Si Laura Gómez no me envía esta foto no habría visto tan bien, tan clarito, que Marta Pascal no filosofa. No hace como el tío occitano de Clermont, Don Blasi Pascal, gran pensador e inventor de una máquina de calcular, que hoy es una de las glorias de Francia cuando también podría serlo de Catalunya, de la nueva Catalunya proyectada. La Pascal de aquí va al tajo, tiene proyectos que quiere hacer realidad y el tiempo no se le escapará mucho en la conversación que vemos. Le levanta el dedo a su compañera Montserrat Candini para subrayar lo que le está diciendo, es mandona, seca, bastante dura, resolutiva y, con ganas de ver a su Jordi hiperactivo, tiene ganas de terminar si es que se puede terminar ya. A veces también puede optar por sus grandes ojos dulces que, si se lo propone, te pueden desmontar. Al coraje maternal y tierno hay que añadir una anatomía de catalana achaparrada y rabassaire, de Osona, con los pechos y los tobillos de Bien Plantada, de escultura del señor Clarà, que nos ayuda a reconocerla incluso antes de haberla conocido. Marta Pascal se parece tanto a tantas y tantas mujeres del país, acompañándose el pelo con la otra mano, sentándose de lado con un pie en alto, su imagen nos es tan familiar y tan poco sofisticada que parece exactamente de casa, y nos costaría mucho imaginársela fuera de nuestro ámbito o en una actitud encogida o miedosa de chica acabada de llegar. Es a Donald Trump al que no me lo imagino diciéndole las mismas animaladas machistas que ayer le espetó a Madame Macron; si hubiera sido ante Marta Pascal, ante su presencia y buena salud, seguro que hubiera preferido comentar el buen tiempo que ayer hacía en París, en los Campos Elíseos.

La fotografía, tomada en el Parlament, también nos deja ver un libro, un utensilio para la escritura y el móvil de la coordinadora del PDeCAT. Están a la derecha, en la parte oscura, sombría de la imagen, y se puede entender como una especie de símbolo inesperado, de señal que nos advierte de todo lo que la maquinilla comunicativa tiene de peligroso, de inconfesable, de lastre del pasado, de los antiguos pecados de los pedecátores. Todo lo que tiene Marta Pascal de esfuerzo, de mujer hecha a sí misma, de seriedad y de ganas de salir adelante, puede desaparecer de una sola patada si quedara atrapada un día, aunque fuera por equivocación, por la negra herencia recibida. Si algún día se dejara ahogar por Artur Mas y por la vieja guardia, al igual que Jordi Pujol intentó, subrepticiamente, ahogar a Mas. A mi me gusta mucho esta foto de Pascal porque hablando con su amiga es exactamente ella misma, se la ve desenvuelta y trabajadora, maternal más que imperativa, que es lo que se necesita. Ni el país ni su partido admite ya liderazgos excesivamente contundentes y, después de tantas luchas intestinas y externas, después de tantos comandantes machos y gallitos y, sobre todo, después de tantos errores de los gallitos, quizás lo que se necesita es feminidad y a una señora madre. Cuando pronuncia discursos a la antigua, diciendo cosas previsibles y vacías, cuando quiere quedar tan formal y seria que acaba pareciendo una aparátchic más, cambio de canal y me olvido. Cuando es ella misma, cuando ríe, cuando se muestra natural y no prefabricada, a mí me parece una esperanza, y tengo ganas de escucharla, a ver si este país consigue tener un centro derecha nacional con cara y ojos. Me han dicho que, a veces, Marta Pascal se descontrola y tiene unos ataques de risa que no puede ahogar. Estoy seguro de que si viéramos uno de esos ante las cámaras, sin complejos, nos podríamos contagiar de la alegría, que de verdad, nos hace falta, muchísima falta.