Fiarse del Govern, de cualquier gobierno, en cualquier país, es como fiarse de un Pinocho con la naricita siempre chata. Sabemos, intuimos, que nuestros representantes a menudo nos mienten pero nunca estamos completamente seguros. Tampoco confesamos si creíamos realmente en ellos o sólo lo fingíamos. Ni si nos han engatusado por una buena causa, para proteger lo que también nosotros habríamos salvaguardado si hubiéramos estado en su lugar, con el engaño incluso. Al fin y al cabo, nuestra cultura no es protestante ni somos tan quisquillosos con según qué sentencias. Mentir sinceramente por la patria parece que sea mentir menos, casi es como no mentir, de hecho, es como decir una verdad discutible o, directamente, como interpretar la realidad de manera tan partidaria pero tan legítima que acaba por transformar la bola en hostia consagrada. Se traga y punto. Nuestros mentirosos son nuestros y sólo nos irritan los mentirosos rivales. Los de nuestro bando, ¿cuántos preceptos morales estaríamos dispuestos a violar para conseguir la libertad de Catalunya si nadie nos viera? La guerra de la independencia de Catalunya es una guerra psicológica; incruenta, por supuesto, pero tan bélica como muchos otros conflictos y mejor ser despabilados. Como aquel glorioso Timbaler del Bruc que expulsó con una trola gigante a las temibles huestes de Napoleón. Eso se lo sabe todo el mundo.

Por todo ello a algunos nos entusiasmó la jugada del pasado 9-N del 2014 protagonizada por el president Artur Mas. Desde un punto de vista político y efectivo no sirvió de mucho —tampoco el heroísmo del Timbaler del Bruc— pero demostró, con hechos, que el adversario podía ser burlado y que Catalunya tiene posibilidades de salirse con la suya si realmente quiere la independencia de España. Que la audacia, en este mundo de cobardes, quizás, a veces, tiene recompensa. Que con un liderazgo fuerte y cierto realismo político por parte de los principales partidos independentistas, la libertad nacional ya no es una quimera. Que todo está en nuestras manos. A menudo se ha dicho en términos psicológicos que la separación de España los catalanes la desean pero, íntimamente, no la quieren. La contradicción, en todo caso, si existiera, no se podrá mantener eternamente y en algún momento tendrá que resolverse. Para empezar a adelantar faena, por ejemplo, yo mismo me postulo si hay algún otro consejero que tenga miedo de aguantar el chaparrón como el exconseller Baiget. Lo haría a título gracioso y sin tocar ni una onza del sueldo. Creo que podré aguantar bastante bien la cárcel y sí acepto poner en riesgo todo mi patrimonio personal. Igualmente dirijo a nuestros adversarios españolistas de Madrid y Barcelona una única y comprensible proclama que nada tiene que ver con las recientes y honestas jornadas del orgullo homosexual: Que os den mucho por el culo. Aquí os espero. (Es el vocabulario usual en las trincheras, no me miréis así).

El Govern de la Generalitat anunciará hoy, según parece, todos los detalles técnicos del referéndum. Como, de independencia, ninguno de los que estamos conjurados nunca hemos realizado ninguna, prefiero ser prudente y confiar en las minuciosas directivas de nuestros burócratas y juristas que tendrán, creo, presente la convención de Venecia y la de Antananarivo si fuere necesario, el párrafo aquel del reglamento en el que estás pensando, sí ciertamente, el artículo tal y la disposición transitoria cual. Si hacen oposiciones es por algo. Sin olvidar tampoco el reglamento y la prosopopeya mayestática ad hoc que seguramente habrá que aplicarse en este caso de divorcio entre Catalunya y España. Todo esto está muy bien y, naturalmente, hay que hacerlo. Pero, aunque el referéndum no haya sido formalmente convocado aún, ¿dónde queda la campaña por el sí? ¿Dónde están las ganas? ¿Dónde están los tambores? ¿Dónde están los partidos por la independencia suscitando la épica y la lírica de un proceso de separación, la llamada a la movilización, a la última movilización del pueblo catalán que quiere ser mayor de edad? ¿Dónde está la ilusión, el entusiasmo, las ganas de victoria, la alegría que se contagia por una Catalunya políticamente libre, socialmente justa, económicamente próspera y espiritualmente gloriosa?