¿Qué hubiera dicho la prensa si el ministro Zoido se hubiera presentado después del atentado islamista de Barcelona, de este atentado religioso, con un rosario en la mano y decorado con muchos escapularios católicos? ¿Qué habríamos dicho si Benjamín Netanyahu, tras un atentado en Israel, se hubiera presentado con una filacteria atada en la cabeza y otra en el brazo izquierdo para hacer ostentación, como los fariseos de la Biblia, de una religiosidad judía radical? Exactamente eso es lo que ocurrió anteayer en Ripoll cuando el presidente de los fieles de la mezquita de Ripoll, Alí Yassine, un señor que no es clérigo, se presentó ante las cámaras de los medios de comunicación con un vistoso zabiba en mitad de la frente. Mientras decía con palabras que nada sabía del extremismo religioso del imán de Ripoll, que él no tiene nada que ver con eso, con lenguaje no verbal dirigido solo a los musulmanes, con esta marca oscura llamada zabiba, negra, en mitad de la frente, estaba diciendo otra cosa, aún más importante, y es que él es de los duros, que forma parte de los más religiosos, de los más extremistas. ¿Pudo afirmar libremente lo contrario, que estaba a favor del atentado, alguien se lo esperaba? Dijo lo que queríamos oír. El zabiba —del árabe زبيبة— significa literalmente pasa, uva seca, es una marca cosmética que exhibe una religiosidad desatada, casi inhumana. Quiere hacer creer que lleva la frente negra de tanto rezar día y noche, de tanto rozar el entrecejo con la alfombra de la oración. Que como no es un simple creyente sino un súpercreyente, el hipócrita musulmán no realiza las cinco oraciones obligatorias preceptivas de esta religión tan estupenda, tan moderna y civilizada, tan compatible con la democracia, que dicen que es el islam. No le basta con eso y se comunica constantemente con Dios, el Clemente, el Misericordioso, al menos treinta y cuatro veces al día según los manuales de doctrina mahomética. Tiene hilo directo con Dios. Supongo que entonces no queda demasiado tiempo para trabajar ni para abrir la mente a otras realidades.

El islam —que no es una religión que signifique paz sino sumisión, es decir, creencia acrítica— es también una ideología de intolerancia como todas las otras creencias espirituales del planeta, como lo es el catolicismo que tan bien y tan mal conocemos. Una intolerancia que nace del convencimiento de pertenecer a los elegidos, solo unos cuantos, de tener el monopolio de la verdad, solo los tuyos, de pertenecer al bando de los buenos, de formar parte del partido del único Dios verdadero. Aunque se haya querido olvidar, los curas católicos, trabuco en mano, de las guerras carlistas realmente existieron y realmente mataban aunque, en teoría, el cristianismo sea un mensaje de paz. ¿Alguien ha calculado cuántos muertos ha perpetrado el cristianismo? No podemos olvidar las cruzadas ni la carnicería de la Guerra Civil calificada también de Santa Cruzada por la Iglesia, en la que los católicos no solo hicieron la guerra sino que la ganaron junto a los falangistas. Católicos como el arzobispo Omella, que lleva el distintivo rojo del cardenalato, lo que recuerda a los mártires, a las víctimas, a los que se sacrificaron por la religión, a los muertos de su bando. Con este distintivo partidista, con esta cuenta pendiente, con este recordatorio del ofendido permanente, osó hablar en nombre de toda la sociedad y reclamó unidad. O lo que es lo mismo, adhesión a la idea de España porque el independentismo es manipulación política y el nacionalcatolicismo español es tan natural como el aire que respiramos, según este religioso tan cualificado. La única autoridad que no ha sido votada de todas las que estaban presentes ayer en la Sagrada Familia. El representante de los religiosos. Estas curiosas personas que creen en los milagros que todo lo arreglan con un suspiro divino, que cuando Dios quiera abrirá las aguas del mar Rojo para hacer pasar solo a los suyos y hará ahogar, hará matar, asesinará, en definitiva, a los soldados del faraón, a los enemigos. Ya dijo el papa Benedicto XVI que el enemigo de los cristianos no es el islam sino los laicos, los ateos, los que vivimos sin un Dios que nos vele.

Y no hay que olvidar tampoco a esta otra pequeña religión, de baja intensidad, esta otra secta dogmática, peligrosa, intelectualmente insostenible, que es la pedagógica. Nadie les pide responsabilidades. Estos educadores, escolares o de los servicios sociales, que se creen que pueden manipular los chicos con más eficacia que el imán de Ripoll, sepultado por lo visto bajo ciento veinte bombonas de butano. Estos educadores que dicen que saben lo que hacen con nuestros hijos y que les han transmitido valores, actitudes y normas. Que los han formado, como el alfarero forma un cántaro. Que pueden diseñar buenos ciudadanos solo con buenas intenciones, sermones laicos y bellos discursos. Que el mundo es tal como lo pintan los dibujos animados de Heidi. Que pueden cambiar, ellos y ellas, solos, la compleja, contradictoria, naturaleza del ser humano y transformarlos a todos en angelitos. No he oído ni una sola voz autocrítica sobre el método que utilizan, ni he visto tampoco que se callen avergonzados. Ahí los tenéis, pues, vuestros, nuestros angelitos.