No sabemos hacerlo. Ni sabremos nunca. Somos así. Y no tenemos remedio.

Hacemos la licitación para comprar unas urnas y, naturalmente, se querellan contra nosotros. Por prevaricación. ¡Claro, esta manía tan terrible de querer urnas! ¿Todavía no hemos entendido que votar es un golpe de estado? ¿Y todavía no sabemos que la soberanía nacional reside en el Tribunal Constitucional, que revoca decisiones aprobadas por parlamentos y ratificadas por pueblos en referéndums estatutarios? ¿Va, qué? ¿Lo confesamos ya de una santa vez? ¿Confesamos que queremos urnas porque somos unos fascistas? ¿Explicamos la verdad definitivamente, o seguimos disimulando?

Y mire que no nos costaría nada hacer como la gente sensata y de orden. Usted imagínese que en vez de comprar las putas urnas del demonio nos dedicáramos a cosas decentes y honradas. No sé, estoy pensando por ejemplo en construir un almacén subterráneo de gas delante de Alcanar. Sí, aquello que el ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, dijo que era "un proyecto faraónico que no era necesario". Si lo hiciéramos, capte usted la diferencia de la cosa: en vez de recibir una querella, recibiríamos 1.350 millones de euros de indemnización que pagarían estos desgraciaditos llamados ciudadanos de a pie en su patética factura del gas. Y lo pagaríamos encantados, junto con los 15,7 millones anuales que vale mantener la cosa aquella hibernada.

O, no sé, se me ocurre que en vez de comprar urnas, podríamos montar bonitos y simpáticos bancos como los que estuvieron a punto de irse al carajo por culpa de una gestión que incluso ofendería a El Dioni. Bancos que, entre todos y porque somos bellísimas personas, ayudamos con 77 mil millones de euros, de los cuales perderemos 60.600, el 80% del total. Bancos que rescatamos con la garantía del ministro Luís de Guindos: "Me gustaría especificarlo muy claramente, aquí no hay un coste para los contribuyentes españoles". Bancos y rescate sobre los cuales todavía ahora escuchamos el argumento aquel de que "si no se hubiera hecho, estaríais llorando por vuestros miserables ahorros". O sea, todavía gracias que sólo pagamos mil quinientos millones de euros por súbdito del Reino de España, pero conservamos los ahorros. Hemos tenido suerte. ¡Qué bien!

Y es que nos pierde nuestro olfato para ir a parar siempre a la derrota. Somos unos perdedores. No sabemos identificar el caballo ganador y siempre acabamos corriendo montados encima del asno cojo que va hacia atrás. Reconozcámoslo, no sabemos más. Somos expertos en hacer el primo y por eso la divina providencia nos castiga con querellas diversas. No nos merecemos ninguna otra cosa.

Ah, por cierto, a ver si tenemos suerte y antes de la próxima querella por prevaricación todavía podemos pagar (gustosamente) unos cuantos millones de euros esterlinos de indemnización a alguien que monte... no sé... ¿qué tal un banco en la plataforma Castor? Creo que sería muy entrañable, ¿no? Y baratito.