Ayer se publicaron dos sentencias de la gran sala del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, la máxima instancia jurídica en materia de derecho comunitario de los 27 y por encima de las jurisdicciones estatales, que quedan sometidas a la jurisdicción comunitaria.

Una de estas sentencias se refiere a los intereses pagados con creces por el abuso de las cláusulas suelo en las hipotecas otorgadas por las entidades bancarias españolas. Su nulidad ya fue declarada por el mismo tribunal de Luxemburgo por una sentencia anterior de enero de 2015. La de ayer obliga a devolver el dinero íntegramente. Es decir, se tiene que devolver desde el momento de la constitución de la hipoteca. Aunque la ejecución de esta resolución no contará con el auxilio voluntario de las entidades afectadas, es para los consumidores afectados un adelanto del Gordo de Navidad.

La otra sentencia, mucho más compleja técnicamente, se refiere al favorecimiento con ayudas estatales a empresas dedicadas a actividades similares, pero unas centradas en la exportación, y las otras no. Las primeras eran favorecidas con respecto a las segundas con las ayudas estatales ahora declaradas ilegales.

Días atrás nos enteramos del rescate, que se presenta por el Gobierno central como obligatorio a buen seguro, de las autopistas radiales, negocio que un ciego ya habría visto ruinoso cuando el gobierno Aznar lo puso en marcha. Casi simultáneamente tuvimos conocimiento del rescate del túnel del TGV de El Pertús. Como en el caso del Castor, vinculado también a Florentino Pérez, el Gobierno central asumirá el coste del fiasco de estos contratos y concesiones públicas. Contratos cuyas cláusulas son muy favorables a los empresarios no amantes del riesgo, y que encima se aplican sin ningún tipo de consideración. De consideración, claro, para el bolsillo de los ciudadanos que son los que pagan, porque el dinero de las cajas públicas sale de sus bolsillos.

Diversos han sido los expertos -y en algún caso como el del Castor tendrá que pronunciarse el Tribunal Constitucional- que han analizado estas contrataciones y han manifestado su desacuerdo con el diseño, con la aplicación y con el final, es decir, con cargarlo en la cuenta común. No entraré, cuando menos hoy, en este apasionante debate jurídico-económico.

La pésima economía es debida al hecho de que tenemos una mala política

Lo que según mi opinión es lo más altamente relevante de los casos referidos, no es que hayan estropeado la economía. Lo radicalmente gravísimo es que esta pésima economía es debida al hecho de que tenemos una mala política.

En efecto, estos y muchos otros hechos que tenemos en la retina son mucho más que gamberradas. Son ilegalidades de padre y muy señor mío que cuentan -si no serían imposibles de perpetrar- con la complicidad de los poderes públicos. Estas complicidades, que no siempre se resuelven ni en el terreno político -los electores, en buena medida, parecen pasarlo por alto- ni en el judicial, porque nos encontramos en mantillas de la accountability, de la dación de cuentas, son la clave del espolio. Intereses abusivos, contratos leoninos, canibalización de servicios públicos, pesebres a costa de los boletines oficiales, negocios de tarifa... son la moneda corriente en la que se mueven los oligopolios casi monopolísticos reinantes. Eso y unos cuantos comisionistas e intermediarios con oropel integran la fórmula perfecta del reino de la irresponsabilidad extractiva.

Sin un mínimo de decencia no hay una mínima dosis de calidad democrática

En cambio, tendríamos una democracia de más calidad con un poco más de calidad política, un poco más decencia y contención en un buen sector de los políticos profesionales, de los que os suenan y de los que a cobijo de instituciones reguladoras dan cobertura a todo este estruendo.

Pedir que no haya pobreza energética y que, en Madrid, los partidos dominantes preparen un acuerdo urgente... para la primavera, con la persistencia de los cortes de energía en invierno, es otra buena muestra de que sin un mínimo de decencia no hay una mínima dosis de calidad democrática. En este contexto, pedir una economía de calidad es pedir el oro y el moro.

De momento, sin embargo, feliz Navidad, es decir, buenas vibraciones, cuando menos, por unos días.