No, a los catalanes los uniformes no nos gustan mucho, ya sean sotanas, batas escolares o guerreras, que no. Eso será porque somos un tipo de gente que vive en los márgenes, individualista, turbulenta y desconfiada, anárquica, con siglos de lejanía del poder. Una gente que está convencida de que siempre hay alguien que manda más que el que manda y ese alguien es quien hace lo que le viene en gana. Que la auténtica victoria individual consiste en que no te agobien, en escaparte y dejar a los demás con un palmo de narices, adiós muy buenas. Así que nuestra historia no destaca por gozar de grandes prelados, ni de mucho militar insigne, ni de ningún otro tipo de personal uniformado. ¿Alguien se acuerda de cuál fue la última guerra que ganamos? Realizamos grandes manifestaciones multitudinarias sólo para enseñar el colmillo pero, de hecho, la mayoría nos hemos pasado las últimas jornadas del 11 de septiembre pensando en que estaríamos mucho mejor fuera de la masa, fuera de la pesada uniformidad, a nuestro aire. Por todo ello, es raro este nuevo amor que hemos descubierto por individuos perfectamente uniformados, concretamente por policías, cuando nosotros, de toda la vida, los que nos habían gustado son los ladrones de manzanas, los que corrían delante de los grises, los que se sobreponen a su insignificancia con un par de piernas bien largas. Jamás habría imaginado que los Mossos tan contestados, tan sospechosos de autoritarismo, tan antipáticos hasta hace cuatro días, acabaran recibiendo los aplausos unánimes de la población, acabaran cubiertos de flores como en una especie de revolución de los claveles, que acabaran generando, después de los atentados islamistas, la primera manifestación catalana de respeto a un uniforme. Esto sí que es histórico. Como si fuéramos ingleses, como si fuéramos un país civilizado, los catalanes, por fin, ovacionando a la policía del país, apostando por la ley y el orden, por un cuerpo armado que no se enfrenta con el país sino que viene del país y es una parte de él. La parte que nos protege a todos los demás. El fenómeno ha sido tan nuevo y tan inesperado, tan positivo para la construcción nacional de una Catalunya independiente que algunos se han alarmado. Mucho. Y hace días que no duermen. Mientras el pueblo de Catalunya y su policía sean una misma cosa, única e inseparable, mientras seamos un pueblo pacífico que a la vez también dispone de una fuerza armada, la independencia es perfectamente posible. El próximo Uno de octubre comprobaremos si este amor es un amor de verano o si es un vínculo emotivo sano y estable. Si el amor va en serio.

Ayer escuchaba en la radio como Federico Jiménez Losantos repetía como un loro las mismas infamias, las mismas manipulaciones contra los Mossos que Enric Hernández, aún director de El Periódico en el momento de redactar este papel. Naturalmente el propagandista de Esperanza Aguirre es mucho más profesional, cree realmente en España y se gana su sueldo. En su arenga matinal culpabilizó a los Mossos de todos los crímenes posibles y pidió su disolución y la entrada triunfal de la Guardia Civil, coronada con sus tricornios de charol. Dijo, además, las más grandes pestes de Josep Lluís Trapero, irritado como nunca, disconforme también con su apellido como disconforme se había mostrado con el apellido de Gabriel Rufián. Exactamente igual que lo que hace El Periódico. Idéntico. Pero Jiménez Losantos consideró que aquello no era suficiente y, a la desesperada, improvisó y añadir un nuevo elemento. Que nuestro primer policía es “un mayor muy menor” y, encima, “es feo”. Evidentemente nada habría sido más explícito que esta consideración, ninguna pista no nos ayudará más. Catalunya sólo será un país como los demás si puede llegar a tener su Eisenhower, su Washington, su Ulysses S. Grant. Si llevar un uniforme catalán es motivo de orgullo, una excelente carta de presentación, una hoja de servicios inmejorable para nuestra sociedad. A mí la idea de un presidente Trapero, dentro de unos años, no me parece tan desencaminada.