1. El fantasma de Catalunya

Un fantasma recorre la política catalana. Se habla de ello en los DM, en las conversaciones de café, en las charlas de la ANC sin cámaras ni Youtube, en los grupos de Telegram y Whatsapp, en el confesionario de Skype, en los pasillos del Parlament, a la sombra del Pati dels Tarongers, incluso en algunos off the record de los viajes oficiales a NY. Yo lo he oído del entorno del president y del vicepresident, de dirigentes de Barcelona en Comú, del entorno de los expresidents Mas y Pujol, de diputados del Parlament, de gente de Demòcrates y de miembros de la ejecutiva de la ANC. Y de periodistas que siguen todo este somier institucional. A veces, vivir lejos incentiva que te expliquen cosas que no te explicarían si tuvieran que mirarte cada día a los ojos. Va más o menos así:

"Hay un sector de la política catalana que prevé que el referéndum no se celebrará. Parte de la vieja guardia convergente, que todavía manda pese a los esfuerzos de los jóvenes, tiene el plan de sacar el máximo partido de la persecución judicial al 9-N, e ir a la confrontación con el Estado por el referéndum. Llamar a la gente a movilizarse en la calle, incluso promover alguna acampada. Aumentar la intensidad emocional, traducida en discursos públicos que denuncien la "demofobia" del Estado español, a la vez que internamente se constata en columnas de opinión, tertulias y entrevistas que no hay suficiente fuerza revolucionaria para paralizar el país. Que la única opción razonable es continuar con el procés, denunciando la tibieza de los comuns y el radicalismo de quienes creen que pueden repartir carnés de independentista puro y acabarán llevándonos a un nuevo 6 de octubre. Entretanto, es necesario reunir a todos los grupúsculos liberales que orbitan en torno a la ANC y Òmnium y fusionarse con Demòcrates, si se dejan. Cuando el referéndum no se pueda celebrar, culpar al Estado y a la incompetencia de ERC, hacer una declaración de soberanía en el Parlament que llame a los tribunales internacionales a posicionarse, a costa de sacrificar a Puigdemont en el altar de la inhabilitación y la heroicidad de cartón, e ir a elecciones, quizás constituyentes, presentándose como el partido serio que ha hecho todo lo humanamente posible para celebrar el referéndum, que ha llevado al país más allá de lo que nunca imaginó, el único en favor de la unidad, y que admite que todavía no somos suficientes, que debemos ampliar la base, y que mientras tanto no puede dejarse el país al antojo de los anticapitalistas. El trabajo bien hecho, etc. Tenemos que ser más fuertes para hacer un referéndum con garantías y protección internacional o para poder "aplicar" de verdad una declaración de independencia, cosa que ahora es imposible porque no tenemos el control del territorio. Pero al menos empecemos internacionalizando el conflicto en los tribunales e instancias internacionales. Cuando nos digan que qué nos hemos creído, abrir una reflexión general sobre la necesidad de asumir que en el siglo XXI en Europa algunas cosas no pueden hacerse unilateralmente, pero si nos mantenemos firmes y obtenemos bastante apoyo interno, podemos alcanzar cuotas de soberanía e ir construyendo estructuras de Estado hasta que seamos suficientes para hacer entender que debemos votar nuestro futuro. Todas las elecciones serán, en este sentido, un plebiscito sobre el futuro de la nación. Y del conflicto puede salir una negociación: podría ser en interés de todo el mundo".

Este sector no es el único que cree que no habrá referéndum, en esa versión de los debates a puerta cerrada. Hay un sector del juntspelsiismo, próximo en algunos casos a ERC y en otros a los antiguos sectores del PSC y de ICV, o a la sociedad civil, que ve el referéndum y su impedimento por el Estado como un proceso de legitimación de una DUI con pelos y señales. La idea es básicamente la misma que en caso anterior, pero con la convicción que una escalada de represión judicial haría posible una declaración efectiva de independencia que movilizara al país y permitiría situar el conflicto en un choque de autoridades lo bastante intenso como para liberar el país. Si eso no ocurre, ya sea porque parte de JxSí se desmarca o por parte del sector descrito en el párrafo anterior, las elecciones serían inevitables, pero esta vez la culpa sería de los otros.

