Imagino que sería Pere Falqués quien colgó estas tres aristocráticas arañas en la Casa del Parlament cuando, a finales del ochocientos, el Ayuntamiento de Barcelona le encomendó transformar el viejo arsenal de la Ciutadella en el nuevo Palacio Real de Barcelona. Falqués tenía sentido de la teatralidad e inquietudes prácticas, como las del simbolismo de la luz y las de la necesidad de luminaria, demostradas con sus famosos farolas del Paseo de Gràcia. Y, como si lo estuviera viendo, durante la República, Josep Tarradellas y Santiago Marco las debían admirar, maravillados, en aquel salón del Trono que nunca acogió a ningún monarca pero que escogieron para instalar el hemiciclo del primer parlamento catalán moderno. La pompa y la circunstancia de la monarquía desdeñosa con Barcelona, el brillo de los mármoles pulidos, de las maderas barnizadas y lacadas, de las columnas altivas, pero sobre todo de estas arañas de cristal fulgurante, suntuoso, todo ello debía subrayar el poder legislativo de la Generalitat, resaltar el poder de los representantes directos del pueblo. Las arañas se transforman en una especie de corona frigia, de apoteosis visual del poder del pueblo, el único soberano.

En estos últimos días de rebelión política de la Generalitat y de enfrentamiento con la autoridad del Gobierno español, la Casa del Parlament ha sido iluminada muchas y muchas horas, hasta poco antes del amanecer. Los diputados y periodistas, con nocturnidad, dedicados a la prolongación de la actividad política y a explicarla, han tenido encima de sus cabezas estas resplandecientes arañas de cristal que son, también, un emblema de la iluminación, del conocimiento. El referéndum al que hemos sido convocados los catalanes quiere saber, bajo la luz, la auténtica voluntad del pueblo catalán, dentro de España o formando un nuevo Estado, propio. Las tres arañas subrayan la legitimidad del poder a través de la luz y belleza. Un poder que sólo será legítimo si es a la vez potestad y autoridad. O dicho en cristiano, el poder sólo tiene contenido si se fundamenta en nuestra obediencia.