la riqueza y en la acción de los poderes públicos para corregir las desigualdades, todo ello en el marco de la globalización que excluye las soluciones en un solo país, estamos, por primera vez, huérfanos de un liderazgo político que merezca tal nombre.

Aquellos que creemos en la democracia representativa como sistema político estamos, por primera vez, huérfanos de un liderazgo político que merezca tal nombre.

Willy Brandt y Olof Palme fueron los iconos de la socialdemocracia contemporánea aún en plena guerra fría. Más tarde, a los Mitterrand, Felipe González y Helmut Schmidt les tocó marcar el contrapunto progresista frente a la ofensiva neoconservadora de Reagan y Thatcher. Tony Blair con su New Labour protagonizó el primer intento de adaptación del movimiento progresista a la nueva economía global: se difuminó la vinculación al conflicto de clases y al sindicalismo pero, a cambio, se comenzó a incorporar causas transversales como el ecologismo, el feminismo, la integración de las minorías, la respuesta al problema de la inmigración… Fue la época del que podríamos llamar “progresismo líquido”, cuyo exponente en España fue la primera época de Zapatero. La presencia de Bill Clinton en la Casa Blanca fue un buen puente para esa transición.

Desde el 2008, Obama ha representado la única respuesta a la vez progresista y eficiente al desafío de la gran recesión, en contraste con una izquierda europea atemorizada, extraviada e impotente para defender eficazmente sus valores en medio de la tormenta.

A toro pasado podemos analizar críticamente cada uno de esos períodos y a todos esos dirigentes, pero no puede dudarse del liderazgo que ejercieron en su momento. Con todos sus defectos, incluso con sus equivocaciones, ¡quién nos diera hoy un Brandt, un Mitterrand, un González, un Blair o un Obama! Observemos el panorama:

Con todos sus defectos, incluso con sus equivocaciones, ¡quién nos diera hoy un Brandt, un Mitterrand, un González, un Blair o un Obama!

En España, el antaño poderoso PSOE anda completamente grogui, flotando por el ring, sin un liderazgo reconocido –ni esperanzas fundadas de que aparezca–  y asustado de sí mismo tras haberse golpeado sin piedad.

En Francia, la izquierda en el poder ya sabe que en las próximas elecciones presidenciales se quedará fuera de la segunda vuelta y sólo le queda saber a qué candidato de la derecha tendrá que apoyar para frenar a Le Pen.

En Alemania, el SPD es el melancólico socio subalterno de un Gobierno de gran coalición liderado por Angela Merkel, que aparece hoy como la última reserva espiritual de Occidente y líder del mundo libre frente a la eclosión de los populismos reaccionarios.

En Gran Bretaña, el laborismo ha vuelto con Corbyn a las cavernas ideológicas y tardará mucho tiempo en purgar la responsabilidad que le toca por su irresponsable inacción ante la catástrofe del Brexit.

En Italia, Matteo Renzi –que no es precisamente un izquierdista, de hecho proviene de la democracia cristiana– se está jugando el Gobierno con otro referéndum temerario que tiene muchas probabilidades de perder (está visto que nadie escarmienta en cabeza ajena).

Y todos ellos padecen un problema generacional pavoroso: subsisten malamente con el voto nostálgico de los mayores de 45 años y han dejado de interesar a los jóvenes, que cuando suenan sus voces, simplemente cambian de emisora.

Subsisten malamente con el voto nostálgico de los mayores de 45 años y han dejado de interesar a los jóvenes

Lo que faltaba para completar el desastre era el asalto del Ku Klux Klan a la Casa Blanca, y ya está consumado.

Podría pensarse que hay vida progresista fuera de la socialdemocracia, y buscar a los líderes de una supuesta nueva izquierda, capaces de levantar la ilusión.

¿Dónde están? No será Alexis Tsipras, humillado y domado tras haber engañado a su pueblo con aquel estúpido referéndum insurreccional que una semana después se tuvo que comer con patatas. Ni Pablo Iglesias, que tras el frustrado sorpasso ya sólo piensa en esa pelea fratricida con Errejón que le está conduciendo a convertir a Podemos en una versión posmoderna de la misma Izquierda Unida a la que primero despreció y luego deglutió. Ni mucho menos el payaso Beppe Grillo, cuya aportación al pensamiento progresista y al bienestar de su pueblo es un chiste patético.

Para qué hablar de los caudillos de la izquierda populista latinoamericana: Cristina Fernández de Kirchner, Chaves y su sucesor Maduro, Lula da Silva y Dilma Rousseff, Evo Morales… Unos están ya en manos de la justicia –no por revolucionarios, sino por corruptos– y a los otros les queda medio telediario para salir del poder.

Si usted pertenece a la derecha conservadora clásica, tiene una campeona indiscutible en Angela Merkel. Si simpatiza con la extrema derecha nacionalista y xenófoba, dispone en Europa de un buen surtido de líderes locales emergentes, pero su ídolo es nada menos que el nuevo presidente de Estados Unidos. Si sencillamente odia a Occidente y a la Unión Europea, confíe en Putin. Si su apuesta vital es ser de su pueblo por encima de cualquier otra cosa, siempre encontrará un Junqueras que le venda un paraíso independentista. Y si ya se resigna a todo y solo quiere dejarse llevar por la corriente, espere a los chinos.

Pero si es de esos que se siguen llamado a sí mismos progresistas y demócratas, admita que se ha quedado huérfano de padre y madre, que ya no tiene a nadie a quién considerar un líder confiable y que le toca buscarse la vida en este gran club de los corazones solitarios en que ha devenido la izquierda del siglo XXI.