Coinciden en el tiempo dos efemérides-metáfora que explican el momento político que nos caerá encima a partir de mañana: los 40 años de la fundación del PP y los 15 de la boda de Estado de la hija de Aznar en El Escorial. Con ellos empezó todo.

Un día, la antigua Alianza Popular decidió sacarse de encima la imagen franquista que arrastraba y, de paso, la deuda económica, que no era menor. El partido de derechas que cobijaba desde la ultraderecha postfranquista hasta el "suarismo" buscaba una imagen nueva con los mismos de siempre. Y no lo logró. Hasta que llegó un inspector de Hacienda de carácter seco como la mojama y sin ningún carisma. Pero con una voluntad de hierro que logró superar su gran complejo de inferioridad con una mezcla permanente de "pa chulo yo" y "dos huevos duros".

Y tuvo olfato para intuir la existencia de un fuerte nacionalismo español, entonces todavía mortecino por el sentimiento de culpa del franquismo. Y decidió despertarlo. ¿Cómo? Creando un ejército de periodistas que cada día bombardeaban el apocalipsis y rodeándose de unos fabricantes de ideas que le dieron grosor intelectual y argumentos de consumo rápido la renacionalización de España. Y evidentemente, la clave pasaba por descalificar la perversa idea del autonomismo, un pozo sin fondo de malbaratar dinero en manos de socialistas malas personas y de perversos nacionalistas catalanes y vascos. Cuando después el PP empezó a gobernar autonomías, la habilidad fue mantener el discurso y que todo el mundo olvidara de qué color era entonces la mayoría de gobiernos traidores a la patria.

El toque final fue apropiarse de la Constitución, como quien se apropia del Corán. Y dictar una sharía en forma de patriotismo constitucional. Y quien se salía del recto camino pasaba a ser condenado por hereje. Los "putos" catalanes que querían reformar su Estatut fueron los primeros. Y aquí el aznarismo-yihadismo tuvo la complicidad de un PSOE desorientado por el movimiento y que todavía ahora busca su espacio. Un PSOE que gobernó durante la anécdota puntual del zapaterismo, no por méritos propios sino porque la pasada de frenada del 11-M se lo lo puso en bandeja.

Total, que de aquí vino aquello de pedir firmas "contra Catalunya" ("a por ellos, oé"), la chispa que ha desembocado en el procés que esta semana empezará a vivir un final de pantalla que desconocemos cómo acabará. Y de allí vino aquello otro de la boda de la niña que se convirtió en la metáfora social de aquel régimen.

Ya hace 15 años, quien se creyó un líder mundial porque se fumaba puros de un palmo con Bush no podía hacer una boda austera. De ninguna de las maneras. Y tiró el monasterio por la ventana. Y allí estaban todos. El Bigotes, Bárcenas, el del confeti y los payasos, el Ibex, el palco del Bernabéu...

Y resulta que quien ha enloquecido somos los catalanes que preparamos un golpe de estado, no quien preparó la fogata, la roció con gasolina y le prendió fuego. Pero eso no importa. El aznarismo-yihadismo es la religión de los que quieren ganar el cielo constitucional. Y hace falta una guerra santa para tenerlos permanentemente motivados. Porque eso lo justifica todo y perdona y purifica los pecados de todos aquellos que fueron a la boda de la niña, que es de lo que se trata. Exactamente eso.