Todo eso no excluye que hay sectores del Govern, de los partidos y del grupo parlamentario que trabajan para celebrar el referéndum, porque se han convencido de que el problema de la política catalana es justamente que el entramado institucional de la autonomía y sus actores impiden hacer lo que se tiene que hacer mientras mantienen el control, y que un referéndum les arranca ese control de cuajo. Incluso los hay que trabajan por el referéndum aunque piensan que es muy difícil que se celebre porque creen que sólo un referéndum posible legitimará todo lo que pueda hacerse después.

Por este motivo, es una buena noticia que Puigdemont y Junqueras hayan decidido reaccionar conjuntamente a la oferta de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaria de ir al Congreso a debatir el referéndum, apelando al derecho irrenunciable a la autodeterminación y a la necesidad del consenso del Parlament. Cuanto más se imponga este marco, más cerca estaremos de las condiciones que hacen posible el referéndum y todo el resto. Y se demuestra que hay una lucha intestina en el interior de la política catalana para enmarcar los gestos que se pueden hacer y los que no. La comparecencia del viernes de Puigdemont y Junqueras es el mejor signo hasta hoy que si pones el derecho de autodeterminación en la base, todos los otros gestos ganan sentido y dirección. Hay mucha gente trabajando en reuniones y discusiones para hacer que eso sea así, diputados de Demòcrates, de la CUP, del PDeCAT, de ERC e independientes haciendo de cortafuegos. Pongámoslo en el centro. Mientras tanto, explicamos las resistencias a las que se enfrentan.

2. ¿Por qué hay quién persigue esta estrategia?

Lo más difícil de explicar para la militancia de base del independentismo es por qué estos actores estarían actuando de esta manera. ¿Por qué tendrían que renunciar a la independencia, que claramente implicaría más poder para todos, a cambio de mantener una parcela de poder en la Catalunya autonómica?

La respuesta es relativamente sencilla. En primer lugar, porque el poder en Catalunya proviene del acuerdo entre los sectores financieros, empresariales y políticos que surgen del control del Estado sobre el territorio catalán. Es una pirámide trófica. Para poder romperla, todo el mundo se ve obligado a comerse su depredador, en lugar de vivir de su subordinado, que es como funciona habitualmente el país, en todos los sectores. Esta imagen general se reproduce en los espacios íntimos. Romper quiere decir enfrentarse a las personas que tienes inmediatamente al lado, y cuestionar su modo de vida, no sólo materialmente sino también moral y espiritualmente. Hay gente que se vería forzada a renunciar a toda una vida de renuncias y justificaciones, por ejemplo en el periodismo. Yo mismo evito encararme a algunos amigos por cobardía, tanto como durante muchos momentos he evitado mirarme al espejo y ver que había razonamientos que eran autojustificatorios, por muy honestamente pensara que eran verdad. Esta confrontación íntima puede sonar inexplicable al lado de un proyecto de independencia, pero es esencial entender que una cosa es tener un interés político y otra es vivir de y dentro del entramado de intereses que define esta política. Aquí hay muchas seguridades materiales en juego, sí, pero también existenciales: mientras haya una vía que garantice la posibilidad de un discurso aparentemente inocente y un sistema de vida vinculado al estado de cosas, toda ruptura será más difícil.

El catalanismo político posterior a la Guerra Civil tiene un vocabulario y unas liturgias de relación con el poder que son las únicas herramientas que algunos actores saben hacer servir e imaginarse

El segundo motivo es quizás más cínico, pero fácilmente comprensible también: nada garantiza que en una eventual independencia se puedan mantener los mismos resortes de poder; de hecho es probable que sea imposible porque los discursos que los sostienen dejarían de tener sentido. En cambio, una derrota total, entregaría los resortes a los que hasta ahora la política catalana ha mantenido simbólicamente en la oposición, el españolismo más recalcitrante, y cambiaría las relaciones entre los actores políticos y los actores económicos. Ahora, la corteza estatal-financiera manda, los políticos catalanistas hacen de intermediarios, y se pelean con los políticos españolistas en una serie de tensiones de coreografía institucional que se derrama sobre el espacio comunicativo: muncipios-Generalitat, diputaciones-consejos comarcales, delegación del gobierno-conselleria de Interior, etcétera. El espacio moral y comunicativo del catalanismo perdería espacio y eso implicaría pérdida de influencia y un descontrol de las bases, que dejarían de tener el incentivo de obedecer a los caciques locales.

