La decisión de ir a prisión es la más sincera y genuina que ha tomado la política catalana desde la Guerra Civil. Sí, fue una decisión. A medida de que vamos sabiendo más cosas de las horas inmediatamente anteriores y posteriores al 27 de octubre, más claro es que la decisión se tomó de manera individual por parte de cada uno de los miembros del Govern y con el convencimiento de que la alternativa era que hubiera muertos en las calles.

Nada como esta decisión explica el fondo último de nuestra política, y también sus límites. El president y el Govern no evaluaron el 155 u otros trapicheos esparcidos por la prensa que quiere blanquear la represión de ahora como ha blanqueado siempre el papel del Estado con el fin de poder controlar Catalunya y exprimirla hasta la última gota. El president y el Govern evaluaron si podían soportar la idea de que hubiera muertos. ¿Qué muertos? Si la Generalitat decidía aplicar la ley de transitoriedad y hacer efectiva la república, la única vía inmediata, hasta tener el mando real de las fuerzas de orden público, era que la gente, como en Lituania, defendiera las instituciones. La duda era si el Estado dispararía balas de metal en vez de balas de goma, o si dejaría campar libremente hordas de neonazis.

La duda era si el Estado dispararía balas de metal en vez de balas de goma, o si dejaría campar libremente hordas de neonazis

El president y parte del Govern estaban convencidos de que sería así. Es muy importante que entendamos eso: la idea de que al final de todos los juegos, al final de todas las negociaciones, al final de todas las elecciones y relaciones de fuerza, está el Estado con una pistola, está en la base de toda de la política catalana de los últimos 40 años. Esta es la razón por la que existe el artículo 8 de la Constitución, el que dice que es tarea de las fuerzas armadas garantizar la unidad de España: para hacer explícito y que a nadie se le olvide esta amenaza. Por ello fue un artículo redactado por los generales. Por ello Franco le pidió al Rey que hiciera lo que quisiera, pero que no pusiera en peligro la unidad de España: la unidad fue el proyecto de su vida, y la condición que puso España para entrar en la modernidad. Es, en realidad, una admisión histórica: España es un estado unido porque ganaron la guerra del 36, y todas las anteriores hasta el siglo XVII. La transición fue la aceptación del máximo régimen democrático que se puede construir con la amenaza de la violencia sobre la mesa. Y por eso, la política catalana de la autonomía es fuerte en la indignación moral, que es inofensiva, y débil en todas las negociaciones. Y también por este motivo, la manera de cohesionar a las élites de Barcelona con las de Madrid ha sido la barra libre con la corrupción y la explotación económica de la población. La razón: la sombra de la violencia por todas partes.

Porque la violencia es el marco propio del autonomismo, porque el vocabulario disponible de nuestra cultura política tiene sólo herramientas para hacerse responsables de la violencia ajena y evitar el gran mal mayor, la única decisión moral que los individuos que son políticos pueden tomar es la inmolación. Es una decisión noble: lo digo con toda seriedad. Si este es el marco, esta es la moral. Y este marco lo hemos construido entre todos, con nuestros votos y todas las renuncias de discurso y actitud que hemos alimentado. Quizás no todos, pero yo sí, durante muchos años. Por eso los presos y los exiliados son los héroes de la cultura política catalana. Son el resumen de los valores que la han articulado, y de los horizontes que se ha permitido soñar. Por la misma razón que se entregaron a la justicia española, por la misma razón que presupusieron que habría muertos y eran ellos los responsables, por la misma razón que pagaron el precio de la represión homicida sin que hubiera habido, por la misma razón que España ha sacado réditos de las balas sin tener que dispararlas, el "procés" nunca ha sabido articularse como un discurso claro y directo sobre el problema de fondo de la ocupación de Catalunya y la perversión de nuestra psicología política. Es, en otras palabras, la esencia y el límite de lo que nuestro vocabulario, psicología y políticos pueden hacer: la prisión o el exilio. El final del juego y el victimismo como herramienta. En la dinámica amo-esclavo hegeliana que explica la unidad de España, el esclavo se hace cargo de las violencias del amo como propias, y el amo se desfigura y pervierte hasta el auto-odio más profundo. He ahí la izquierda española, que carga el peso de la herida del imperio perdido, y alimenta la psicología colonial de las instituciones españolas. No es el reformismo, el que los define, es la disculpa del colonialismo cultural.

El encarcelamiento de nuestros representantes no es sólo el encarcelamiento de unas personas, es encerrar el país entero en una jaula de miedo

Es por estos motivos que el objetivo número uno tiene que ser cambiar nuestra cultura política, y eso, aunque se puede ir haciendo con artículos y libros y pinturas y canciones, se tiene que hacer sobre todo desde la política. Hay que empezar por mezclar los conceptos. A fin de que la solidaridad con nuestros presos y exiliados —imagen de nuestra alma— sea total y efectiva, sea la más profunda y calurosa, no hay que utilizarlos políticamente. No prostituir el sacrificio, no pasear sus grilletes como propaganda electoral, no utilizarles como argumento para explicar nuestra pureza. Sería como pasear a una momia y coronarla emperador de nuestras debilidades. Recordad que cada renuncia que hacemos para acomodarnos al discurso de la víctima en el primer acto de la obra, es utilizada contra nosotros con el fin de colgarnos en la última escena del último acto.

La solidaridad con nuestros presos significa protegerlos y proteger a las familias, económicamente y socialmente. Quiere decir acompañarlos. Y quiere decir, sobre todo, liberarlos y garantizarnos que serán los últimos. Utilizarlos políticamente es condenar la próxima generación de políticos a nuevas prisiones, literales o metafóricas. Dejemos de jugar con este fuego, porque el encarcelamiento de nuestros representantes no es sólo el encarcelamiento de unas personas, es encerrar el país entero en una jaula de miedo y hacer de nuestros hijos los tejedores de una telaraña de negación y pequeñez.

Liberarlos quiere decir ganar. Liberarlos quiere decir defender nuestras instituciones. Liberarlos quiere decir no permitir que España haga uso de la violencia para dominarnos. Liberarlos quiere decir ser verdaderamente pacifistas.

El pacifismo no es la ausencia de violencia, sino asumir que el otro es violento pero que su violencia es estéril, y ya no da frutos, empezando por nuestras almas. Dejemos de institucionalizar el miedo, y empecemos a ganarnos la libertad.