Estoy en Olot y son las dos de la madrugada. Faltan pocas horas para el referéndum. El tiempo es sereno, bastante benigno, y hay gente con manga corta pero también calcetines gordos de lana, mantas ásperas y anoraks para el frío. En el Teatre Municipal, uno de los colegios electorales de la ciudad, una treintena, cuarenta personas, no se pueden contar bien en la penumbra, duermen como pueden dentro de una de sus salas. Los hay que roncan por el suelo. Me hacen callar y me hablan con una voz pequeña, simpática. Afuera, un grupo de unos diez o doce activistas fuman un cigarrillo y charlan animadamente. Hay tantos hombres como mujeres, tantos viejos como jóvenes, tantos de bien vestidos como de modas alternativas o improvisadas, tantas risas y bromas como caras de circunstancias, como miradas de alerta, como ojillos de sueño. Me cuentan que oficialmente están preparando una obra de teatro y que todos juntos son la compañía, la troupe, que ensaya la obra Puertas afuera, puertas adentro, un texto que quizá no es exactamente un texto, una representación que es la comedia de los errores y de los aciertos de estos miembros del movimiento en defensa de la soberanía política de Catalunya. “Puedes poner que estamos ensayando La casa de Bernarda Alba, si lo prefieres, si te parece que quedaremos mejor”, me dicen cuando pongo cara incrédula y se ríen. “Aquí nos estaremos hasta que vengan hacia las cinco o las seis los Mossos d’Esquadra y levanten acta de lo que estamos haciendo. Somos gente de Olot. Esta tarde nos hemos reunido y nos hemos distribuido por grupos en todos los colegios electorales para ocupar y asegurar que mañana se pueda votar. Estamos haciendo lo que tenemos que hacer”.

Alguien mira el reloj y recuerda que mañana ya es hoy y que el día de la gran aventura por fin ha llegado, y sí, parece que lo viejo se haya terminado y lo nuevo esté a punto de empezar. Saldrá el sol. Me fijo en unas chicas jóvenes que, con aire convencido, me cuentan que es su primera participación cívica, que están luchando por el país, que ésta es una revuelta que viven con intensidad nueva, con una ilusión, con un entusiasmo, auténticos, plenos, inquietos. Se saben las protagonistas y, además, hoy la noche es tierna. Muchas no dormirán porque están demasiado emocionadas. La joven Catalunya todavía no nacida, la república catalana, es como una de esas jovencitas llenas de buena voluntad y de ideales de democracia, de no violencia, de toda cordura ciudadana. “Si viene la Guardia Civil les diremos buenos días, ¿qué quieres que hagamos? Pero de aquí no nos vamos a mover porque no tenemos miedo.” Todavía no están emancipadas de sus padres pero ya se consideran emancipadas de España; siguen siendo criaturas y al mismo tiempo parecen mujeres hechas y derechas porque saben perfectamente lo que quieren, están donde quieren estar. Es la primera cata de la libertad de pensar, la primera vez que discrepan de lo que está establecido. Defienden sus derechos políticos, su derecho a decidir, experimentan, por fin, la fascinación de definir cuál será su propia vida. La voluntad de la mayoría es la única legitimidad que estas chicas aceptan de buen grado. Proceden de familias que conservan vivo el recuerdo hiriente de la dictadura franquista, combinado con el desencanto de la democracia española, el vacío del régimen actual, un régimen en el que no creen y que quieren cambiar. Sí, seguramente son ingenuas, pero son la sal de la tierra. Seguramente tienen una formación elemental pero el tiempo les pertenece, el futuro, el mundo, son suyos y lo reclaman con ansia. Y creen en esto como nunca han creído en nada. (Continuará)