Hubo un tiempo en el que todo el mundo era o decía ser de izquierdas. Al menos en Cataluña. Independentismo casi no había entonces y derechas, tampoco, al menos más allá del individualismo. Hoy, sin embargo, para construir un nuevo estado, este independentismo nuestro parece adecuado que sea multicolor. Que no solo esté emparentado con el socialismo político y la socialdemocracia, con el ámbito político que intentó incluirlo y asimilárselo. Cuando conocí en los años ochenta a la ERC de entonces, la fuerza centrípeta del PSC era innegable. En el PSAN y el MDT el socialismo era muy radical, pero igualmente socialista desde un punto de vista filosófico, heredero de las cuatro reglas elementales del sumar, restar, multiplicar y dividir que se proclaman en el Manifiesto de Marx y Engels. Dicho muy rápidamente: que si antes, en aquellos tiempos remotos, las personas como es debido eran las que creían en Dios e iban a misa, después de la revolución de Octubre, la nueva legitimidad, el certificado de buena conducta, procedía del materialismo dialéctico, de la crítica al capital que obtenía un aprovechamiento de la plusvalía. Como estas palabras ya se han hecho muy viejas, lo diré todavía de manera aún más simplificada: que si antes la respetabilidad social la daba creer en Dios, luego la dio pensar que la propiedad privada es un robo y que, por lo tanto, hay que redistribuirla. Y que para hacer eso hay una democracia, un sistema que es bueno en sí mismo como lo fue el dogma de la Inmaculada Concepción. Así todas las dictaduras socialistas y las socialistas pero no dictaduras se llamaban a sí mismas “democracias”.

En un artículo reciente, Montserrat Tura, la exconsellera, ponía al día esta falsa superioridad moral de la izquierda

En un artículo reciente en el diario Nació Digital, Montserrat Tura, la exconsellera, ponía al día esta falsa superioridad moral de la izquierda, ese afán socialista en favor de la desigualdad de los ciudadanos, divididos entre los buenos, los de primera categoría, los suyos, adornados de bondades cívicas y sociales, frente al resto, dignos de mejora, de corrección y reeducación, como hacen en la China popular. Y desde esta superioridad pija de chica de buena familia y desde este alto magisterio que nadie le ha dado, como si fuera doctora de la iglesia demócrata, Tura nos enseñaba que “la democracia es una actitud”. Sí, sí, como lo leen, una actitud como la arrogancia o como la humildad, como la competitividad o la colaboración. Una actitud. Como si Tocqueville, Karl Popper, Paul Ricoeur, entre muchos otros, no hubieran escrito miles de páginas, como si Platón y Aristóteles no se hubieran esforzado en reflexionar sobre qué es la democracia, Montserrat Tura, desde el gran altavoz internacional que es Nació Digital, desvelaba el otro día y, para todo el planeta, qué demonios es la democracia para todos nosotros.

Si dejaras de hablar mal de la corrupción de Convergència y hablaras de la del PSC que, sin duda, es un partido que conoces mejor, seguro que serías más creíble

Y añadía, tras mencionar de paso, y por si acaso, el Código Penal: “La democracia es una actitud de vida en comunidad donde la pluralidad es respetada y potenciada, donde vivir con honestidad no es obligatorio, sino inherente a quien quiera hablar en nombre de otros conciudadanos”. Es decir, que cuando Montserrat Tura, cuando fue diputada por el PSC y, por tanto, representante del pueblo catalán, ¿tenía una honestidad inherente y no obligatoria? Que cuando ella y sus compañeros de lista socialistas... ¿Pero qué dice? ¿Qué rollo es ése, Tura? Ya que eres tan clasista, tan retórica, tan partidaria de la desigualdad, te hablaré de ti. En primer lugar, en catalán no se dice “honestidad” sino “honradez”, una mujer honesta no es lo mismo que honrada. La honestidad tiene que ver con el sexo y no con el dinero, que supongo que es de lo que estás intentando hablar. Y, en segundo lugar, no hay personas mejores que otras, de manera “inherente”, hay personas que comentan crímenes y personas que no lo hacen. Punto y final. La inherencia es cosa privada y ni a ti ni a mí nos importa el corazón humano, ay, que todo el universo no alcanzaría a llenarlo. Aunque sea una frase de Verdaguer, me temo que tiene razón. Ay, no me creerás si te digo qué desconfianza producen estos sermones de cura y esos golpes en el pecho que te das. Luego proclamas, de manera siempre grandilocuente, que los representantes públicos deben ser “ejemplares". ¿Quién ha dicho eso? ¿Dónde está escrito? No es necesario que sean ejemplares, no exageres, tú, lo que tienen que hacer, sencillamente, es no robar. La mayoría del pueblo nunca ha robado ni un alfiler y eso no los hace ejemplares en nada. Tanta exageración, miau, miau.

La ciudadanía no debe tener confianza, que significa “fe”, en sus representantes. Debe tener una lista de resultados objetivos

Pienso que tampoco llevas razón cuando dices que “podremos volver a creer en la entrega honesta al interés general”, no solo porque vuelves a confundir las palabras, sino porque es bueno que el pueblo desconfíe de sus políticos. Es bueno que la prensa independiente moleste y que ponga constantemente en cuestión el poder político y lo confronte con sus propias contradicciones. La ciudadanía no debe tener confianza, que significa “fe”, en sus representantes. Debe tener una lista de resultados objetivos. Como ocurre en los consejos de administración. Son elegidos para realizar un trabajo. Como cuando llamas al fontanero porque tienes un escape de agua. O te lo soluciona o no lo hace. Por cierto, si dejaras de hablar mal de la corrupción de Convergència y hablaras de la del PSC que, sin duda, es un partido que conoces mejor, seguro que serías más creíble. No parecería entonces que haces un ataque partidista sobre el árbol caído. No es necesario que seas ejemplar. Basta con que no se te vea el plumero.