Diría que, más allá de la ideología y de las preferencias morales de cada uno, la política será muy pronto un arte que tendremos que analizar solo por la debilidad de sus líderes al intervenir en los aspectos más íntimos de la vida ciudadana. Hace poco sabíamos, por ejemplo, que el gobierno Colau ha continuado la política de mantener un fichero personalizado con los datos de los agentes de la Guàrdia Urbana, un documento que, más allá de particularidades comprensibles para tenerlos controlados, pide a los miembros de la pasma cuestiones relativas a sus aficiones, estilos de vida, propiedades, datos bancarios, preferencias sexuales o incluso cuestiones de carácter religioso. El Ayuntamiento se ha apresurado a defenderse, aduciendo que el cuestionario sólo será publicitado en caso de que una instancia judicial investigue a un agente, sin embargo –como quien no quiere la cosa– ya habrá unos ficheros donde hombres y mujeres tendrán que confesar si creen en la divinidad sola o tripartita, si pagan una hipoteca o si prefieren los coños a las pichas. Sólo es consultivo, pero usted vaya llenando.

Eso de la pasma puede parecer una anécdota, pero bajo la matraca de fichar la caracterología de los ciudadanos se esconde aquella obsesión de la Barcelona post-olímpica de adoctrinarlos sobre cómo tienen que vivir el ocio y las creencias. El máximo ejemplo de esta monomanía es el invento este de la superilla, una buena idea en el plano teórico (aislar un espacio de la ciudad para que sean los ciudadanos quiénes lo llenen de vida) pero realizada como el culo justamente porque impone a los peatones los espacios de disfrute aniquilando cualquier actividad improvisada. La calzada está muy llena de pinturas que definen qué juegos pueden practicar los niños, los carriles por donde se pueden realizar carreras e incluso un espacio donde cualquiera puede decir lo que quiera, como si tuviera que ser un burócrata de la arquitectura quien tuviera que dictar donde el indignado tiene que construir su particular Speaker's Corner. Un espacio que tenía como objetivo regalar la inventiva a los ciudadanos acaba, en definitiva, cayendo de nuevo en el paternalismo.

No hace falta que toda Barcelona se parezca a la Muntanya Pelada, pero muy pronto tendremos que subir como auténticos excursionistas, pues será la única atalaya de la ciudad en la que no ha puesto las narices ningún burócrata

No deja de ser curioso que, entre las loables intenciones que definen proyectos como las grandes islas, se esconda el objetivo de pacificar el entorno urbano (así reza la nomenklatura de la administración común), sobre todo cuando muchos barceloneses querríamos una ciudad un punto más guerrificada, en el que los espacios de sombras pudieran brotar a través de la espontaneidad de sus vecinos. Como decía hace poco el amigo Eduard Escoffet en una charla en el cececebé, es sintomático que todas las administraciones de la Barcelona democrática se hayan afanado por igual por esta idea de intervenir en la ciudad con la intención de completarla como si con su propia viveza no fuera suficiente. No hace falta que toda Barcelona se parezca en la Muntanya Pelada, pero muy pronto tendremos que subir a ella como auténticos excursionistas, pues será la única atalaya de la ciudad en la que no ha puesto las narices ningún burócrata. Contra las administraciones interventoras, la creatividad del ciudadano.

Hoy en día ya es comprobable como la narrativa literaria que ha dado Barcelona durante los últimos años –que va desde la novelística de Lluís Calvo a la crítica de la ciudad olímpica de Gerard Horta, López Petit o la gente de Ciutat Invisible- no ha tenido su correlato político o arquitectónico. Si queremos sobrevivir a esta ciudad donde el ocio está teledirigido, será necesario actuar como el personaje de Picadura de Barcelona de nuestro gran escritor Adrià Pujol i Cruells y volver a inventarnos rutas por la ciudad, absolutamente oscuras, sin decir el nombre de todo lo que nos gusta, por si acaso a un agente municipal se le ocurre copiarnos la ruta y gentrificar nuestros pasos. La política, insisto, será muy pronto sólo una herramienta de intervención en la vida de los indefensos. Será trabajo nuestro, por desgracia, librarnos de ello. Espero que la ciudad nos ayude.