Como muchos otros artículos y expresiones tertulianas los últimos días y los actuales, no se habla más que de la investidura. Pidiendo perdón de buenas a primeras, me permito señalar que estamos perdiendo el tiempo, ya que la partida dista de estar decidida en estos momentos.

Digo que estamos perdiendo el tiempo con el tema de la investidura porque, aunque dulcificado, el programa de investidura, si por programa entendemos medidas concretas, cuantificables y serias, es inexistente. Lo es porque, de acuerdo con el mundo de Rajoy, lo que ya se denomina canónicamente "el marianismo", no hace falta emplearse a fondo para un resultado cero. Todo el mundo sabe que las dos votaciones en la primera sesión de investidura serán negativas para el candidato de culo di hierro.

Hasta la noche del 25 de septiembre la situación no se desbloqueará. ¿Pronósticos? Desde mi perspectiva lo más normal es que el PSOE pueda quedar hecho trizas en Galicia (es un partido dividido y enfrentado en, como mínimo, dos grandes sectores) y no parece que estén en posición de dar batalla al actual presidente Feijóo, a pesar de su trayectoria. La aparición de Las Mareas, más o menos mal avenidas con Podemos, a pesar de esta pastosidad, es el único adversario real del Partido Popular en la patria de Fraga. Por otra parte, en el País Vasco, de nuevo Podemos, también aquí un poco dividido pero sustancialmente más sólido que en Galicia, puede disputar la hegemonía –quizás no el gobierno– al PNV, dado que Bildu ha perdido gas –y no sólo por la ejecución de la pena de inhabilitación de Otegi–, sino por sus propios méritos. El Partido Popular queda como derecha clásica y españolista con el límite irrenunciable de las leyes forales. Ciudadanos es en Euskal Herria una pura entelequia y ataca al tuétano del vasquismo: la foralidad económica. El PSOE puede quedar relegado, por primera vez, a la cuarta posición, cosa que lo haría seguramente tan residual como irrelevante.

En este contexto, desde la perspectiva del PP –y posiblemente con el apoyo de divergencias en el seno del PSOE y de varios cuerpos celestes que giran por aquellas órbitas– no se trata tanto de ganar las elecciones –obviamente no las del País Vasco–, como de presentar el arrinconamiento electoral del PSOE como un plebiscito antibloqueo especialmente dirigido a Sánchez. No se trata para el Partido Popular de obtener un más que problemático apoyo de un PNV con necesidades de pactar con el PP –tendría, en principio, otras alternativas–, sino de obtener la abstención del PSOE vía la somanta electoral debida, para entendernos, a su "irresponsabilidad bloqueadora". Según mi opinión este es el objetivo marianista, objetivo que resulta coherente con el carácter de macerador a fuego lento del monolingüe líder de Pontevedra.

El PSOE o remonta en las elecciones autonómicas del próximo 25 de septiembre o, apaleado, tendrá que despachar al más inocente –no totalmente inocente– de sus líderes, el actual secretario general, Pedro Sánchez: cornudo y apaleado. Resulta patente que en los debates de investidura el madrileño hablaba tanto contra Rajoy, reanudando el clima del distanciamiento radical, clima que lo llevó a calificar al gallego de indecente en el debate a dos de las elecciones del 20-D, como de ligar corto a los díscolos de su partido.

Todo parece apuntar que Sánchez fue una solución de emergencia, optando por un candidato a la secretaría general del partido más bien oscuro y aparentemente dócil. Pero, como acostumbra a suceder, el cargo da gasolina insospechada, aunque sea para cometer errores, como cerrar la antigua Federación Socialista Madrileña con el concurso inestimable de un... cerrajero. El tono enérgico que muestra Sánchez, cuando menos, desde fuera del partido, no se le conocía y marca un fuerte perfil de radicalidad democrática: regeneración, propósito de superar la pobreza y la desigualdad que han sido las insignias del PP, y reformas estructurales, con un profundo contenido ético.

En todos los terrenos con la excepción de la integridad territorial española. No es ya que ni haya hablado con los líderes independentistas en el Congreso; es que, siguiendo la vía rajoniana al desastre, ni siquiera acepta sentarse a dialogar. No ha dado una muestra de voluntad, que sería disparar con pólvora del rey, de proponer la derogación de la última reforma legal del Tribunal Constitucional que permite apartar sine die del cargo a los electos renuentes a ejecutar lo que dicho organismo entiende como imperativos.

En la primera moción de censura de la democracia (fallida como estaba previsto) contra Adolfo Suárez, Felipe González se estrenó como líder y presentó un primer programa de gobierno. Eran tiempos en que de los gatos era importante el color y no sólo sus aptitudes para atrapar ratones. Lo hizo bastante bien. Tanto, que el propio Fraga le lanzó, como se suele hacer en estas ocasiones, sea la cita cierta o apócrifa, creo que con una buena dosis de respeto, aquello de que había demostrado ser un excelente parlamentario, pero que, para ser un buen político, tenía que ser conservador.

Pues a Sánchez, similis disimilis, le pega un calificativo aproximado: para ser un buen político tiene que enfrentar los problemas políticos políticamente. Y Catalunya, otra vez, es un problema político; es más, es el gran problema político de España. Y los funcionarios españoles no lo saben/quieren ver. Cuando lo vean y den una salida política, harán un upgrading y se convertirán en políticos. Sánchez podría hacerlo y el PSOE saldría adelante. Con una nueva y muy previsible lucha en la cúpula del partido fundando por Pablo Iglesias, el del siglo XIX, no el del XXI, a causa de una nueva debacle electoral o una prolongación de la agonía que lo desangra, nadie saldrá ganando. Pero para verlo y obrar en consecuencia, ya saben: hay que ser político.