Por último, está la tradición. El catalanismo político posterior a la Guerra Civil tiene un vocabulario y unas liturgias de relación con el poder que son las únicas herramientas que algunos actores saben hacer servir e imaginarse. Cuando con estas herramientas no ha sido posible conseguir ninguno de los objetivos planteados, ya fuera la independencia o una relación de corte confederal con el Estado que ampliara el espacio de poder disponible que he descrito más arriba, la conclusión lógica sería cambiar de herramientas y estrategias, pero eso implicaría de nuevo hacerse cargo de la naturaleza viciada de muchos de los instrumentos que hemos justificado como válidos, y querría decir vaciar de valor trayectorias vitales enteras. Por lo tanto, se mantienen las herramientas y se cambian los tiempos y los objetivos.

3. La perversión del lenguaje

También hay quien piensa, porque le conviene no ver más allá de lo que le conviene, que en realidad ahora mismo la cosa no es posible. Hay líderes de opinión, activistas de la ANC y políticos que van por el país diciendo que el referéndum es imposible, que la independencia sólo puede pasar o bien por insurrección o bien, más habitualmente, que todavía tenemos que ampliar la base. Esta posición es curiosa porque implica un falso realismo. El falso realismo dice que tenemos que ser realistas para decir que no somos suficientes, pero que tenemos que alimentar un relato confrontativo como si todo estuviera a punto de pasar para demostrar a los indecisos que no hay más remedio que hacer la independencia, así consolidar el independentismo en todas las instituciones —repitiendo una especie de JxSí en el Ayuntamiento de Barcelona, por ejemplo— y conseguirla dentro de 10 o 15 años (con suerte).

Aparte de la falta de respeto por las razones que tienen los que ya han asumido el Estado por lo que es, esta postura es fruto en parte de un marco intelectual que dice que el principal problema de Catalunya es España, cuando eso es raramente el caso cuando se trata de liberarse. Que los estados europeos desde la invención de la pólvora se han dedicado a centralizarse mientras las ciudades y las periferias se lo han permitido es obvio en todas partes menos en la España regia de Occidente que todavía pretende mantener vivo un excepcionalismo del siglo XIX. La libertad siempre empieza por uno mismo, y eso quiere decir entender cuáles son las fuerzas que nos mantienen atados, en el contexto de paz y propaganda que nos ha tocado vivir, en que las razones y energías que engendraron el Estado moderno europeo han sido substituidas por formas de control psicológico. Estas fuerzas son siempre locales. Quien crea que se puede hacer las cosas evitando este debate, se equivoca tanto como quien cree que la vía es destruirlo todo y mirar si en el desierto crece un país.

La buena noticia es que el referéndum tiene una potencia mayor que las fuerzas que quieren utilizarlo para protegerse o para conseguir un escenario favorable a sus equilibrios. Y como todas las estrategias pasan por hacer ver que el referéndum es necesario, a cada paso que se da en la dirección de hacerlo, más difícil es no verse atrapado por su bola de nieve. Eso quiere decir que la única cosa razonable que podemos hacer los otros, los que no estamos en la sala de máquinas, es crear las condiciones sociales e intelectuales para las cuales sea imposible dar el giro al final. El giro se sustenta en la posibilidad de decir que en realidad siempre dijimos que las cosas eran así de difíciles. El giro es negar el giro.

Una caja con una ranura es un fetiche para articular el relato de la represión, pero lo importante es qué compromiso tomas con lo que pase dentro.

Recordad el 9-N: se pusieron en circulación una serie de conceptos —derecho a decidir en lugar de autodeterminación, estado propio en lugar de estado independiente, consulta en lugar de referéndum— que en el comienzo del camino se nos decía que eran sinónimos para evitar la impugnación (y que de fondo partían de la renuncia de situar Catalunya como un sujeto de autodeterminación legítimo —una cosa que sólo podemos hacer nosotros y que literalmente nadie puede hacer por nosotros) y que al final del camino se nos dijo que nunca se había prometido un referéndum de autodeterminación sobre la independencia, sino una consulta de derecho a decidir sobre el estado propio, fuera independiente o no. Todo el énfasis con las urnas parte del mismo malentendido: una caja con una ranura es un fetiche para articular el relato de la represión, pero lo importante es qué compromiso tomas con lo que pase dentro.

Una vez el marco intelectual que permitía a todo el mundo decir lo que conviniera según el foro, fue imposible construir un relato crítico con lo que estaba pasando sin parecer un loco, un radical, o alguien que se dedica a repartir carnés de purista. Las sociedades dispuestas a pagar el precio de lo que quieren hacer entienden que se puede estar de acuerdo con el objetivo en abstracto, y a pesar de todo estar equivocado en las herramientas, los motivos inmediatos, y la prioridad de los intereses a proteger una vez hay bienes en conflicto. Por eso es importante ser tan claro como se pueda e incentivar el pluralismo en lugar de la confluencia o la unidad. Por eso las estrategias de unidad en Catalunya han servido para delimitar los márgenes de la disidencia. Sólo en el pluralismo se ven los errores de cada uno: mis puntos ciegos son tus luces. Etcétera.

