Miradla bien. Es lo más parecido a la cara de Dios que encontrarán jamás. No hacemos blasfemia alguna porque si hay que ponerle cara al gran hacedor, al creador de todo lo visible y lo invisible, antes que el rostro fascinante e impersonal del Pantocrátor de Taüll, mejor esta fotografía del arquitecto por excelencia, del creyente apasionado, del entusiasta creador que fue el beato Antoni Gaudí, el hombre más cercano a la divinidad de los que hemos conocido. Sonríe a la cámara con los ojos hundidos que no le vemos, y no los vemos pero sabemos que están llenos de misterio, de fuego vitalista y de penetración de la inteligencia, que de Gaudí teníamos alguna idea pero no le adivinábamos esta cara redonda y venerable, este gesto bondadoso, de padre o de abuelo de todos nosotros, de Matusalén hecho a imagen y semejanza de Dios y que, por lo tanto, tiene la barba de Dios mismo, la sonrisa completa y tierna, el amor infinito o cósmico o díganle como quieran, pero es que todos quisiéramos que nuestro padre nos sonriera así, al menos en nuestra cultura, que se queja tanto del padre ausente y del Dios ausente, que no sabe si creer en la paternidad ni en la otra vida ni en nada.

La imagen está extraída de una filmación de casi un minuto, desconocida hasta ahora, y que fue emitida por Televisió de Catalunya hace pocos días. El arquitecto Gaudí, el catalán más famoso de todos los tiempos, es una de las personalidades con menos imágenes conocidas, sólo tres o cuatro, como si se tratara, como decíamos, de una divinidad rodeada de misterio, de una leyenda prácticamente sin cara. La filmación corresponde a una boda realizada en Montserrat en 1925, tan sólo unos meses antes del atropello del tranvía que le hirió de muerte. Aquí no parece que estuviera ni enfermo ni debilitado por el ayuno, en la fotografía, como se le suele retratar en la última etapa de su vida. Que recuerde ahora, el artista fue modelo de dos imágenes religiosas, encarnando la figura de san Felipe Neri en dos pinturas que se pueden contemplar hoy en la iglesia del mismo nombre y que fueron pintadas por Joan Llimona, en vida de Gaudí. A mí me gusta mucho más este retrato lleno de humanidad del extraordinario creador, mitad divino, mitad con ganas de irse ya a comer, con la cara de haber conocido el secreto de cómo se debe vivir la vida de los labios mismos del Altísimo.