Un alcalde de una capital de provincias llega al poder a través a una conjura palaciega, descabalgando a un primer ministro de su propio partido y sin pasar por el trámite de ganar unas elecciones. Mediante una inteligente operación de marketing, se hace pasar por un estadista imprescindible, el máximo exponente de la modernidad socialdemócrata, el único capaz de garantizar la gobernabilidad de su país y salvarlo de las garras del populismo del payaso Grillo o del viejo mafioso Berlusconi. 

Una vez compuesto y vendido el personaje, se lanza a su aventura más ambiciosa: reformar más de cuarenta artículos de la Constitución por su cuenta y riesgo. Sin contar con nadie, sin buscar el consenso ni siquiera dentro de su propio partido, sin tratar siquiera, ya que estamos en la lógica caudillista, de crear una coalición social favorable a su proyecto. Y a continuación, convocar un referéndum que en realidad era un plebiscito sobre su persona.

Lo que votaron el domingo la mayoría de los italianos no tuvo nada que ver con el proyecto constitucional que se les presentaba: un confuso y complejísimo andamiaje jurídico destinado a blindar el poder del primer ministro y a crear mayorías parlamentarias artificiales, todo ello presentado mediante una incomprensible pregunta ultracodificada que recordaba el insultante jeroglífico que utilizó en su día Tsipras en Grecia para plebiscitarse a sí mismo (y a continuación protagonizar una espectacular bajada de pantalones en Bruselas).

Este voto ha sido, ante todo, la respuesta a un chantaje de un político ensoberbecido y poseído de una ambición sin límites. O yo o el caos. Una vez más, una película que hemos visto cien veces, el recurso a un aparente recurso democrático para vestir una operación de poder personal.

Lo que ha hecho Renzi con este proyecto es exactamente lo contrario de lo que se hace cuando realmente quieres reformar a fondo la Constitución de tu país

Lo que ha hecho Renzi con este proyecto es exactamente lo contrario de lo que se hace cuando realmente quieres reformar a fondo la Constitución de tu país. Primero, te ganas el apoyo de tu partido. Luego, abres un proceso de diálogo y negociación con todas las fuerzas políticas para elaborar la propuesta conjuntamente. A continuación, buscas los apoyos sociales para que todo el mundo comprenda y acepte la necesidad y la conveniencia de la reforma. Trabajas colectivamente el texto hasta que sea propiedad de todos y de nadie. Y sólo entonces lo sometes al refrendo popular.

Pero no era esto lo que interesaba a Matteo. Él necesitaba hacer esta operación en solitario y desafiando a todos. Necesitaba poder mirar a la cara a todos los demás dirigentes políticos y decirles: “¿Veis? No os necesito, el pueblo es mío y votará cualquier cosa que yo le proponga. Ahora os podéis arrodillar y besar mi mano”.

Esta vez no ha sido la lucha del populismo antisistema contra el establishment.  En el mismo momento en que Renzi vinculó el resultado del referéndum y su presencia al frente del gobierno, contaminó definitivamente la consulta. Ya no se votaba sobre la Constitución, se votaba sobre él. Y eso provocó una coalición negativa en la que estaba la extrema derecha, sí; también los populistas, sí. Pero también gente tan respetable y respetada como D’Alema y Bersani, dirigentes históricos del Partido Democrático; Mario Monti, el exprimer ministro tecnócrata que es la viva imagen del establishment europeo; o Paolo Flores d’Arcais, uno de los intelectuales más prestigiosos de la izquierda democrática.

Todos ellos han dicho NO a la aventura personalista de Renzi, aun sabiendo que ese resultado provocaría daños graves y pese a detestar a sus ocasionales compañeros de viaje en el voto negativo. Pero el desafío del aspirante a caudillo popular era demasiado descarado y provocador para aceptarlo sumisamente.

El proceso italiano es un ejemplo completo y acabado de todo lo que no hay que hacer cuando se aborda seriamente un proceso de reforma constitucional.

Es también un ejemplo –uno más- de hasta qué punto el referéndum es un instrumento peligroso y fácilmente manipulable, una tentación permanente para políticos tramposos dispuestos a usarlo para fines bastardos, una forma fullera de aparentar que se pregunta una cosa para obtener otra respuesta.

Siempre he pensado que los referendos que parten a la sociedad en dos mitades son una basura que crea muchos más problemas que los que resuelve

Siempre he pensado que los referendos que parten a la sociedad en dos mitades son una basura que crea muchos más problemas que los que resuelve. Un referéndum es útil para expresar y consolidar grandes consensos mayoritarios, no para dirimir empates políticos. ¿Qué hubiera pasado si en 1978 la Constitución Española hubiera sido aprobada con el 51% a favor y el 49% en contra? Que no hubiera durado ni dos años y, tras su caída, tendríamos un conflicto gigantesco y ya irresoluble.

El populismo y el nacionalismo son una amenaza de nuestro tiempo, sí. Pero hay otra de la que también deberíamos cuidarnos: esa frívola especie zoológica de gobernantes democráticos que hacen política como el que juega al póker, a golpe de constantes envites y faroles. Con la diferencia de que si en una partida de póker te juegas el resto y lo pierdes, te levantas de la mesa y has arruinado tu fortuna personal. Pero estas partidas plebiscitarias se juegan con el destino de países enteros, la estabilidad de Europa y el prestigio de la democracia.

Desde que se conoció el resultado, he leído muchas crónicas en las que se habla de “la fuerte apuesta de Renzi”, “lo mucho que Renzi se ha jugado” y múltiples variantes de la misma idea: la política como un juego. Y yo me digo que no están los tiempos para alentar esta suerte de ludopatía política y que, como dijo el maestro D’Ors, por favor, háganse los experimentos con gaseosa.

A propósito del caso italiano, Joan Tapia alerta sobre el riesgo de lo que él llama “reformismo bonapartista”. Yo, que soy más bestia, prefiero hablar de la chulería adanista de esa clase de políticos que pretenden que la historia comenzó el día que ellos llegaron al poder.

Por eso y muchas deficiencias más (como cantó Serrat), creo que yo también habría votado NO en ese referéndum, aunque tuviera que taparme las narices por la compañía y siendo consciente de sus graves consecuencias. Y si hoy Europa tiembla ante lo que se veía venir desde hace meses, lo lamento muchísimo: con el póker siniestro de los Cameron, los Tsipras y los Renzi se está cavando su propia tumba.