Pensad en esta idea que domina la política catalana: "si nos impiden el referéndum ya hemos ganado". Es decir: una derrota es una victoria. Esta mentalidad es la de fondo de toda la psicología victimista del último catalanismo. Como se nos ha ocultado la violencia de fondo de todo Estado, como se nos ha infantilizado la política para estar a la altura de la infantilización que promovió el franquismo, y que quizás era la única manera de sobrevivirlo acabar loco o acabar solo, se han cambiado los valores y se hace necesario usar cada acto de injusticia o arbitrariedad del Estado como una prueba que existimos y tenemos razón.

En la derrota existimos. En la derrota, siempre habíamos tenido razón. En la derrota, se nos resarce. En la derrota, la victoria. Y vuelve a empezar. Así no sólo se normaliza la dominación, también se incentiva. Lo exigible a nuestra clase política del siglo XXI es que aproveche la confluencia improbable del fin de la violencia armada en Europa con la potencia del mercado global, es decir, la disponibilidad de la libertad y del poder, para hacer un referéndum con todas las garantías que sabemos reconocer como válidas y justas. Que por una vez haga posible el gobernarnos.

Esta semana, por ejemplo, hemos visto cómo JxSí asumía ambivalentemente una de las condiciones impuestas por ICV, que es el aval de la comisión de Venecia sobre la celebración del referéndum. Ambivalentemente porque por una parte se dice que se acepta el aval y por la otra que no se hace necesario: así los comuns e ICV pueden decir que el independentismo reconoce la necesidad de un aval externo y el independentismo puede decir que ICV y los comuns reconocen que no es necesario, y así al final de todo se podrá decir que era una dificultad objetiva.

Desde el principio, durante las consultas del 2009, el activismo independentista ha apelado a la comisión de Venecia para explicar algunas de las cosas que se ahogaban de base: como la contingencia de la soberanía a la voluntad democrática (con todas las restricciones que la palabra ya implica), o las reflexiones sobre los cuórums y mayorías, o sobre quién es llamado a votar, para deshacer algunos de los posicionamientos más limpiamente autoritarios del Estado, —en el cual hay quien está dispuesto a someterse sin pedir avales o garantías. Pero el independentismo nunca se ha engañado: la comisión de Venecia es un grupo consultivo formado por Estados que tratan de canalizar el hecho innegable de la pluralidad nacional de los estados del mundo posmoderno con el mantenimiento de su status de poder: comprensible, guste o no. Es importante entender que el sistema surgido de la Guerra Mundial es un sistema que premia la estabilidad y la deflación política, porque se sustenta en el más radical de los miedos hobbesianos: la guerra de todos contra todos como expresión última de la naturaleza humana. Este miedo está en la base de todos los razonamientos, e igual que pasa con el poder de las religiones sobre el miedo al más allá, se usa con el fin de mantener el poder tanto como para justificar la paz. Bien, el representante español es escogido por el gobierno del Estado, obviamente. Y entre las condiciones que pone, la comisión incluye no sólo una convocatoria normal, es decir, con aquiescencia del Estado, sino también una serie de condiciones que son imposibles de cumplir si el Estado es hostil, que no es un escenario que se contempla y que es el nuestro: lo mismo que se teorizó en la sentencia sobre el caso Kosovo. Alguien tendría que releer el posicionamiento de los EE.UU. en aquel contencioso.

Es importante entender que el sistema surgido de la II Guerra Mundial es un sistema que premia la estabilidad y la deflación política, porque se sustenta en el más radical de los miedos hobbesianos: la guerra de todos contra todos como expresión última de la naturaleza humana

Es otra constante del procés: la desnaturalización de conceptos básicos de la política internacional para hacer creer a los catalanes que sólo pueden aspirar a la anestesia. La podredumbre que hay detrás de la palabra fraternidad, o federalismo es un caso fácil, pero el otro día, el portavoz del lobby del Palace, hacía un artículo en La Vanguardia en que confundía el principio de integridad territorial, que protege los estados contra invasiones externas, con la inexistente legislación positiva sobre el derecho a la autodeterminación de una región de un estado. Y así todo.

