Ahora le explicaré una historia muy bonita y muy triste a la vez, que va de generosidad y de miseria humana y que tiene un final feliz que quizás no lo es del todo.

Murtaza Ahmadi tiene seis años y vive en el distrito de Jaghori, en la provincia de Ghazni, en Afganistán, un país de mayoría suní donde los chiíes viven en permanente riesgo porque son los grandes enemigos. Pues bien, la familia de Murtaza no sólo es chií sino que pertenece a una minoría de origen persa. ¡Bingo!

Cosas de la globalización, un día el niño descubre a Messi y se convierte en un admirador suyo tan convencido que dice que lo quiere conocer. Lógicamente, lo máximo que consiguió entonces fué que su hermano mayor le hiciera una camiseta de la selección argentina usando una bolsa de plástico.

Pero la imagen, cosas también de la globalización, se hizo viral y llegó hasta el entorno de Messi. Y el jugador decidió enviarle al niño una camiseta del Barça y una de Argentina. Firmadas. Y aquí es cuando esta historia humana de un niño que ve cumplido su sueño imposible, sufre la cruda realidad de la vida.

Un niño anónimo, de una minoría marginada y que vivía olvidado en un rincón de mundo, pasó a tener un valor. En un lugar donde la vida humana no vale nada, la vida de un niño famoso pasa a tener un precio. Y las camisetas firmadas también. De la noche a la mañana, la casa se vio rodeada de gente extraña con intenciones poco amables. Y empezaron las amenazas, incluidas las que decían que lo que tenía que hacer el niño era dejar el fútbol e ingresar en una escuela religiosa. Total, que ante el peligro, el padre lo vendió todo y se llevó la familia al Islamabad, en Pakistán.

Pero la capital era demasiado cara y también tenía peligros, con lo que acabaron en Quetta, una ciudad que acoge a muchos refugiados afganos.

Pero Murtaza tuvo un segundo golpe de suerte. Resulta que el Barça tenía comprometido un partido amistoso en Qatar por todo aquello del patrocinio de la camiseta y tal. Y el comité organizador del mundial de fútbol de 2022, que se juega en Qatar, vio que la historia podría mejorar una imagen digamos que poco exitosa a causa de las amistades peligrosas del país con ISIS. Bien, y por las condiciones laborales de los obreros que están construyendo las diversas sedes.

Y así fue como las autoridades organizaron un encuentro entre el jugador y el niño. Son estas imágenes que han dado la vuelta al mundo y donde los dos se hacen inseparables desde el vestuario hasta que empieza el partido y el árbitro tiene que llevarse al niño del terreno de juego en brazos.

¿Final feliz del cuento de hadas? Pues no sé que decirle. La familia ahora quiere aprovechar el programa de Naciones Unidas para los refugiados para quedarse en Qatar. Y me temo que la decisión final no dependerá del espíritu humanitario sino del aprovechamiento propagandístico que se pueda seguir haciendo del niño.

Porque, sí, la historia es muy bonita pero me temo que hacer posible el sueño del niño ha sido lo de menos. Lo que interesaba era usarlo para limpiar una imagen. En algunos aspectos me recuerda el caso del padre estafador que usó la enfermedad de su hija para ganar un millón de euros y comprarse relojes caros.

Los niños como cebo para sacar rendimiento a los buenos sentimientos. Sí, seguramente soy demasiado mal pensado, pero en la era de la postverdad si hemos aprendido una cosa es desconfiar de todo y de todo el mundo.