A ver, callaros, que si no, no se me oye. Mira que sois burras, escuchad lo que digo que después vais haciendo el ridículo repitiendo lo primero que se os pasa por la cabeza, soberanistas todas, que sois lo que no hay, que mira lo flojas y ignorantes que habéis salido, que se os acaba viendo el plumero con tanta tele y tanta cháchara y luego se os nota, que no sois nada europeas ni modernas ni ilustradas, que cuesta mucho dejaros presentables, malas. Que aquí esta historia vuestra de la Infanta y su ganzúa sólo es una distracción de la prensa. Como sólo conocéis a la Pantoja, callad, brujas, os pensabais que podríais acabarle viendo la ropa interior y la celda real donde os imaginabais que terminaría. A los reyes e hijos de reyes, que por definición son seres privilegiados y no ciudadanos normales, nunca se les ha conseguido tratar como a los demás, no se dejan nada y si lo intentas te ponen muy mala cara. O los dejas en paz y que abusen o, como mucho, se les descabeza como hicieron los ingleses y los franceses, o se les exilia o se les mata a traición como hizo el anarquista italiano Luigi Lucheni con Sissi emperatriz, que ese día no quería volver a casa sin haber apuñalado a un miembro de la realeza europea. Tenéis razón cuando decís que las princesas ya no son como las de antes, pero ¿qué pasa con los anarquistas?

¿Cuántos periodistas conocéis que puedan ser como los amigos de Donald Trump y dedicarse al negocio del oro negro?

Y quien dice anarquistas dice socialistas o periodistas que muchas veces eran a la vez una cosa y la otra. Callaros, va, callaros, que me habláis de corrupción y la corrupción no mina a las monarquías, lo que está acabando es con la democracia, con los partidos políticos partidarios de eliminar los privilegios, los abusos y la impunidad. Os entusiasma hacer la cuenta y constatar que con lo que ganaba la infanta Cristina y su marido no se podía pagar la casona de Pedralbes ni la vida de lujo que llevaban. Pero ¿qué decir de la prensa, de alguna prensa, los cómplices necesarios para que hayamos llegado a este desorden? ¿Creéis que es muy lógico que Juan Luis Cebrián, alma de El País, por ejemplo, tenga acciones en Star Petroleum? ¿Cuántos periodistas conocéis que puedan ser como los amigos de Donald Trump y dedicarse al negocio del oro negro? Sí, Cebrián, el que pide que se aplique el artículo 155, se suspenda la autonomía, se encarcele al presidente Mas, de este no oigo que habléis, cotorras. Juan Luis Cebrián es hijo del que fuera director del diario falangista Arriba y a la vez director general de la Prensa del Movimiento. Procedente de esta aristocracia, de esta auténtica aristocracia color azul Mahón, no es extraño que Cebrián, con sólo treinta años ya fuera nombrado director de los servicios informativos de Televisión Española, en 1974. Y, a partir de ahí, hacia arriba, arriba, infante azul, haciendo a través del imperio Prisa no un control del poder sino convirtiéndose en un poder, en un poder político en sí mismo sin que nadie nunca le haya votado. Además, Juan Luis Cebrián es académico de la lengua española como si fuera gramático o gran escritor. Me parece que debe ser el primer académico petrolero de la historia de España y eso os ha pasado inadvertido. La guerra por la independencia no es una guerra de bombas ni de muertos ni de trincheras, afortunadamente. Es una guerra mediática, una guerra de información, de contrainformación y de desinformación. A ver si os calláis y empezáis las soberanistas a denunciar públicamente los comportamientos poco modélicos de cualquier tipo de aristocracia, también la de los niños azul Mahón o “azul de España”.