Si amplían la fotografía y se fijan bien verán que todos los asistentes a la reunión que tuvo lugar anteayer en la Delegación del Gobierno en Barcelona, bajo la presidencia de Mariano Rajoy, todos, absolutamente todos, empezando por el presidente del Gobierno y terminando por el último asesor, pasando por Enric Millo, los mandos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, todos sin excepción tienen delante de las narices un elocuente folio en blanco, blanco inmaculado. Ninguna nota, ninguna ayuda a la memoria, ningún informe, ninguna fotocopia, ninguna fotografía, ninguna indicación, ni tan solo un dibujito de los que se suelen hacer cuando hablas por teléfono. La imagen es una bonita metáfora de la manera de trabajar del “Gobierno de España”, de la profesionalidad de los máximos dirigentes de un Estado que gestiona desde la arrogancia, desde la superioridad intelectual. Lo deben de tener todo en su cabeza, todo en esos cocos tan bien estructurados, organizados, por lo que no es necesario que garabateen el papel porque ya se lo saben. Quién lo sabe todo es como si no supiera nada.

Mariano Rajoy se presentó en Barcelona siete horas después del atentado, procedente de Pontevedra en un avión militar de gran velocidad. Tardó más o menos lo mismo que si nuestro presidente hubiera sido Donald Trump, procedente de Washington. El ministro Zoido y Soraya Saénz de Santamaría aún llegaron más tarde, mucho más tarde. Seguramente, en pleno mes de agosto estaban muy ocupados, trabajando siempre al servicio de España. La reunión barcelonesa de las autoridades españolas se realizó tarde y mal, solo para salir ante las cámaras, cuando ya todo había pasado en la capital de Catalunya, sin sospechar que los Mossos estaban preparados para actuar en Cambrils, el extraordinario cuerpo de los Mossos que no fue invitado a esa reunión protocolaria. Rajoy era consciente de que iba tarde, excesivamente tarde, y por ello profirió la típica excusa del becario que llega a destiempo a su puesto de trabajo: “He venidero a Barcelona en cuanto he podido”. Vino a decir, en nombre de la nación española, que quiere mucho a nuestra capital y deja entender que bajo el ala española, que con la unidad de España, estaremos más seguros. También decreta pomposamente que la rojigualda ondeará a media asta —suponiendo que haya viento— en todos los edificios públicos y “buques de la Armada” desde las cero horas, sin recordar que ya pasan veinte minutos de la hora fijada y que continúa yendo tarde, muy tarde. A esas horas hacía rato que el president Puigdemont, acompañado de la alcaldesa Ada Colau, ya habían dicho a Catalunya y al mundo lo que tenían que decir las autoridades de un país que no se improvisa. También habían hablado ya el conseller Joaquim Forn y el mayor Josep Lluís Trapero, dando todo tipo de informaciones para asegurar la serenidad y afianzar la confianza en nuestra policía, la que nos salvó de un segundo drama en Cambrils, de una explosión de gas en Barcelona. Ayer, gracias a los Mossos fuimos totalmente independientes por primera vez. Por incomparecencia de los que van a las reuniones antiterroristas con los papeles en blanco.