Conociendo como conozco, desde hace muchos años, al diputado Joan Tardà, sé que es capaz de todo al abrir la boca. Sin duda es todo corazón, simpatía y buenos alimentos. En realidad, la parodia que le hace la televisión es terriblemente injusta porque ningún humorista del mundo, por más que sea bueno, ni siquiera puede sospechar de lejos las cumbres que Joan Tardà ha coronado a solas, sin sherpas ni oxígeno artificial. Es un espécimen insuperable. Cuando nos hemos encontrado por casualidad en alguna ocasión nos hemos saludado con afecto y cortesía, sinceros, incluso nos hemos llegado a abrazar a pesar de las dificultades de la maniobra entre dos cuerpos tan bien nutridos, tan desbordados anatómicamente y sentimentalmente. Me cae bien, es verdad. Por eso cuando el pasado 22 de marzo soltó este tuit no me extrañó en modo alguno su felicidad: “Acusar d terrorismo y encarcela ciudadans d Altsasu pr baralla en un bar solo tiene un nombre: irracionalidad, desproporcionalidsd (sic) y venganza”. Era él, él, no había duda alguna. Joan Tardà desatado, en estado puro y por escrito. Dice que aquello solo tenía un nombre pero le pone tres. ¿No es maravilloso, no es colosal? Y, además, acusa a los adversarios políticos, precisamente él, de irracionalidad. Inimitable. ¿No han quedado viendo visiones cuando, desde la tribuna del Congreso, inicia aquella vieja retórica de la Guerra Civil y habla de “alta traición”, de “compañeros” refiriéndose a los de Podemos, o cuando acusa a la derecha españolista de “extraterrestres”, de estar “catatónicos” cuando comprueban que la independencia de Cataluña, por primera vez en la historia, es posible? Como un niño travieso dice aquello de “muera el Borbón” sin pensar en mucho más. Es un político muy entretenido. No tiene miedo a las palabras porque las conoce de manera aproximada. También recuerdo un día, hace muchos años, en los que de viva voz le intenté explicar que acusar a Convergencia de "bisexual" porque tanto podía pactar con el PP como con ERC no había sido una buena idea. No, Joan. Me miró atónito, con dificultad para entender que aquella censura política pudiera ofender a las personas bisexuales, a los votantes bisexuales e incluso a los y las homosexuales. Como si le hubiera dicho que la Tierra es redonda.

El tuit de Tardà del domingo sobre Venezuela es inaceptable. Merece que pida desde aquí que no se le vote más

Ahora sé que tampoco me querrá entender pero es que su tuit del domingo sobre Venezuela es inaceptable. Merece que pida desde aquí que no se le vote más. Decía: “Hoy los venezolanos votan democráticamente para decidir mientras que la extrema derecha pide que no se vote. Y el PP demofóbico, igual.” Dejando que “demofóbico” no significa lo que él cree que significa, dejando que es un profesor de lengua y literatura catalanas con sorprendentes carencias filológicas, no hay excusas para disfrazar la realidad y decir que la dictadura es una democracia y que los demócratas son dictatoriales. ¿Con qué autoridad política, Joan, dices lo que dices, con tu rigor habitual? ¿Con el de las juventudes de ERC, que nunca han tenido una nómina y que compiten con los niños bonitos de la CUP a ver quién es más comunista, más facha de izquierdas, más chulo, más enfant terrible? Si Joan Tardà hubiera confesado que el domingo había tenido una larga conversación con DPO —Dios Padre Omnipotente— no me habría extrañado más. Se ve que es en el mismo cielo donde según el presidente Nicolás Maduro ha fijado su residencia el comandante Hugo Chaves, a la derecha del SH —Supremo Hacedor— en un ejercicio para aliñar y manipular sin límites a las personas sencillas, desde el marxismo más desvergonzado o desde el catolicismo más parecido a la magia y el chamanismo. Cuba y Venezuela ya han llegado plenamente al marxismo-chamanismo. La idea de América revolucionaria es una superstición política, una falsificación histórica mil veces repetida por el paternalismo y el supremacismo europeos. Y mil veces desmentida por los historiadores y analistas políticos más solventes.

 

Una vez más debemos recordar lo que el maestro Carlos Rangel dijo en su imprescindible libro Del buen salvaje al buen revolucionario, que los prejuicios europeos, las mentiras sobre América hispanohablante son, en buena medida, responsables de la desgracia de aquel continente. Como ocurre con la religión o con los pensamientos mágicos y supersticiosos, los mitos revolucionarios han sustituido al análisis riguroso de la realidad. Un personaje como Simón Bolívar, en 1830, ya dejó escrito que “el que sirve una revolución ara en el mar”. Porque mientras Estados Unidos son un fenómeno odioso de éxito económico y de mejorable democracia pero con un régimen estable de libertad individual, la América que habla español es un fracaso sin paliativos donde todos los experimentos sociales más criminales se han aplicado con la coherencia del terror. Terrores de ultraderecha y de extrema izquierda. Así como los conquistadores, lectores de libros de caballerías, quisieron encontrar los territorios míticos de la Florida y de California, hoy los comunistas europeos o hijos de europeos quieren encontrar la pureza de una sociedad justa, perfecta, paradisíaca. Como decía un conocido escritor cubano: “Qué mala suerte, todo el mundo equivocado, y nosotros solos llevando la razón”. Envenenados por las teorías más estrafalarias y criminales, allí donde los religiosos españoles como Las Casas vieron buenos salvajes, hoy los fanáticos del materialismo histórico ven al hombre nuevo, decente, solidario, al buen comunista revolucionario. Cuanto más blanco es el europeo, o el americano, más sueña con ser un tumparu —de Túpac Amaru, un descendiente de los incas que sublevó a los indios contra el virrey de Perú en el siglo XVIII—, un hombre adánico y redimido por aquel nuevo Jesús llamado Ernesto Che Guevara. Mientras que el anglosajón y el francés trasladados a América viven en democracia y con cierta, mejorable distribución de la riqueza, el mundo hispanoamericano está secuestrado por una fantasía que solo puede sostenerse si la población es mayoritariamente una legión famélica, miserable. La América que habla castellano había sido un inmenso territorio explotado por todo tipo de colonialismos, incluso el ruso. Hoy vale tan poco que casi se convierte en prescindible para el imperialismo. La tecnología, recuerda el escritor Carlos Fuentes, “habrá podido sustituir nuestros ofrecimientos monoproductivos. ¿Seremos, entonces, un vasto continente de mendigos?” Cuando España —o la antigua América española— no han obtenido el éxito esperado, cuando han visto que perseguían una quimera, un Eldorado, en lugar de interesarse por la realidad se han refugiado en otra mitología, igualmente mágica, criminal y condenada al fracaso. Si el hombre fue bueno y puro en el comienzo de los tiempos, se preguntan absurdamente los razonamientos mitológicos, si el hombre está corrompido por la civilización, ¿por qué no podemos volver al hombre natural, espontáneo, auténtico y bueno? Piensen en Joan Tardà un instante apenas, pero en toda su majestad, y hallarán la respuesta.