Que llega la independencia, os diré por qué. Que lo que deba separar el hombre no lo ate otro hombre. Que no te vistan lo que quieres desnudar, que no te repinten lo que quieres despintar y que no te reiteren cansinamente lo que quieres cambiar. Este es el conflicto vivido ayer y hoy en el Parlamento. Y no, no, los independentistas no somos lo suficientemente numerosos para separarnos de España por aclamación pero tampoco somos lo bastante insignificantes para no darle una oportunidad histórica a la secesión. Una oportunidad a la dignidad, a la legitimidad de la civilizada opción del divorcio que nunca se ha podido llevar a la práctica de manera pacífica. Mientras que la contribución a la España Grande, la construcción nacional de España ha sido históricamente la principal aportación de los catalanes y del catalanismo político durante los siglos XIX y XX, de Antoni de Capmany a Jordi Pujol, la opción contraria, la independentista, la legislación española vigente la prohíbe. Entonces ¿cómo se puede pedir a toda una nación como la catalana que no se desate de España si las leyes españolas sólo conciben el Estado como una jaula o como una amenaza? ¿Cómo se puede decir que el pueblo catalán vota legítimamente cuando apoya al españolismo si, en España, es ilegal votar lo contrario? ¿Cómo puede el pueblo catalán ser a la vez parte del pueblo español si el Estado se sitúa abiertamente en contra de sus súbditos catalanes, en contra de sus súbditos coloniales? Una colonia es aquel territorio los administradores, los propietarios del cual, ignoran su lengua autóctona y su cultura. La ignoran y quieren continuar ignorándola. Por eso somos una colonia aunque no llevamos ese nombre.

Los grupos de la oposición españolista han continuado obstruyendo durante todo el día y hasta la madrugada las iniciativas de la mayoría independentista en la Casa del Parlamento. De hecho hacen lo mismo que hace el Estado español: sólo acepta que votes cuando votas lo que ellos quieren. Los partidarios del inmovilismo intentan neutralizar, intentan borrar el poder democrático que tiene la mitad más uno. Ciudadanos, el PSC, CSQEP y el PP no sólo niegan la legitimidad del proceso hacia la independencia, no sólo niegan la legitimidad del referéndum, también piensan que la mayoría parlamentaria no es legítima si lo que quiere es destruir España. Si se puede votar a favor de la monarquía pero no en contra, ¿qué valor tiene el voto afirmativo?. Así, el Estado español no sólo es anterior a la democracia, también es un valor más importante para los defensores del régimen actual. La democracia sólo resulta útil si sirve para establecer una adhesión al proyecto nacional castellanista de España. En esto el diputado Joan Coscubiela ha sido claro, nítido y pedagógico al recordar a la Cámara catalana que la mayoría no tiene derecho a imponer cualquier cosa a la minoría. Que la mayoría no puede romper el marco político. De hecho, es la minoría, la minoría del PP quien está rompiendo el marco político de 1978, el pacto constitucional que se ha incumplido. Más allá de las hermosas teorías, la democracia española solo sirve para legitimar el Estado español, inmóvil e incapaz de evolucionar políticamente desde la guerra de Cuba. Son los partidarios de España, los de la España de los GAL y de la persecución política de Jorge Fernández Díaz quienes denuncian la falta de garantías democráticas y los errores del independentismo catalán. El único movimiento político de España que supone una clara innovación y una notable revolución democrática. Miquel Iceta, Xavier García Albiol, Inés Arrimadas, destacadamente, escenificaron en el Parlamento hasta qué punto viven en un mundo irreal de privilegios y de zancadillas. De consignas que repiten sin ningún espíritu crítico. Miquel Iceta haciendo primero un chiste grosero sobre “la puerta trasera”, porque esto forma parte de sus intereses personales, y quejándose después de no haber tenido suficiente tiempo para hablar. Xavier Garcia Albiol profiriendo todo tipo de amenazas que no puede cumplir y dando lecciones de historia que no está en condiciones de dar. Y Arrimadas hablando abiertamente de “vergüenza torera” precisamente ante una cámara que ha prohibido las corridas de toros.

José Manuel Lara el viejo, fundador de Planeta, explicaba en una ocasión como, hacia el final de su vida, había decidido hacerse demócrata. Capitán de la Legión durante la Guerra Civil, el patriarca del imperio editorial, al hacerse mayor, paulatinamente se fue ablandando, endulzando, y fue mejorando sus formas, aunque después de un robo siempre llevaba una pistola encima. Lara, convertido en un nuevo demócrata, un día decidió someter a votación durante una reunión familiar una oferta de la editorial Hachette que le acababa de llegar. La gran firma francesa quería comprar Planeta y convencido de que todo el mundo rechazaría aquella petición, para él tan absurda, la sometió a votación. Los votos favorables a la venta se mostraron inapelablemente mayoritarios. Fue entonces cuando depositó dulcemente la pistola sobre la mesa diciendo que aquello era un golpe de Estado, que se había acabado aquella democracia imperfecta que pretendía hacer lo que le daba la gana sin contar con él. Después de todo la editorial era suya y no pensaba desprenderse de ella de ninguna de las maneras, con democracia o sin ella.