Las seis aún no eran. El helicóptero de la Guardia Civil volaba muy bajo sobre el Parlament para que todos recordáramos que han venido a molestar y que mandan ellos. Se les oye pues. No sé si era el mismo helicóptero del 1 de octubre, pero lo parecía, el que nos intimidaba mientras nos pegaban en Sant Julià de Ramis, un helicóptero, sin embargo, que no logró ver cómo Puigdemont el Zorro, como el presidente Astuto, se salía ese día con la suya, votaba y evitaba un conflicto que podía haber sido un baño de sangre. Exactamente como el día del referéndum, Carles Puigdemont hoy hace cara de saber lo que está haciendo aunque uno se lo imagine y lo entienda o no lo entienda o no se lo imagine. Hoy antes de las seis, cuando Carles el Largo, cuando Carles el Argucioso, se disponía, con una chaqueta negra, unos pantalones negros, una corbata negra y unos zapatos negros, a proclamar no sabemos exactamente qué en el hemiciclo del Parlament, se ve que ha llamado alguien. Alguien suficientemente importante como para retrasar la declaración política más importante de la biografía del Molt Honorable. Se ha producido un hiato, un hipo, una eterna hora de espera. Los pasillos del Parlament parecían la Boqueria cuando hay precios bajos, con las moscas y todo. Un periodista bromista me aseguraba que alguien, en aquellos momentos, hablaba en alemán con el president, alguien que le llama 'Karl'. La broma, naturalmente, no se puede confirmar pero podría tener sentido. Un sentimiento de confianza, de que estamos esperando para algo importante se impone. Las moscas vuelan ahora sobre la cabeza de Xavier García Albiol. Después Inés Arrimadas pasa a mi lado con unos zapatos de marquesa delicada, de señora mayor con problemas de circulación pedestre, como si fuera una niña que ha aprovechado la ausencia de sus padres y se ha pintado los morros y ha robado los zapatos de la abuela. La canallesca intenta matar el tiempo como puede, lee las proclamas de las camisetas de la CUP, intercambian rumores y teléfonos, se intenta contar al por mayor el pelo que le quedan a Miquel Iceta. Junto a mi tengo a unos periodistas norteamericanos que me hablan en un catalán aceptable y que, cuando se pasan al inglés, ponen cara de hablar con Houston para anunciarles que tenemos un problema.

Pues sí, una hora en alemán para Puigdemont no sé si lo ha sido, pero para mí sí que no he entendido nada, no me he enterado de nada y desconozco las sutilezas de la lengua germánica y de la agenda del móvil presidencial. Lo que he visto claramente es que, una vez hablado lo que el president tenía que hablar, al convocarse la cámara a través de los timbres escolares de que dispone, los niños y niñas de la CUP hacían muy mala cara cuando han comenzado a desfilar. Madonna Gabriel con cara de mala leche, representante del estado de ánimo mayoritario de su grupo. El diputado Salellas, sin embargo, me ha intrigado, sonreía desafiante a quien le quisiera mirar con calma. Después ha venido el bajón, cuando el president de la Generalitat ha anunciado que se necesita un poco más de tiempo, que tiene algo entre manos. Que por ahora frenaba y al mismo tiempo no frenaba. Al principio he de confesar que he quedado sorprendido por su ejercicio de verbosidad parlamentaria. Mucha gente se jugó la piel para ir a votar el 1 de octubre, mucha gente quiere que se aplique el resultado del referéndum y parece que el recuerdo de las malas artes convergentes del sí pero no constituyen un seguro suicidio político. El president ha estado sin gafas antes de subir a la tribuna. Yo hago lo mismo cuando quiero ver bien un texto, normalmente de móvil. De aquí he deducido que Carles Puigdemont es miope como yo y que como yo ve perfectamente bien las palabras muy, muy chicas, las palabras escritas que la mayoría no pueden descifrar. Mientras los diputados españolistas utilizaban unos discursos preparados para una declaración unilateral de independencia que hoy no se ha producido, Carlos el Sagaz sonreía por lo bajini, estaba con una actitud dinámica, gimnástica, no como alguien que ha traicionado a sus votantes sino como alguien que algo trama. Le he visto pasar a mi lado y ha hecho un gesto como de calcular mentalmente, a ojo cubero, por encima, cuánto azúcar necesita para el pastel que le ha encargado la misteriosa llamada telefónica. (Continuará)