4. El espantajo de la represión

Una prueba de que la situación actual alimenta las mismas ambigüedades del pasado es que si el referéndum fuera el punto de fuga de toda la política catalana, ya haría meses que existiría una comisión de control de garantías del referéndum con expertos internacionales pronunciando discursos por el caso de Catalunya, que es un caso sui géneris, como lo son todos los casos de autodeterminación de la historia, y que tiene bastantes puntos comunes con la norma general como para aparecer en los libros de texto o ser protagonista de los congresos sobre nacionalidades, como en el que participé en la Universidad de Columbia ahora hace tres semanas. La fecha ya sería pública y la pregunta, una pregunta normal y clara. La campaña ya estaría en solfa, y habría recursos a disposición de la sociedad civil y los partidos del sí y del no para poder hacer campañas; los medios públicos tendrían un manual de buenas prácticas sobre los espacios dedicados a cada opción, y se harían monográficos con voces plurales sobre las virtudes del sí y del no. Todo eso, se nos dice, no se puede hacer porque el Estado lo impugnaría. Y he ahí el síntoma de todo lo que intento decir: presuponer las acciones represivas del Estado no es motivo para no hacer las cosas.

La autodeterminación sólo se puede ejercer en nuestro caso a partir del principio de publicidad.

Si el Estado cree que tiene la fuerza para ir desmontando cada paso públicamente, que lo demuestre. Cuando el choque es real, la mayoría de intereses que se protegen con la ambivalencia desaparecen, y entonces sí que las alternativas son sólidas, porque demuestran que la libertad siempre busca un camino para expresarse. Al fin y al cabo, al final del juego, España no puede pagar la factura de la represión, porque no estamos en 1978, ni en 1936, ni en 1840-50, ni en 1812, ni en 1705, ni en 1659, ni en 1640. La principal virtud de haber resistido el embate de la historia es que hoy el escenario no permite repetir la operación de destrucción de toda libertad y mantener al mismo tiempo un Estado europeo contemporáneo, también por las condiciones económicas de toda España. Prever y actuar como si esta represión fuera inevitable, hace que en el Estado le sea suficiente con el tono funcionarial de señorita Rottenmeyer, y que sea posible mantener intacta en Catalunya toda la pirámide trófica. Por eso los discursos no tendrían que estar sustentados en la amenaza de hacer una DUI si se impide "físicamente" el referéndum, sino en decir que se protegerá el ejercicio del voto, si es necesario poniendo urnas en el Pati dels Tarongers y en el hemiciclo del Parlament. Los responsables de la insurrección no son los ciudadanos ni por la independencia en primera instancia: no vivimos en una dictadura. Los primeros responsables son los políticos y por la autodeterminación. Son los líderes que tienen que demostrar que la alambrada no está electrificada, no convocar a las las masas a una avalancha.

Cuando el choque es real, la mayoría de intereses que se protegen con la ambivalencia desaparecen, y entonces sí que las alternativas son sólidas, porque demuestran que la libertad siempre busca un camino para expresarse

5. Lo que está en juego

Este artículo no es para deciros que qué mierda todo. Es para deciros que estamos en un momento en que todas las facciones y resortes psicológicos están en juego. Estamos en el momento de hacernos responsables de qué quiere decir hacer un referéndum y de por qué es el vértice de la libertad más íntima y más global al mismo tiempo. Nuestra misión es hacer visible el otro entramado de relaciones: las sociales. Hasta ahora han estado subordinadas a la mirada de los poderes locales, como un circo de pulgas. Y en los vaivenes hay la posibilidad de simular que vivíamos en un espacio parlamentario y abierto.

Nuestros líderes tienen que entender que la cadena de mando se ha roto, y que ya no será posible juntar en un solo puñado las fuerzas vivas del país con los intereses de los titiriteros. Tienen que comprender que esta estrategia que hace el ruido blanco de fondo es inviable porque en realidad sólo los lleva a la autodestrucción. Que una vez la libertad ha hecho mella en las personas razonables, la manipulación y las editoriales de los diarios del siglo XX parecen las contorsiones de un payaso con la pintura corrida, incapaz de distinguir el pathos de la pena del de la risa. De esta manera, los que viven en medio de unos y otros, los políticos y líderes de opinión y activistas que hacen de buena o mala fe de intermediarios entre los dos mundos, verán tensionados los relatos que tratan de hacerlos consistentes, y será imposible justificar la derrota como si fuera una victoria.