Existen varias maneras de localizar a un farsante contemporáneo, a un tomador de pelo, a un impostor, dígasele como se quiera a un vendedor de humo. Hoy estudiaremos una y es bastante útil conocerla. Reza así: todo impostor suele ser, además de mentiroso, un cursi. Es decir, que es mentiroso y doblemente mentiroso. Esta sentencia o estrategia no se refiere necesariamente al cursi doméstico, por ejemplo al marido (¿verdad, Pepito?) que engaña a su costilla y por ello le lleva un ramo de rosas inverosímil, emocionándose, encima, sospechosamente cuando miente a los hijos, carne de su carne. No es sólo eso, el cursi es siempre un ignorante y, como la ignorancia es siempre muy atrevida, acaba convirtiéndose en un temerario, en un caballo que galopa sobre la piel de un tambor. El impostor tiene un conocimiento tan escaso del mundo de los sentimientos, le es tan ajeno que cuando se pone campanudo y solemne se le nota que su campana es de latón y no de aquél bronce bien bruñido. No sabe hablar de sentimientos, sólo ha oído campanas y se muda en desmesurado, artificioso, ridículo. La verdad es que cuando un caballero le dice a una señora que tiene los dientes como perlas o algo parecido debe suspenderse inmediatamente toda comunicación, todo diálogo. Sin más. No sólo es que esté pasado de moda, es además de una cursilería pegajosa como una acera regada británicamente con sangría.

La prensa en general —y alguna en particular—, tiene mucha culpa de la cursilería que intenta petrificarnos y convertirnos en estatuas de azúcar. Cuando se habla del descrédito de los políticos hay que recordar que no se habría llegado a este punto de saturación edulcorada sin la complicidad sin escrúpulos de la mal pagada canallesca. Pronto podremos volver a ese punto en que muchos periodistas, como antes de la Guerra Civil, llevaban el forro de los bolsillos plastificado para poner ahí la comida que habían podido recoger en las recepciones con canapés para alimentar a sus familias. Por la melaza los conoceréis, por su inmoderada dulzura. Ayer mismo, por sólo poner un ejemplo al azar, Miquel Roca i Junyent, padre de la Constitución Española, un personaje tan parecido al señor Scrooge y al señor Burns como se parecen entre sí tres gotas de agua, firmaba una convocatoria de accionistas en catalán de una empresa de la que es secretario del consejo de administración. "Banco" y no "banc", alerta, sin piedad ni coherencia ni otra consideración ni respeto por la lengua de sus padres y de sus abuelos. Ni por los ciudadanos que le votaron cuando se presentaba como "nacionalista catalán". Roca Junyent es el abogado que, "levitando", según sus propias palabras, afirmó que la ley es igual para todos al oír el veredicto del juicio a la infanta.

Veremos cómo los machirulos Jordi Pujol y Fèlix Millet, auténticos cursis de la patria, que supuestamente la habían antepuesto a cualquier otra cosa divina o humana, en realidad no habían hecho más que vivir de ella

Estamos aprendiendo mucho sobre la exageración emotiva gracias a esta justicia de azúcar desde que es más auténticamente pública y más conocida del pueblo todo, en quien reside la única soberanía legítima. Mañana comenzará el juicio del caso Palau y seguramente veremos salidas de tono ricas en cursilería. Veremos cómo los machirulos Jordi Pujol y Fèlix Millet, auténticos cursis de la patria, que supuestamente la habían antepuesto a cualquier otra cosa divina o humana, en realidad no habían hecho más que vivir de ella, servirse de ella. Amaban y querían tanto a Catalunya que han conseguido avergonzarnos  a todos, sin distinciones políticas. La justicia de azúcar juzgará azucaradamente y valorará, en lo que valen, los altísimos sentimientos de los jefazos de la antigua Convergència.

Decía Ausiàs March que los que mucho calientan traspasan la verdad. Es por eso que seguiremos encontrando en otras latitudes políticas el descaro de la cursilería, dondequiera que osemos mirar. Fue también ayer, en un periódico, cuando pudimos ver a Antoni Puigverd publicando el tradicional artículo sobre el carnaval, coincidiendo con estas fechas tan señaladas por los disfraces y antifaces. Y como Joaquim Nadal, en otro periódico, se golpeaba el amplio pecho, el enorme pecho, la sensible pechuga, desconsolado, porque la democracia parece que está desgastada. Y lamentaba amargamente que se pueda poner en cuestión al servidor público. A mí, lo juro, pobre chico, se me saltaron las lágrimas.