Y los días siguientes. Me preocupan en el buen sentido de la palabra. El día después de la independencia, si eso lo decide la ciudadanía de Catalunya, y los que vendrán.

Ahora vamos todos a la una, aunque no tanto como haría falta, pero eso es harina de otro costal. El objetivo es común: un Estado independiente. Una vez conseguido, cada sector político querrá dotarlo de herramientas congruentes con sus aspiraciones; simplificando, más de derechas o más de izquierdas. Natural. Y eso habrá que combinarlo con la hostilidad –también natural– del Estado español, que se sentirá legítimamente herido. Esta hostilidad declinará; la celeridad de la disminución dependerá de la habilidad de los dirigentes del nuevo Estado, especialmente en el arte de seducir a la ciudadanía española considerándola, de verdad, como hermana. Eso sí, cada uno en su casa, una casa con puertas y ventanas abiertas, pero cada uno en su casa.

Este frente que se alza ante España sin destilar enfrentamiento será un elemento de pugna entre los dirigentes del nuevo Estado y puede hacer desviar el rumbo de la construcción nacional, como se construyen los estados normales: desde la diversidad ideológica, con argumentos y lealtades. Y con elecciones regulares y participación ciudadana política no solo formal.

En medio de la construcción del Estado, de las estructuras que dan apoyo a la acción política controversial, hace falta un andamio sólido y de amplia aceptación. Sin que quiera hacer un programa, que nadie me ha pedido, propongo cinco ejes que me parecen prioritarios.

En primer término, la redacción de una constitución moderna y democrática. Hay que tomar lo mejor que nos ofrece el escaparate constitucional contemporáneo ya consolidado. Tiempo de innovar con inventos de eficacia no probada, por más que resulten agradables a los oídos, de momento, dejémoslos de lado. Buena parte de los derechos fundamentales de la Constitución española son perfectamente válidos, por ejemplo.

Pero antes hace falta una ley electoral. Sería una contradicción que deslumbraría a todo el universo que la Catalunya independiente tuviera el sistema electoral español preconstitucional, que es el que, por incapacidad de los partidos políticos catalanes, rige en la actualidad. Hace falta esta ley para llevar a cabo las primeras elecciones democráticas. Y dejo al margen si la constitución tiene que ser sometida a referéndum. Muchas de las constituciones de los países democráticos no lo han sido y no es ninguna tara. Esta es una muestra de cómo evitar polémicas bizantinas.

En tercer lugar, hay que poner de pie una regulación amplía de gobernanza transparente y eficaz. Aquí poco nos puede ayudar a la experiencia española, con leyes aceptables o regulares, muy mal implementadas, a menudo con aplicación tendenciosa. Pero en el Principat tenemos grandes expertos y buenos modelos.

Un cuarto paquete –como el resto, de tramitación casi simultánea inexcusable– hace referencia al aparato financiero y administrativo básico: leyes fiscales y de seguridad social, ley de hacienda pública y de patrimonio público, status de los empleados públicos... En este ámbito ya hay mucho trabajo hecho.

Finalmente, el paquete de garantía de derechos y de seguridad. Es decir, de justicia y de policía, de legislación penal y procesal penal y del sistema de garantía constitucional, con independencia real de los operadores y medios personales y materiales, no como sufrimos ahora.

En este terreno, una gran éxito del nuevo Estado es recabar la colaboración leal de los funcionarios existentes, estatales, autonómicos, locales... Salvo las minorías claramente inclinadas, el grueso de estas personas está a verlas venir. Pues que vengan bien. Ni una sola depuración –ni listas negras. Quien no quiera permanecer dentro del nuevo Estado, sirviendo a sus ciudadanos, que se marche libremente, sin ninguna represalia. Quien se quiera quedar, con entusiasmo o con pasividad, se ajustará, como todo el mundo, a la nueva realidad. Y nadie será considerado en función de su origen administrativo, sino en atención a los resultados de su gestión.

No es nada fácil. Pero se dan dos condiciones esenciales: voluntad ciudadana para llevarlo a cabo y talento y pericia para construir el nuevo Estado. Durante mucho tiempo habrá que utilizar normativa y organizaciones de cuño español, eso ya está previsto. Y será una buena muestra, espero, en no pocos casos, que con las mismas leyes, mejores o regulares, pero bien aplicadas, los resultados pueden ser sustancialmente más positivos. Será un buen ejemplo de buen trabajo.

Hay que advertir que la larga duración de la permanencia de las regulaciones españolas no justificará que las formas de gestión ineficaces, poco transparentes y lesivas de la cosa pública también se alarguen en el tiempo.

En resumen, el día después –y los días siguientes– tienen que basarse, gobierne quien gobierne, en eficiencia y rendición de cuentas, es decir, en un buen gobierno avanzado. Por cierto, cuando se creó la Generalitat moderna, es decir, la pujoliana, se perdió una gran oportunidad de innovar y se perpetuaron muchas rutinas disfuncionales, por decirlo caritativamente, para la adecuada prestación de los servicios públicos.

Si el nuevo Estado no se pone manos a la obra desde el primer momento, todo el sacrificio, todas las penas y todos los males padecidos y sufridos habrán sido inútiles. La pregunta que nos asalta es grave: ¿sabrán los dirigentes estar a la altura de la situación y permanecer en ella?