Produce una mezcla de espanto y diversión ver como una parte de la clase dirigente catalana cae de cuatro patas ante la estrategia de tensión urdida por el Estado. España intenta hacer con Catalunya lo mismo que la OTAN hizo con los comunistas europeos, en la operación Gladio. Nos quieren convertir en réplicas de Xavier Domènech.

El problema es que Catalunya es una nación, no una ideología, y que los comunistas eran los malos de la película, mientras que los partidarios de celebrar un referéndum somos los buenos. Además, la influencia de los condecorados que sucumben a la estrategia de Madrid es más superficial de lo que parece. Solo hay que ver cómo Mas ha pasado de ser un estadista más importante que Pujol a parecer el enano gruñón de Blancanieves.

Igual que Alemania ya no necesita invadir Rusia para ser algo en el mundo, Catalunya ya no necesita montar ninguna insurrección para ser independiente, como sugería el expresidente en el famoso reportaje del Financial Times. Este discurso, que pretende ser patriótico, en realidad sirve para ayudar a Madrid a manipular el estado de ánimo de los catalanes para intentar rebajar las expectativas de participación del referéndum.

El soberanismo de salón ha descubierto que la fábrica de puestos de trabajo que era el autonomismo está a punto de ir a la quiebra y algunos tienen miedo de perder su canonjía, en un país independiente. También ven tambalearse su posición muchas vedetes periodísticas —y universitarias— que si el referéndum sale adelante creen que perderán la plataforma de privilegio que les promociona porque la deben al Estado.

En esta estrategia de tensión colabora un cierto entorno de Mas, que trata de hacer creer a Puigdemont que se tienen que promover movilizaciones populares, en vez de reclamar que el Parlamento convoque el referéndum y cree la comisión de garantías con participación internacional. Otra parte sale de los entornos de Duran y Lleida y de Miquel Iceta, que aprovechan las gesticulaciones amenazadoras del Estado para pedir un diálogo que nunca dependerá de su talento ni de su voluntad.

Las informaciones del New York Times y del Financial Times nacen de la confluencia de intereses entre esta costra catalana y algunos sectores de la City y Wall Street que tratan de aprovechar la debilidad de España para abrirse un nuevo mercado. La actitud de esta costra que intenta desdibujar la autodeterminación hace que en las cancillerías europeas todo el mundo se piense: ¿Por qué tendríamos que hacer fuerte a Catalunya si podemos tener a España mal organizada y en conflicto?".

El objetivo de la estrategia de tensión es evitar que el referéndum se celebre o que produzca una situación sin retorno. Por eso los mismos medios catalanes amplifican la importancia de figuras como Villarejo u organizan polémicas estériles sobre problemas secundarios como la compra de las urnas o el supuesto peligro que corren los funcionarios. Se trata de dar cuerda a los discursos de tertuliano que dice que la gente no está para revoluciones. Al fin y al cabo, todo recuerda mucho a aquellas amenazas de boicots que sirvieron para tramar tantos discursos tremendistas y al final impulsaron la internacionalización de los cavas catalanes.

Como ya expliqué en Un estiu a les trinxeres, en los entornos democráticos la guerra se juega en el campo de los imaginarios y el control de los pensamientos y emociones. Catalunya es como un león enjaulado que lleva décadas oyendo que su problema es que no tiene alas para volar, cuándo la única cosa que tiene que hacer es dejar de intentar actuar como un canario o un gorrión, y preocuparse de llegar a la selva para poder volver a practicar lo que, por naturaleza, sabe hacer, que es dormir y cazar.

Por suerte tenemos algunos políticos como el presidente Puigdemont, Anna Gabriel, Marta Rovira, Antoni Castellà, Víctor Puig, o Anna Arqué, impermeables a la propaganda. Si algo me ha enseñado el llamado procés, es que si el mundo avanza, o no se va a la mierda, normalmente es gracias a muy pocas personas que no se dejan doblegar ni se rinden, cuando la mayoría lo dejaría correr para ir a tirarse pedos en el sofá de su casa.