Y mientras el planeta sufre un ataque informático global que todavía no sabemos cómo acabará y que ha provocado el pánico, la generación digital enloquece en los patios de las escuelas jugando con un sencillo utensilio analógico denominado fidget spinner. Si usted tiene chiquillos en edad "fitdget" no sólo sabe de lo que le hablo sino que tiene uno. Sí, porque cuando fue a comprar el de los críos, se procuró uno para usted, que ya nos conocemos todos (y todas).

El mecanismo es sencillo: tres puntas con un centro giratorio cada una que, a la vez, giran sobre un eje que puedes sostener con la mano, con el dedo, con la nariz, con la rodilla o con lo se quiera o pueda. La historia de artilugio, sin embargo, es más complicada. Y los efectos que está provocando en las escuelas, también.

Fue creado hace unos veinte años para ayudar a niños con autismo y TDH. La idea era que la habilidad necesaria para hacerlo funcionar y los efectos visuales que provoca al girar relajara a los niños con estas enfermedades y los ayudara a concentrarse. Ahora muchos profesores se encuentran con que en clase todo el mundo está más pendiente de concentrarse con el fidget spinner que de los contenidos curriculares y ya han empezado las prohibiciones.

Lo más fascinante es que teniendo millones de posibilidades de vivir aventuras digitales tan reales que parecen ciertas, los chiquillos hagan moneda falsa para poder jugar con una cosa que vendría a ser una peonza evolucionada. Que, por cierto, las peonzas 3.0 también lo están petando y no hace tanto era difícil de encontrar según qué modelos por internet porque se habían agotado. Y no me extrañaría que pronto volviera el yoyó, un utensilio que ya encontramos representado en una copa de la Grecia de 5 siglos antes de Cristo.

¿Consuelo de románticos de cuando jugábamos con una caja de zapatos vacía y la convertíamos en lo que nuestra imaginación era capaz de crear y que querríamos que el mundo se hubiera parado allí? ¿Prevención ante un mundo que cambia a gran velocidad y que tenemos la sensación de no controlar porque nos supera permanentemente? Quizás hay un punto de esto, sí. Pero no deja de ser interesante que el caos provocado por el famoso ciberataque global conviva con todos nuestros chiquillos jugando con un utensilio que podría ser de cuando nuestros abuelos. Y tal vez, esta es la prueba de que con las pantallas y la nube pasará el mismo fenómeno que con la comida y volveremos al producto de proximidad y de temporada, pero sin abandonar del todo el mundialismo alimenticio.

Primero nos hizo gracia comer cerezas por Navidad, pero eran caras y, sobre todo, aparte de no tener sabor a nada, no tenían sabor a días largos, a buen tiempo sin empalagar, a ir a tomar una cerveza fresca en una terraza y ver pasar gente. Comer cerezas el día de la Lotería nos despertaba el gen de la absurdidad. Y así fue como acabamos volviendo a reclamar poder comer las cosas cuando tocan y hacer ensaladas de tomate con sabor a tomate.

Y quizás una vez más el camino es el equilibrio y que haya un poquito de cada cosa. Los juegos on-line más evolucionados conviviendo con el patinete de toda la vida y el mango por avión al lado de unas espinacas cultivadas por un campesino al que podrías encontrártelo en el centro comercial de las afueras de tu pueblo comprando unos fidget spinner para sus hijos.

Quizás...