Me he quedado harto sorprendido al decirme que no es musulmán el individuo que ha hecho reventar bajo las ruedas de un camión los cuerpos de varias personas en Jerusalén hace unas horas. Ha matado a cuatro y herido a trece. Y me he quedado más sorprendido aún cuando algunos medios han puesto titulares dando todo el protagonismo del atentado al camión, que por lo que se ve llevaba una grúa. Roja. Hay periodistas, auténtica canallesca, que cuando hablan de acontecimientos ocurridos en Israel pierden el sentido común, que cuando se encaran con el terrorismo islamista son, como mínimo, favorables a la violencia religiosa. Sí que dan vergüenza pero no son los únicos, ni son tampoco los que tienen más responsabilidad cívica. La casualidad ha querido que la noticia del asesinato me pille leyendo un libro de Dolors Bramon, L’islam avui (Fragmenta Editorial), y me he sonrojado de inmediato. Ya que la autora no lo hará por su arrogancia académica, permítanme, lectores, que me sonroje yo en su lugar y pida perdón por este despropósito hiriente para las víctimas y para quienes se hayan podido sentir ofendidos.

Sólo en una cultura de muy bajo nivel como la catalana de hoy, provinciana y sin sentido de la realidad, se puede publicar un libro como este. Jamás me habría imaginado que acabaría pidiendo públicamente que se prohibiera un libro, pero si las obras que exaltan el racismo o el III Reich acaban convertidas en pasta de papel no veo por qué ésta no merece otro futuro. O todos moros o todos cristianos, nunca mejor dicho. Ni la libertad de expresión ni la erudición han de poder ser utilizadas fraudulentamente ni de forma desnaturalizada para confundir a los ciudadanos ante la grave experiencia del terrorismo, una lacra que nos amenaza cada día, aunque algunos prefieran cerrar los ojos. Los musulmanes no son una especie de nuevo proletariado que tenga patente de corso para utilizar la violencia, como siempre había defendido la extrema izquierda antisistema. La negativa al uso de la violencia es propia de las sociedades avanzadas. ETA tampoco tenía ninguna razón de ser por muy independentistas que fueran sus miembros. Ninguna injusticia —y el mundo árabe-musulmán ha sufrido muchísimas— justifica el terror ni todas las comunidades que han sido perseguidas u ofendidas han empleado la espada. Ni se puede tolerar que una profesora y académica de reconocido y merecido prestigio como Dolors Bramon, con su esnobismo europeo ante lo que se esfuerza en retratar como exótico, intente engañar a los lectores. La suya es una aproximación condescendiente y paternalista hacia el mundo árabe-musulmán, visto casi como un mundo inferior, débil, primitivo al que hay que proteger y consentir como a un hijo mimado. Da a entender a los lectores que el colonialismo o el neocolonialismo justifican de alguna manera la violencia, como se puede leer en la página 69: “crec que una explicació ben plausible radica en la tristament famosa intervenció occidental que sofrí l’Iraq l’any 2003”.

Ninguna injusticia justifica el terror ni todas las comunidades que han sido perseguidas u ofendidas han empleado la espada

Es conmovedor cómo se disfraza en este libro que el islamismo no es más que un movimiento fascista, directa y plenamente homologable con la ultraderecha europea. Es impresionante ver como el amor sincero de la doctora Bramon por la religión y cultura islámicas la lleva a recoger una gran cantidad de atrocidades y de prácticas monstruosas, amparándose en una supuesta edad primitiva del ser humano hasta construir un gabinete de aberrantes curiosidades históricas. Su mirada es la de la boba ilustrada, vagamente progresista, la de la víctima del síndrome de Estocolmo, empeñada en ocultar que el islam tiene para con la violencia una relación histórica que va mucho más allá de la casualidad y de la anécdota. Que se fundamenta, por el contrario, en sus textos fundamentales, en el Corán y la Sharía.

La gran mentira de este libro es, sobre todo, intentar convencernos de que los terroristas islámicos no son auténticos creyentes musulmanes. Como si eso tuviera alguna importancia para las víctimas o como si fuera creíble para alguien que conozca mínimamente el fenómeno terrorista. Está claro que son musulmanes. Y buenos musulmanes, además. De la misma manera que Simón de Montfort era católico y buen católico, también cuando cometió la horrible matanza de Béziers contra los cátaros. O el Papa Francisco cuando justificaba con el puño el atentado contra Charlie Hebdo. Con el puño católico. De la misma manera que los nazis sí eran alemanes y los etarras sí eran vascos. Todos ellos. Y sobre todo los islamistas son musulmanes por una razón: porque ellos saben lo que son. ¿Con qué autoridad, con qué argumento real, puede usted, señora Bramon decidir quién es o no es musulmán? Que la realidad no nos estropee una buena teoría, ¿verdad, doctora?