jordi colina general mitre 2 sergi alcazar

De nuevo una fotografía de Sergi Alcázar nos hace acercarnos más y mejor a la realidad. La imagen de hoy nos muestra a Jordi Pujol, dios padre omnipotente, esperando una ascensión mecánica hacia su casa mientras conversa con su arcángel de guardia particular, ahora no me pregunten si es Miguel, Rafael o Gabriel, lo que sí sabemos es que va de blanco, como corresponde a una presencia divina protectora. La escena representa claramente una especie de Deus ex machina al revés, una versión pujolista del Misteri d'Elx o fiesta de la Asunción de la Virgen, y pronto identificamos que estamos ante un episodio de historia sagrada. Sobre la puerta del ascensor hay una pequeña mancha de luz de oro que corona, que ilumina, el cráneo de un Jordi Pujol que predica, que habla, que no se calla jamás. Es la corona de la santidad en su versión más humilde, pero al fin y al cabo no deja de ser corona. El president acompaña la voz con un gesto de su mano derecha, en la que no está, pero se adivina, la preceptiva palma del martirio, tal vez se la ha olvidado en la panadería cuando ha ido a por el pan o en el cajero automático. Su mano izquierda la tiene a punto para acceder divinamente a aquella otra experiencia, mil millones de veces superior a la realidad, en el cielo de los Pujols, el fabuloso domicilio donde ha vivido durante tantos años y más años con Marta Ferrusola y sus siete vástagos o hijos. O también presuntos criminales, según el juez. O a la presunta cueva de Alí Babá que no es muy cristiana pero que contiene todas las riquezas imaginables. El fotógrafo me ha explicado que la conversación que Pujol mantiene con el arcángel guardaespaldas está dedicada a Jordi Pujol Ferrusola, el heredero, al que se ve que no ha podido ver ni ha podido hablar con él, se lamenta, porque está encarcelado sin fianza e incomunicado. Poco puede decir, apenas nada a los chicos y chicas de la prensa porque, ay, se lamenta, como de costumbre, como suele ser, él no sabe nada de nada. De saber sólo sabe lo que le interesa y es él quien dice cuando toca o no toca hablar de algo. Él siempre manda. Él, según él mismo, es dios, es la ley, lo es todo, el alfa y la omega. Nos lo tenía advertido desde la posguerra, cuando fundó el grupo CC —Crist i Catalunya—. Antes era Cristo pero ahora ya se siente Dios padre, en su fantasía íntima. Más allá de sus ilusiones personales y supersticiones de pensamiento mágico, lo cierto es que la justicia ha decretado prisión sin fianza e incomunicación para su hijo como suele hacer sólo con los criminales peligrosos, con los que forman parte de una organización criminal que podría recibir ayuda desde el exterior.

Dicen las últimas noticias que la Sagrada Familia de Jordi, Marta y sus hijos podría terminar toda en prisión porque hay indicios que incriminan a toda esta divinidad presuntamente culpable. Los nueve juntos. De nada ha servido, pues, que el cardenal Martínez Sistach saliera, en su momento, a defenderlo con fe y convicción cristianas. Nunca se puede decir que pasará mañana pero hoy se deshacen también algunas falsas creencias. Se deshace el rumor de que, durante todos estos años ha circulado, según el cual Jordi Pujol Soley y Marta Ferrusola no sabían nada de las fechorías de sus hijos traviesos. Se ve que era eso, sólo un rumor, otra fantasía. Las mentiras que tapan otras mentiras parecen las pieles de una cebolla, y ya sabemos que del partido de la cebolla, en esta Sagrada Familia, lo son todos. Todo laminado, por partes. Ahora parece que el juez considera, presuntamente, al matrimonio patriarcal como los cabeza visibles de una organización familiar dedicada a delinquir, dedicada a apropiarse para su uso privado de dinero público, dinero de todos los catalanes y las catalanas. Ahora bien, más allá del mero materialismo, el gran crimen de Pujol no es éste. El mal que Jordi Pujol, el president, el gallito, el hombre enamorado de sí mismo hasta el ridículo, el mal que ha hecho al catalanismo, en la batalla de ideas que tenemos hoy y, por extensión al independentismo, nunca se podrá borrar aunque todos salgan de la prisión libres y sin cargos. Aunque devolvieran todo el dinero que se han quedado. Sólo los sabelotodo se pasan siempre de listos. Sólo los que desprecian el libro del Eclesiástico se creen que pueden engañar a todo el mundo permanentemente.

Un notario muy conocido me dijo ayer que Jordi Pujol, cuando murió su padre Florenci, nunca pagó el impuesto de sucesiones que le correspondía abonar a la Generalitat. Probablemente porque pensaba que la Generalitat era suya y no era necesario. Y porque creía, y cree, en el fondo de su corazón, en su superioridad respecto a los demás, a los pobrecitos que tenemos que pagar impuestos, al pueblo, a esta gentuza a la que ha vendido y escarnecido. Parece que esta historia aún tendrá nuevos e interesantes episodios que nos helarán la sangre y nos explicarán el profundo desprecio de una personalidad política que siempre tenía y tiene en la boca al pueblo de Catalunya. “Yo ya me tendría que haber muerto”, dijo Jordi Pujol un día. Siempre buscando la escapatoria, siempre con una mano en la puerta del ascensor.