La saturación de datos en el presente digital nos está llevando a igualar –a la baja- la veracidad de los contenidos que nos asedian por múltiples vías. Sostiene el experto en tecnología Josep Lluís Micó que nos ha tocado vivir en "la era del descrédito". Nos confrontamos por lo tanto con la presunción de falsedad, o con la sospecha de la manipulación tendenciosa. El boom de bloggers, instagramers, youtubers y otros líderes 2.0 se puede interpretar como el triunfo de la gente corriente ante las grandes empresas o el marketing y la publicidad. En la esfera religiosa, donde el liderazgo es un rasgo esencial de la mayoría de religiones y espiritualidades, también se ha dado el caso de los llamados "influencers" o "celebrities" espirituales. A veces son muy conocidos (El Papa, el Dalai Lama), pero a menudo se trata de personas como la monja tuitera Xiskya, que en el mundo off line, es una religiosa que trabaja tranquilamente en una escuela en Palma de Mallorca, pero que en el entorno digital es una auténtica estrella. Al pequeño volumen 100 influencers a los que seguir, coordinado por Andrea Vázquez, he podido aportar 10 nombres de líderes espirituales 2.0. Así pues, en medio de personajes (que no personalidades) como la bloguera Chiara Ferragni, la gurú de belleza Michele Phan, el youtuber ElRubius o la cantante Beyoncé, he incrustado a la famosa Amma, la líder espiritual que va por el mundo repartiendo abrazos, o el vietnamita Tchich Nhat Hanh, el maestro budista zen, refugiado político afincado en Francia, que literalmente llena pabellones y pabellones con sus sesiones de meditación.

Aparentemente, en un mundo donde triunfa la superficialidad y la prisa, parecería que la espiritualidad, con sus tiempos, a veces desesperantes, no debería tener éxito. Meditar no es un pim-pam-pum. Ni rezar. Exigen entrenamiento, silencio, quietud, detenerse. Desconectar para conectar. Nada más lejos que el frenético ritmo de las redes sociales.

Son cada vez más los "influencers espirituales digitales". La gente tiene sed. Y los busca, sigue y comparte

Y, en cambio, hay cada vez más "influencers espirituales digitales". La gente tiene sed. Y los busca, sigue y comparte. Algunos, como Baba Rampuri, el gurú hindú, utilizan las redes para promover lo que hacen, y salen adelante muy bien. Rampuri, además, tiene toda la fisonomía para triunfar: se sienta en posición yogui, tiene una barba espesa y apela a la conciencia. Estos líderes tienen miles de seguidores de todo el mundo, no sólo adeptos de sus religiones o escuelas espirituales, sino gente de todo tipo que decide seguirles, y por lo tanto ofrecerles su adhesión y la voluntad de ser informados. Seguir a alguien en las redes no equivale a comulgar con su doctrina, pero sí a decir "quiero" ser informado de lo que hace o publica la celebridad en cuestión.

La fe en la era digital se hace más espectacular. Es una gasolinera siempre en funcionamiento. Si los templos y parroquias, por motivos logísticos, tienen que cerrar por las noches (con excepciones como la iglesia de Santa Anna en la plaça Catalunya de Barcelona o la parroquia de San Antón en Chueca en Madrid, abiertas 24 horas), en Internet no se apaga nunca nada. Siempre está de día en alguna otra latitud, siempre hay alguien en el otro lado de la pantalla. La fe, en el fondo, es eso. A pesar de la noche oscura, siempre hay alguien en el otro lado.

Lo que sucede es que cuando tocamos la realidad, nos damos cuenta de los condicionantes, de los límites, del cansancio, de las contingencias. En cambio, en la red, todo es siempre igual, luminoso, aparentemente feliz o estable. Podemos estar muy mal, pero colgamos la mejor foto o la frase más inspiradora. La vida espiritual no pasa siempre por los focos de Hollywood, sino por velas medio apagadas de templos olvidados. La fe no es siempre un hashtag feliz, sino que las espinas pinchan, y hacen daño. Bienvenidos sean los líderes espirituales que hacen compañía y ponen las mejores frases y tienen equipos de comunicación o robots que responden. Pero que un buen hashtag no nos estropee la realidad. La fe, a pesar de moverse satisfecha por el mundo digital, sospecho que es muy analógica.